Val siendo muy joven llegó a nuestro país por primera vez enamorada de un colombiano. Era una inglesa, menuda y alta, de sonrisa prudente y palabras marciales, que vivía y practicaba las ensoñaciones hippies de finales de los sesenta. La ceguera que trajo el amor no duró tanto. Se separó de su esposo y sus dos hijas (una de ellas no llegaría a los 20 años víctima de la tragedia anunciada de Armero en 1985). Seguiría adelante. Conocería a otro hombre, esta vez un irlandés. Tendría dos hijos más: Claire y su hermano; quienes también serían sometidos a presenciar —de lejos— el espectáculo de las decisiones de Val desplegarse entre selvas y escapes continuos. Su vida sería un ir y un venir. Sin reparos. Val no permitiría ser definida por su condición de buena o mala madre o ser el simple anexo de un hombre. Esa sería su culpa pero jamás su vergüenza.
CIaire Weiskopf, la tercera hija —en ese momento embarazada— en un ritual íntimo de aceptación, perdón y orgullo por su madre, contaría la historia de las dos y dirigiría un hiriente pero poderoso documental llamado con acierto Amazona. Por algo más de una hora, la conversación entre la madre y la hija —más parecida a una charla entre dos mujeres maduras— comprende un ejercicio de liberación de ambas. Val se resiste a los juicios —y prejuicios— que yacen en las decisiones que tomó; su defensa no podría ser más inmediata: “Era mi vida. Mi vida”. La belleza (y el valor) del documental radica en enfrentar y atacar desde la idea de individuo la concepción de una figura intocable —aunque irónicamente abatida— en nuestra sociedad: la madre.
Durante mucho tiempo la maternidad fue una imposición social, producto de la concepción masculina de las mujeres como vientres fértiles. Incubadoras de estirpes de hombres. De este modo, el valor de la mujer dependía de su capacidad de procrear y hacerse cargo de una familia. Por décadas se confinó a muchas mujeres a una cárcel construida por el hombre: el hogar.
También la manipulación moral era extenuante: el porvenir de sus hijos dependía de ellas, la carga de su futuro correspondía al peso de “ser una buena mamá”. Dicho peso significaba dejar de ser primero mujer, luego individuo. Mientras las maltrataba, la sociedad hizo a las madres responsables de todo. De casi todo.
La decisión de ser o no madre y de cómo serlo les corresponde a ellas,
su cuerpo cambia, su salud se deteriora, su juventud se escapa.
Un precio altísimo inexplicable para muchos de nosotros
Hoy en día el rol de la mujer en la sociedad ha tenido transformaciones positivas, representadas en parte por el hecho que cada vez son más las mujeres que están decidiendo autónomamente ser o no ser mamás y también cómo serlo, mientras desarrollan sus carreras y materializan sus aspiraciones personales. Definitivamente, la decisión de ser o no madre y de cómo serlo les corresponde a ellas, siendo quienes más arriesgan a la hora de tener hijos: su cuerpo cambia, su salud se deteriora, su juventud se escapa. Un precio altísimo inexplicable para muchos de nosotros.
A veces, cuando las veo dichosas y orgullosas de sus hijos en parques y restaurantes me detengo a pensar en las dudas que las habitan en sus noches de soledad, cuando el niño por fin se duerme. ¿Pensarán en los días de sus vidas que ya no fueron?¿Verán de lejos los planes que tenían para sí mismas ahora interrumpidos para siempre? Sin duda estos pensamientos las avergonzarán y trataran de evitarlos apagándoles la luz, pero la realidad es esa: una madre, sacrifica todo. O al menos como hombres esperamos que una madre lo sacrifique todo.
Val fue la excepción, una mujer de otro tiempo y otro sentir. Mientras veía Amazona me enfurecí con ella. ¿Cómo era capaz?¿No ve el sufrimiento de su único hijo a quien se le desbordó la vida? Minutos después afuera del cine, pensé en las palabras de la inglesa: “Era mi vida, mi vida”. La empecé a entender. También pensé que si Val hubiese sido un hombre, un padre y no una madre, simplemente no hubiese habido documental. Nada habría pasado. Son tan comunes los casos de hombres que abandonan a sus familias —y tan aceptado— que no habría historia para contar. Este no fue el caso, por eso Amazona enfurece, por eso es tan fácil señalar la culpa de Val, que no es otra que haberse atrevido a ser madre y Val a la vez. Imperdonable.
@CamiloFidel