La culpa no es solo de los borrachitos
Opinión

La culpa no es solo de los borrachitos

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julio 03, 2015
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Es innegable que después de la prohibición de conducir habiendo tomado licor, la accidentalidad en nuestras carreteras ha disminuido hasta alcanzar unos niveles que superan el veinte por ciento. Un alivio, aunque sigue existiendo el otro ochenta por ciento.

Sin embargo, esta es una medida que hay que celebrar, así algunos la consideremos represiva, pues no tolera los mínimos niveles de alcohol aceptados casi en el resto del mundo. Si tal cosa ocurriera en Europa, donde la mayoría de los adultos acompaña las comidas con una copa de vino, el tráfico se paralizaría después del almuerzo y la cena. Pero también es cierto que ahora es corriente ver en las reuniones sociales a un conductor elegido para un grupo de amigos que viajan en el mismo vehículo. Otros acuden al servicio público, algunos piden la colaboración de las aseguradoras. Hay restaurantes que tienen su propio servicio de choferes para devolver a los clientes a sus casas, y hasta los maridos entregan las llaves del carro sin poner mucha resistencia, ni asegurar, con la lengua trabada, que están en perfectas condiciones para asumir la responsabilidad de tomar el volante. Estas son medidas pedagógicas que nos han hecho responder ante los derechos de los demás. Sin embargo, existen otras causas de accidentalidad en las vías que los ciudadanos vemos con preocupación.

El mayor peligro, mucho más que el de los embriagados, es el de las motos. Hoy en día el hecho de conducir en cualquier ciudad colombiana, es someterse a las caprichosas leyes del azar. Cada vez que regresamos a casa sanos y salvos, esto se debe a la buena suerte, más bien que a la prudencia, o a la pericia para manejar. Adquirir una moto no cuesta mucho, y eso está bien, si el conductor se encuentra preparado para lo que viene después. Los distribuidores o las grandes cadenas cobran una baja cuota inicial, los pagos mensuales son mínimos, de modo que casi cualquiera puede acceder a esta clase de vehículos que son una evidente solución para la movilidad, una ayuda para empresas y comercio, y una poderosa arma letal cuando su manejo no es el correcto, cosa que ocurre con demasiada frecuencia.

Conducir a la defensiva, junto con una buena dosis de suerte, es la única manera esquivar ilesos el enjambre de motos, por lo general conducidas por jóvenes temerarios, desafiantes, que se pasan por la derecha, cruzan a toda velocidad frente a un vehículo en marcha para llegar al otro carril, frenan en medio de la calzada, avanzan en zigzag, compiten en destreza, se hacen visita de una moto a la otra, cortan las curvas a velocidades increíbles inclinándose hasta casi tocar el suelo, entran a la calzada desde una calle lateral sin mirar, viajan con la señora, el bebé y hasta el perro en la más flagrante violación a las normas de tránsito, volviendo las calles un verdadero campo de batalla donde cada vez se vive el riesgo de un grave accidente.

Me pregunto qué hace el Ministerio de Transporte además de los retenes donde se verifica que los papeles estén en orden y los motociclistas no lleven un arma, para educar a estas personas, urgentemente necesitadas de unas políticas pedagógicas, de convivencia y respeto por la integridad y la vida. Problema que solo se solucionará con una gran y reiterada campaña a nivel nacional, ocupada de actualizar en conductas responsables a los que ya poseen una moto y han recibido algún tipo de inducción, y de iniciar y mantener vigente el proceso con los centenares que cada día salen a la calle.

El otro peligro sobre el cual hay tanta tela que cortar es el de la insuficiencia de las vías, que no se proyectan ni desarrollan de manera acorde con el crecimiento urbanístico, y que por ello mismo no dan abasto para recibir un tráfico cuyo volumen las excede. Traigo a colación el lugar en donde vivo, en Rionegro, cerca a Medellín. El sector de Llanogrande cuenta con una carretera trazada hace más de medio siglo, cuando era suficiente para las necesidades del momento. Durante estos años no se ha ensanchado, carece de glorietas, tiene un solo semáforo que a veces funciona y otras no, quién sabe por qué inexplicable capricho. En los pocos kilómetros que van desde las partidas de la variante al aeropuerto hacia Rionegro, hasta la entrada al pueblo, hay más de un accidente grave al día, en el que casi siempre participa una moto. Por las tardes es preferible quedarse en casa si ello es posible, para no circular entre enjambre de buses, busetas, transporte escolar, camiones, volquetas, bicicletas, taxis, vehículos particulares, caballos de paso fino, trochadores y galoperos lucidos por sus arrendadores, en medio de los cuales avanzan como bólidos los motociclistas, convencidos de que la vía es solo para ellos. Un ejemplo, no más, de lo que sin duda ocurre a lo ancho y largo del país.

Ya los borrachitos, y los que apenas nos tomábamos una copa, cumplimos. Ahora que lo haga el Ministerio de Transporte, atacando de frente unos problemas que prometen agravarse, poniendo en peligro la integridad de millones de ciudadanos.

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