"Las leyes se hicieron para los hombres y no los hombres para las leyes"
Necesitaba moverme hacia otro punto de la ciudad de manera urgente; no tenía un vehículo particular en que hacerlo, no había taxis, solo quedaba echar mano de una aplicación de transporte de pasajeros. Una vez tomado el servicio y mientras nos desplazábamos por las calles, tropezamos con un retén de la policía de tránsito que hacía revisión de documentos a un motociclista; ahí el conductor del automóvil se despachó y me comentó: "Pobres mototaxistas, la policía no los deja trabajar".
Ahí mismo lo cuestioné, por qué eso de pobre, si la obligación de todo aquel que se desplace en un vehículo es portar su documentación en regla; para eso es la ley, para cumplirla. Al señor no le gustó mi posición, lo primero que me dijo fue que estaba en contra del pueblo, que la necesidad obligaba a hacer cualquier cosa para conseguir el sustento, que si los policías son corruptos el pueblo también puede ser corrupto, inclusive, culpó hasta al Estado de responsabilidades propias en cabeza de quienes direccionan sus hogares.
Entendí que la conversación era estéril, así que guardé silencio, quería llegar a donde iba casi que de manera inmediata. Como conclusión me quedó la sensación de que estaba frente a una de esas personas que cree que el Estado le debe todo, y que además es el culpable de no haber tenido oportunidades en la vida.
El suceso incómodo comenzó a perderse en mi memoria con los días, hasta la semana pasada, cuando lo recordé después de leer dos noticias. La primera, el propietario de una moto incendió su vehículo para que no fuese inmovilizado, por cuenta de no tener ni el SOAT ni la revisión técnico-mecánica y menos la licencia de conducción; el segundo, el anuncio de la aprobación de un proyecto de ley con la que infractores de tránsito, entre esos los motociclistas, se les condonaba los intereses y se les hacía descuento en multas, con el pretexto que eso ayudaría a reactivarlos económicamente.
Los acontecimientos son propios de la realidad en una república bananera, en la que es el Estado el que tiene que acomodarse a los caprichos del ciudadano y no el ciudadano someterse a la ley como presupuesto de orden y convivencia. Gestar y aprobar este tipo de propuestas son propias de gobernantes populistas, que terminan engordando flojos a los cuales nunca nada les parece suficiente.
Muchos de esos infractores, una vez les sea aplicado los beneficios, volverán con la misma actitud a las andanzas de siempre, transitando por las ciudades de Colombia sin documentos, violando las señales y normas de tránsito, conduciendo en estado de alicoramiento hasta matar a alguien, y eso, sin solucionar el tema de fondo.
¿De qué sirve aprobar este tipo de proyectos de ley si al individuo no se le invierte en educación ciudadana? Pues la respuesta es contundente: de nada. Si la dinámica es perdonar y no exigir, estaremos por siempre en el subdesarrollo. Estamos viviendo tiempos en los que al individuo, en vez de llevársele a un grado de exigencia superior en el que explote su potencial, se lo está conduciendo a las arenas del facilismo, del menor esfuerzo, del exigir sin dar.
Tenemos la capacidad suficiente para convertirnos en una nación próspera, digna de admiración y respeto, pero nos fascina revolcarnos en el lodo como los cerdos, porque rehusamos a entender que el orden, la disciplina y el esfuerzo son la base con la que se construyen los imperios.