Son las cinco, me levanto como quien no quiere la cosa. Desayuno, me alisto y salgo para la universidad. En la estación de TransMilenio espero ansioso al 1, tengo parcial y debo repasar. Entre tanto, se cuelan dos personas. “Casi que no”, bromean entre ellos. Me molesto, pero no hago nada.
La hora del parcial llega y, como decimos en Bucaramanga, “me fui en bolsa”. Estudié tres días para nada. Frustrado miro alrededor, algunos compañeros se copian, nuevamente me molesto. Me siento como un huevón, pero como siempre no hago nada. Pasa el día en la universidad y cuando ya no hay sol llego finalmente a mi casa.
Mi mejor amigo me llama: “Marica, no me va a creer…”. Resulta que un compañero nuestro que vivía en el condominio más pudiente de Bucaramanga se hace pasar por pilo y no da un peso en la universidad. Recuerdo el “algo se hace, tú no te preocupes” de mis papas cuando debíamos la pensión del colegio. Veo su Facebook, comparte cosas sobre el fiscal, a quien condena por corrupto. Cínico, pienso yo. Con mi mejor amigo discutimos qué hacer y finalmente, como siempre, adivinarán ustedes.
Lo corrupto no es solo la política, lo corrupto es la sociedad. ¿Lo corrupto soy yo por ser incapaz de denunciar? Tal vez. Una vez leí: “No denunciar un delito grave consiste en un delito aún más grave”. Y es cierto, pero hay que ir más allá. No esperen que me ponga a pelear en las mañanas con lo colados de TransMilenio o hacer un escándalo en pleno parcial y menos que denuncie a un pilo paga falso cuando he buscado y aún no sé cuál es el debido proceso.
En definitiva, faltan incentivos y mecanismos para poder hacer efectivas estas denuncias. Sin embargo, sé que podemos luchar contra la corrupción. La corrupción, creo yo, es una cultura con la que nosotros como ciudadanos luchamos día a día en nuestras decisiones. Tal vez si el futuro ingeniero viera cómo caerá su puente y el pilo falso viera al joven pobre sin cupo en la universidad, solo tal vez, notaría su imperdonable crimen.