Cuando escuchaba los escándalos de corrupción en cualquiera de los departamentos de la costa caribe (para estar en sintonía con el nuevo apelativo regional) siempre pensé que era algo que sucedía a la distancia, lejos de Bogotá y el centro del país. Que así como otros escándalos de corrupción en otras geografías como el Chocó, esos asuntos no pasaban de ser entramados locales, quizás, con una ilusión inocente de pensar que el resto del país, aunque con múltiples problemas, seguía siendo más o menos viable.
Pero no. Una vez escuché el caso de un funcionario en la costa que fue asesinado porque simplemente estaba averiguando un desvío de un dinero que pertenecía a las arcas de las entidades públicas, y solo fue la noticia y nada más; nunca más escuché sobre el asunto, entonces pensé que la culebra que sigue viva en el país debe ser más grande de lo que me imaginé.
Porque luego, con la detención de un exgobernador costeño en EE. UU., volvió a surgir el ruido de la corrupción en la costa, pero nada más, todo indica que la fuerza inocultable de las noticias hace que se haga ruido en los medios pero hasta ahí, todo pasa al olvido institucional.
Así que sopeso las múltiples culebras que hay en el país, especialmente en Bogotá y en Bucaramanga, sin negar la del resto del territorio colombiano. ¿Y qué me encuentro? Que la culebra de la corrupción costeña es, desde lejos, la más grande, arraigada y agresiva.
Entonces trato de pensar en algo positivo, quiero forzar mi mente a creer que no todo es corrupción en la costa caribe, que esa élite costeña a la que tanto acusan de todo lo peor y más macabro que ha existido en el país tiene una cara amable, un pequeño rincón donde mostrar que se hizo algo por la sociedad, y viene a mi recuerdo la bella Barranquilla.
Pero es tan poco, tan vaga esa luz, que se oscurece cuando percibo que en Bogotá y buena parte del país está siendo devorado por esa culebra de la corrupción costeña, que cada día se hace más grande, más arraigada y más agresiva, hasta el punto de que un ministro o funcionario le dice en la cara a los colombianos: yo me robé un montón de miles de millones de pesos ¿y qué?
Eso me asusta. ¿Será que ya es demasiado tarde para extirpar esa cultura corrupta? ¿Será que la culebra costeña se está devorando al país por completo? Aún sigo creyendo, intentando forzar mi mente, que es posible cambiar esa tenebrosa realidad en las próximas elecciones presidenciales, que la sociedad colombiana, especialmente la costeña, pensará en que es mejor un buen almuerzo todos los días y tener la certeza de empleo y oportunidades que un pequeño tamal y 50.000 pesos por un día.