Los historiadores armados con su cincel adoptaron las convenciones narrativas europeas. En cierto modo han escrito la historia desde la épica, con la construcción de los héroes, autores de las hazañas de hombres fuera de espacio y de tiempo. Así, el 12 de octubre, que por la ley Emiliani se ha pasado al 18, en este año se celebra el descubrimiento del continente lejano de indios bárbaros. Los habitantes de estas tierras tienen que estar agradecidos porque los descubrieron, lo mismo que los africanos deben estar satisfechos porque los esclavizaron.
Y, en la memoria el acto político, cuando el conquistador arrancó un puñado de hierba y con su espada dio tres golpes en el suelo, retando a quien se atreviera a poner en duda el acto de fundación. Claro que la cuestión no es tan gloriosa porque de lo que se trató es de someter al otro, pues la toma de posesión del territorio llevaba de por medio la sujeción de la población. Hombres y mujeres debían entender que había llegado el Amo, es decir, Señor con autoridad y al que le debían la consabida obediencia.
Así, “ante el presente escribano y testigos” se establecía la dominación y cuando llegaron los historiadores, ante el olvido, dado el analfabetismo y la condición mísera, plasmaron los héroes. Con el trabajo de los historiadores se forjaron los héroes que se cuajaron en las estatuas. Y no me puedo imaginar que los europeos hagan estatuas y levanten estatuas a personajes fatales como Adolf Hitler o bien a Atila, de quien se dice que donde pisaba su caballo no volvía a nacer hierba, pero por estos pagos a los personajes como Sebastián de Belalcázar o Gonzalo Jiménez de Quesada y muchas otras figuras de hechos deplorables son elevados a sitiales de gloria.
En el Centro Cultural Bolívar, en Popayán, hay una estatua de bronce. El pedestal lleva el nombre de Simón Bolívar, pero al contemplar el busto no corresponde a la figura del ilustre caraqueño. En lugar de Simón Bolívar los rasgos esculpidos son los de Laureano Gómez, quien afirmaba: “Una observación elemental demuestra que la inteligencia no está repartida en porciones iguales entre los sujetos de la especie humana. Por este aspecto la sociedad semeja una pirámide, cuyo vórtice ocupa el genio, si existe en el país dado, individuo de capacidad destacadísima por su condición intelectual. Por debajo encuéntrase quienes, con menores capacidades, son más numerosos. Continúa así una especie de estratificación de capas sociales, más abundante en proporción inversa al brillo de la inteligencia hasta llegar a la base más amplia y nutrida, que soporta toda la pirámide y está integrada por el oscuro e inepto vulgo, donde la racionalidad apenas parece diferenciar a los seres humanos de los brutos”, lo cual deja ver que no solo los “conquistadores” sino los “ilustres” de estos lados conservan muy bien la mentalidad de los genios y los brutos.