Pocas veces -o casi nunca- un ministro de Cultura de otro país, como Enrique Avogadro, a quien solo has visto a través de las redes sociales, te escribe al guasap por intermediación de un director de teatro recientemente conocido, y te dice que está de paso por Bogotá hasta el día siguiente y que no sabe “si habrá chance para encontrarse”, pero que sería bueno “quedar en contacto”. Esas dos frases resumen la forma en que trabaja Enrique Avogadro, ministro de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires (Argentina). No salí de mi asombro pero respondí de inmediato poniéndome a disposición para el encuentro no sin antes sospechar, como es natural cuando se trata con políticos, que el ofrecimiento quizá sería una mera formalidad. Me equivocaba. Nos vimos esa misma noche y, desde que nos saludamos, percibí la cercanía de un ser humano que, más allá del cargo, mostraba un interés genuino por interactuar con una desconocida que compartía la misma vocación por el servicio público y el amor por la cultura.
Empecé a seguir la prolífica y, casi diría, frenética actividad de Avogadro el año pasado cuando, Pablo Pascale, Responsable de la División de Innovación Pública y Ciudadana de la SEGIB, me invitó a formar parte del equipo de mentoría del LABIXBA, un laboratorio ciudadano que se llevó a cabo en Buenos Aires en mayo pasado, en colaboración con el ministerio que dirige Avogadro. Me contaron mucho sobre su gestión pero lo que nunca olvidé es que contestaba el teléfono a quien le llamara y hacía gran parte de su gestión en la calle, conversando con la gente de a pie y con las hacedoras de la cultura porteña. Aquello me pareció tan revolucionario como inverosímil dado que las responsabilidades de gobierno y administración pública, como yo las había vivido a una escala infinitamente menor en mi ciudad, Cartagena, absorbían por completo mi tiempo que pendulaba entre reuniones, comités, actos protocolarios, asuntos legales y un infinito etcétera que apenas me permitían dormir. ¿Cómo era posible que un ministro, de una ciudad tan prolífica en términos culturales como Buenos Aires, tuviera tiempo de salir a la calle, hablar con la gente, contestar llamadas y, además, mensajes en redes sociales? Aquella pregunta, que nunca esperé me fuera a ser contestada de primera mano, derivó en una segunda y larga conversación que tuve con Enrique, como le gusta que le llamen -dice- porque ministro será solo un tiempo mientras que Enrique será hasta que muera. Le advertí que me interesaba ahondar en la gestión desde la perspectiva humana pero también desde las complejidades del servicio público que, muchas veces, la ciudadanía desconoce. No opuso resistencia. Por el contrario, enfatizó en que me sintiera libre para preguntar y editar lo que quisiera, y de publicar donde considerara.
Me pregunto cómo le explicarías a tus hijas de 5 y 7 años qué hace su papá cuando sale de la casa y regresa cansado; cómo aquello que él hace aporta para construir un mundo mejor…
Bueno, ojalá así sea, que efectivamente estemos ayudando a construir un mundo mejor. Les explicaría diciendo que papá trabaja junto a mucha otra gente todos los días para que haya cada vez más oportunidades de participar de nuestra cultura que, por suerte, ellas ya viven, que es ir al teatro, al cine, a una biblioteca o un museo a encontrarse con propuestas que las hacen pensar y reflexionar; que las movilizan, las conectan con su propia identidad y con su espiritualidad. Buenos Aires es una ciudad cada vez más amable con los artistas y las organizaciones culturales para que puedan desplegar todo su arte. Y, a la vez, es un lugar cada vez más amigable para encontrarse con esas propuestas y que toda la ciudadanía tenga una vida cultural plena.
¿Qué principios rigen tu vida personal?
Hay una palabra que me viene espontáneamente la cabeza, que es como un norte, y es la curiosidad. Es increíble estar vivo. Las millones de posibilidades de no haberlo estado, y ahora estarlo, y luego dejar de estarlo. Tengo una vocación de aprender, de conocer, de vivir que, a veces, es un poco patológica. Me gustan muchas cosas y muy intensamente. Después, ligado a eso, está la búsqueda de propósito en general, que es el gran motor de lo que hacemos. Y también aparecen otras palabras: el amor como una idea de vivir la vida con todo lo que tiene para ofrecer y, por lo tanto, con otras personas, con el entorno. Después, el hacer las cosas bien, hacerlas con propósito y pasión. Ésa es una gran guía para saber por dónde vamos.
Esos principios que rigen tu vida personal, ¿cómo los aplicas a la gestión cotidiana?
Tengo la suerte de liderar un equipo de gente cuyo común denominador es el propósito, la pasión y la capacidad de trabajo. Esa combinación hace que lo dejemos todo, que estemos muy metidos en los proyectos que impulsamos. Uno tiene la responsabilidad de llevar una antorcha de una mano. Ahora que este año haya cambios en la gestión pienso mucho en esa responsabilidad como si fuera una larga fila de personas que hacen posible que esta ciudad, con lo maravillosa que es, tenga una vida cultural plena y vital. Hay mucho de ese trabajo que es anónimo, y está bien que lo sea, que pase de mano en mano más allá de quién estuvo circunstancialmente a cargo. Lo que uno ve es ese gran tapiz, gigantesco, multiforme y dinámico de la cultura de nuestra ciudad, que es una maravilla. Yo estoy enamorado de Buenos Aires. Me parece increíble tener la suerte de vivir en esta ciudad, de caminarla y descubrirla todos los días, y creo que el equipo comparte esa visión y esos valores.
Llevas 20 años como servidor público trabajando temas relacionados con la cultura pero, en particular, desde el Ministerio han sido casi 6 años. ¿Cuál consideras que es el mayor logro que han tenido tú y tu equipo desde el Ministerio?
Es algo más conceptual que después se traduce en herramientas concretas. Lo principal fue lograr que se entendiera que no somos una productora de eventos, somos el Ministerio de Cultura. Y la cultura es mucho más que entretenimiento, que una agenda de eventos continua e infinita. La cultura es, fundamentalmente, una herramienta para el desarrollo individual y colectivo de las personas. Por lo tanto, es un elemento central en la discusión del desarrollo de nuestras ciudades y nuestros países. Las sociedades con una participación cultural más activa son más ricas, en el sentido de más democráticas, más integradas, más felices.
Otro logro fue ampliar el acceso a la cultura, que más personas tengan una vida cultural plena a pesar de las desigualdades. Uno de los varios mecanismos que desarrollamos es el programa del Pase cultural, lanzado hace 5 años, y es una tarjeta con crédito para que los 40.000 chicos y chicas de la escuela pública secundaria elijan la actividad cultural que quieran: comprarse un libro, ir al cine, ir al teatro, escuchar música en vivo, etc. Otro logro es la promoción de la cultura independiente. Buenos Aires tiene un entramado cultural con más de 500 espacios culturales independientes entre salas de teatro, de música, centro culturales, galerías en todos los barrios. Hay una mirada sistémica de parte nuestra. Por eso hemos hecho una Ley de Espacios Culturales Independientes que facilita mucho abrir y mantener un espacio. En estos casi seis años de gestión dejamos en la ciudad una enorme cantidad de programas de apoyo económico y de eventos que promocionan el acceso y el desarrollo de la cultura.
Hablemos sobre los mayores desafíos en términos de políticas públicas que ustedes han implementado y han sido exitosas, y por qué. Y cómo se mide ese impacto.
Medir es clave. La cultura puede ser onírica y muy bonita de contar pero si no medimos con inteligencia tampoco podemos entender qué funciona y qué no; no podemos hacernos cargo responsablemente de lo que hacemos ni justificar por qué invertir en cultura. Nosotros participamos de la elaboración de los mecanismos de medición porque, muchas veces, se aplican al campo cultural categorías que no tienen que ver con la cultura. Y es que el valor de la cultura va mucho más allá, por ejemplo, del retorno económico. En el Ministerio creamos un área que se llama Data Cultura como insumo para la gestión y la elaboración de políticas públicas. También como una forma de transparentar y mostrar indicadores respecto a nuestras políticas culturales.
Los desafíos son muchos. Por ejemplo, de qué manera la gestión, la toma de decisión política, entiende el valor central de la cultura en el desafío de hacer una vida mejor en nuestra ciudad. Y eso es una mezcla de hacer bien las cosas con la capacidad de contar muy bien lo que uno hace. La habilidad más importante, creo, del siglo XXI es la narrativa, el storytelling, ser capaces de articular una historia verídica e interesante. Hay otros desafíos, como el de hacer que las políticas públicas sean más sólidas. Y eso implica articular una conversación con un montón de actores que no piensan lo mismo o no tienen los mismos intereses. La paciencia es clave. Y que haya espacio para la conversación, con independencia de los colores políticos de los gobiernos de turno. Y aquí hay otro desafío, porque la conversación implica ceder una cuota de poder. En la medida en que las opiniones sean dichas con respeto, todas son válidas y necesarias. Yo creo mucho en la inteligencia colectiva. Pensamos mucho mejor en conjunto que cada persona por separado.
Tú eres un ministro que no siempre está en la oficina sino que se la pasa en la calle. ¿Qué mecanismos para activar esa conversación implementas en tu quehacer diario?
Nunca me gustó que me dijeran “ministro” porque es una etiqueta que a uno le ponen por un tiempo, después se pasa. Yo seguiré siendo Enrique hasta que me muera. Está bueno no acostumbrarse a toda la pompa que viene con estos cargos. La cultura está en la calle, en términos metafóricos: sucede en los teatros, en los cafés, en las librerías, en los bares notables, muchas veces, en la calle propiamente dicha. Como equipo siempre buscamos tener un nivel de cercanía extremo, lo defino yo, con el sector cultural. Trato de que las reuniones no sean en nuestra oficina sino ir a visitar. Quiero ver trabajar a los artistas en sus espacios. Así, todos los días tengo la oportunidad de aprender, de juntarme con gente que está creando, pensando, haciendo. Y yo voy siempre con la idea más de escuchar que de hablar. El formato de encuentro con el que trabajo hace 10 años, y que me ha permitido aprender muchísimo, es una ronda. Es clave para que todo el mundo esté al mismo nivel. Y nos juntamos a compartir experiencias con alguna excusa: algún recorte sectorial, una disciplina artística o quienes fueron a determinada feria. Este año trabajamos una mirada de futuro con una metodología muy sencilla: juntarnos en torno un problema, dividirnos en grupos y luego volver a juntarnos para compartir las experiencias. Aparecieron muchas ideas extraordinarias. Darnos un rato para pensar sobre el futuro es un lujo que a veces no tenemos. Después, yo trato de vivir la cultura a pleno. Voy mucho al teatro, a escuchar música en vivo; trato de ir fiestas; participo activamente. Y en el ejercicio de la agenda semanal incluyo encuentros con personas muy jóvenes. Yo le llamo vampirismo cultural, que es tratar de conectar con lo que está pasando. El aprendizaje es un músculo que uno tiene que ejercitar constantemente, y yo siempre trato de ver qué están pensando y escuchando las personas jóvenes. Algo fascinante de esta nueva generación es que se vinculan quienes hacen música con quienes hacen videojuegos, freestyle, mural, muralismo y tantas otras disciplinas. En mis charlas hablo de que cuando descubren Troya se dan cuenta de que hay como siete Troyas debajo de la primera. Son capas sobre capas de la ciudad. Yo siento que en nuestras ciudades -Bogotá tiene claramente eso- hay un under que está constantemente desafiando al establishment y pensando nuevas formas que pueden convivir entre sí, en forma de capas. Algunos artistas veteranos que son inteligentes y sensibles se conectan también con chicas y chicos de 20 años, y hacen algo en conjunto. Es una dinámica súper interesante de escenas. De ahí surgen muchas de las ideas de lo que hacemos. Porque nosotros tenemos la responsabilidad de administrar un portaaviones importante y las decisiones de en qué ponemos foco, a veces, transforman.
Hemos hablado de lo que funciona pero y, ¿lo que no? ¿Te acuerdas de algún proyecto fallido y de los aprendizajes que dejó?
Creo que se aprende un montón de los fracasos, tanto más que de los éxitos. Hay varias cosas muy ambiciosas que no pudimos hacer, algunas porque se las llevó por delante la pandemia. Una tenía que ver con una revolución de la infraestructura cultural de la ciudad, llevándola fuertemente al sur. La Ciudad de Buenos Aires tiene mucha desigualdad entre el norte y el sur, y ése era un proyecto que, en lugar de crear infraestructura nueva, repensaba la que teníamos haciéndole agregados desde lo funcional, con una visión innovadora. La lección central es que las gestiones tienen un tiempo. A estas alturas -ya son muchos años de gestión pública- sé que hay proyectos que los tenés que tener listos el día uno, si no, no los vas a poder desarrollar. Si empezás seis meses después ya es tarde para conseguir todo el apoyo político, la legitimidad, el trabajo técnico. En muchos casos hacen falta leyes, entonces, hay que lograr las leyes. También hay que ser humildes y entender que, por más visión de futuro que uno tenga, los proyectos hay que pensarlos más allá de una gestión. Y ser muy honestos respecto a que si vos no le dejás a la próxima gestión un proyecto en marcha, sólido, difícilmente pueda empezar de cero.
También es habitual en muchos países subestimar la capacidad que deben tener las personas que llevan adelante las políticas, en este caso, culturales. Es un error pensar que poner un artista de mucho prestigio en un cargo ejecutivo en Cultura va a resolver. En general es un problema porque son personas que nunca trabajaron en el Estado, con todo lo que significa eso: conocer la maquinaria pública, convencer a las tomadoras de decisión sobre si conviene sostener un proyecto, etc. Ahí pecamos de ingenuos, para hablar de fracasos. La gestión son las personas. América Latina tiene instituciones débiles. Dependiendo de quiénes están al frente vas a tener un mejor o peor resultado. En general, países más estables mantienen cuadros técnicos a lo largo del tiempo, con independencia de los cambios políticos. Eso permite que haya un aprendizaje institucional y una continuidad que, en general, en nuestros países no existe. Y tenemos muchas políticas extraordinarias que se terminan de un día para el otro porque cambió el gobierno y, al nuevo, no le interesa sostenerla porque estaba muy ligada, por ejemplo, a la gestión anterior.
Hablando de las convocatorias de estímulo, tan esenciales en cualquier gestión en Cultura, ¿no son éstas una forma de normalizar y perpetuar un cierto paternalismo por parte del Estado?
Es una buena pregunta para imaginar utópicamente un sistema diferente. Hoy es el sistema que tenemos. Siento que el desafío es tratar de ofrecer la mayor cantidad de oportunidades a través de diferentes estímulos, con distintos formatos, y modos de convocar y seleccionar absolutamente transparentes. Creo, también, que es un dilema: ¿de qué manera ayudar, no solamente con estímulos para la producción sino también para la formación, para mejorar la autogestión? Porque esa independencia va a estar dada por la capacidad de conseguir múltiples fuentes de financiamiento, y no solamente una. El trabajo de fondo es convencernos de que la cultura es un servicio esencial que mejora nuestra calidad de vida, nuestro bienestar. Y, por lo tanto, hay un piso de inversión pública que es necesaria. Pero no creo que haya un derecho adquirido a ser financiado con dinero público solamente para hacer cultura. También hay que considerar que la cultura tiene una función social. En todo caso, me parece una pregunta muy interesante para pensar cómo problematizarla.
¿De qué manera contribuye el Estado a dignificar el trabajo cultural y a estimularlo para se pueda ejercer dignamente?
El camino es doble. Del lado de la oferta están todas estas herramientas de fortalecimiento del sector cultural. Y, del lado de la demanda, se trata de cómo lograr que la ciudadanía de a pie exija una cultura más sólida, igual que exige salud pública o seguridad o educación. No hay un solo debate político en el cual la cultura intervenga con fuerza. No existe, y eso es un problema. Nosotros estamos explorando tanto las normas laborales nacionales como un modelo que le dé mayor sostén en términos legales al trabajo cultural, que asemeje la actividad cultural a otras actividades regladas, reconocidas. Con la dificultad de que ésta es una actividad eventual, entonces, hay que pensar mecanismos innovadores: cajas de compensación u otros que permitan que el dinero que uno genera trabajando luego se compense para los tiempos en que no lo esté. Y que sea solidario, es decir, que no sea solo el artista quien contribuya sino también quien contrata. Estamos en esa dirección. Hay países que ya lo hicieron y otros que lo están haciendo.
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De las cosas que mostró la pandemia es que la cultura está estrechamente relacionada con el bienestar y la salud mental. ¿Cómo impacta positivamente el trabajo cultural en la sociedad?
La pandemia demostró lo importante que es la cultura en un sentido tan amplio como el del bienestar, entendiendo la cultura como espacio de encuentro, como espacio de reflexión. Pero existen otros estudios científicos serios en Reino Unido que demuestran el enorme impacto que tiene la cultura, por ejemplo, en un envejecimiento más saludable. La gran epidemia de estos años es la soledad de las personas mayores que se jubilan, sus amistades y afectos van muriendo, y la familia no tiene tiempo para ellas. En términos muy fríos y agregados, eso tiene un impacto económico gigantesco para las sociedades porque es un gasto en salud física y mental, en espacios geriátricos y de vivienda. Por lo tanto, desde esta perspectiva, la cultura nos ahorraría dinero en medicamentos, en gastos médicos, además de tener personas más felices que, obviamente, es un objetivo primario. La cultura tiene un impacto directo, no solo en la economía, y también indirecto en un montón de áreas. Por mencionar solo algunas, en la reinserción social de la gente privada de la libertad o en la búsqueda exitosa de trabajo digno, en los jóvenes. Otro: el 10% de la economía en mi ciudad está vinculada a las Industrias culturales y creativas, y hay mucha gente trabajando en este sector, de ahí que también sea importante promoverlo y estimularlo.
Ahora que estás cerrando tu gestión, ¿cómo sientes que te ha transformado este cargo?
Para mí fue y es un inmenso honor este trabajo. Tener más responsabilidad implica delegar, liderar. Cuanta más gente tenés a cargo, en realidad, trabajás para más gente. Mi trabajo, en general, es despejarle el camino al equipo, decir: “¿En qué te puedo ayudar? ¿Qué hace falta que yo haga para que vos puedas hacer bien tu trabajo?”. Después, que nadie es indispensable. Nos llevamos puesto el orgullo de haber sido parte de una transformación. Tengo un poema de base que me leía mi padre de chico. Es el If, de Kipling. Dios le habla al hombre y, en un momento, dice: “si puedes cara a cara mirar éxito y ruina, y en la cara vencerlos por igual”, es decir, el éxito y el fracaso, finalmente, son dos caras de la misma moneda, y son algo externo a nosotros. Lo que importa es saber si uno hizo todo lo que tenía para hacer. Creo que éste es un trabajo increíble que me permite conectarme con todas las manifestaciones culturales y estar en contacto con las personas muy directamente. Contesto el teléfono, aunque muchas veces sea para decir “no se puede” o para derivarles a las convocatorias. También contesto los mensajes de Instagram, hasta las solicitudes de mensaje, porque llega gente por distintos lugares. Me parece que es una obligación de los servidores públicos responder y, además, también es un privilegio porque te vincula con un montón de gente. Es una oportunidad extraordinaria la del servicio público y, también, te pone frente a frente con la enorme cantidad de cosas que siempre hay que hacer para mejorar.
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