Fotos Agencias
Lo descubrimos por casualidad en un intercambio de correos con una colega periodista que decidió unir su destino al del pueblo maorí. Las antípodas han despertado la curiosidad de muchos occidentales que merced a los tiempos que corren comprobaron hace tiempo, tal como esta intrépida reportera, que nuestro mundo actual no se mide por millas, sino por ahorros. Basta una firme voluntad, una planificación sin afán y el fascinante mundo austral de las viejas colonias británicas se postrará ante nuestros pies y nuestra sed de vivencias para sorprendernos con fenómenos como el que hoy traemos a nuestros caminos. Lo ubicamos en Nueva Zelanda, el sur del sur, por decirlo de alguna manera, debajo de Australia, apuntando directamente a la Antártida.
En la isla más septentrional del país se encuentra la localidad de Waitomo, una pequeña población que debe su etimología a los aborígenes con una traducción literal que podría ser algo así como “hoyo de agua”. Una vez haya aterrizado en el país no le será difícil llegar, está como a unas tres horas de Auckland y una vez allí se ubica fácil alojamiento. Waitomo se ha hecho célebre por sus cuevas, y más que por ellas por un singular habitante de las mismas, que le confiere un original aspecto que atrae cada año a miles de turistas. Estas cuevas de roca calcárea forman unas grutas que tienen como mayor particularidad ser el hogar de miles de gusanos luminiscentes que habitan en su techo y permiten una fotografía única.
El gusano no es otro que la larva del insecto denominado Arachnocampa luminosa, que se caracteriza por atraer a sus presas mediante una fuerte luz brillante. Cuando la curiosa víctima llega para husmear la cosa, un hilo mucoso la deja pegada y el gusano procede a darse el banquete. Allá son conocidos como Glowworm, nombre genérico en inglés para varios tipos de larvas bioluminiscentes. La eficacia es la misma con las presas que con los turistas, que tampoco resisten esta atracción.
La cueva está formada por tres diferentes niveles, y el buscado show lo encontraremos en el tercero. Lo conocen como la Catedral, donde no solamente el espectáculo es visual, pues al tratarse de una zona cerrada por las paredes de roca de 18 metros de altura, la acústica es también muy sobresaliente. La mejor forma de acceder es a través de un tour guiado caminando o mejor todavía a nuestro juicio es la opción de hacerlo en un bote navegando en el interior de las grutas. No debemos olvidar el casco con luz que debemos llevar puesto. Se puede incluso nadar o mantenerse a flote en cámaras de caucho como si se estuviese en la piscina de un gran resort. El lugar pone a disposición del visitante deportes más activos como descensos en rapel en medio de la oscuridad o tirolesas.
La sensación es indescriptible cuando se llega al objetivo final. Pareciese como si se navegase por la inmensidad de un universo negro y de repente se apareciesen ante los ojos estupefactos de los intrusos incontables destellos que parecieran estrellas, constelaciones, galaxias de insectos a modo de luciérnagas australes para inmortalizarlas en la retina y en la tarjeta de memoria. Se puede ver pero obvio no se puede tocar.
Cuando regrese al exterior aproveche su viaje y sumérjase en los caminos de las verdes colinas de esta Nueva Zelanda profunda y rural. Los paseos ecuestres son una buena opción de evocar las sensaciones de los primeros colonos que pisaron estas tierras para hacer de la patria del kiwi uno de los destinos más exóticos y recomendados que se pueden hacer desde esta otra parte del mundo.
