Cuando era un niño solía pensar cada vez que llegaba la media noche un veinticuatro o treinta y uno de diciembre en como la pólvora, ese estado constante de pólvora sonando debía ser como se escucharía a diario una guerra.
Recordaba imágenes de la segunda guerra mundial o la guerra de Vietnam y pensaba en lo intenso que sería emocionalmente hablando el tener que soportar constantemente el sonido de la violencia.
Claro está hemos vivido en un país en guerra durante cincuenta años; para muchos ha existido constantemente pero para muchos otros en las principales ciudades la violencia se ha resumido a eventos difícilmente conectados, muchos de nosotros hemos vivido en una ‘burbuja’ donde los eventos violentos poco o nada tienen que ver con la guerra fratricida que se libra en las zonas rurales del país y eso ha dado como resultado que surjan en nosotros toda serie de apreciaciones deshumanizadas del conflicto.
La guerra para muchos es un estado desconocido; es un estado inexistente o poco relevante que nos lleva a tomar deportivamente todo lo que le rodea, asumimos posiciones radicales pro armamentistas sin tener idea alguna de lo que es usar un arma o de sus repercusiones; criticábamos hace muy poco a este grupo de israelíes que se sentaba en las colinas a ver los bombardeos sobre gaza como un espectáculo cuando la mayoría de nosotros almuerza escuchando o viendo sobre las miles de tomas, masacres y bombardeos que los grupos ilegales o el estado realiza.
Hemos dejado que la guerra se deshumanice; ya no son más seres humanos los que mueren, son cifras, mil o dos mil, ‘muertos o heridos’, “víctimas fatales’, ‘dados de baja en combate’; eufemismos que utilizamos para siempre mediar los eventos.
El riesgo real de haber mediado la guerra, de haber deshumanizado sus efectos y aminorado sus consecuencias es que somos totalmente irresponsables frente a las decisiones que se presenten en el futuro; hay una guerra en Siria, una guerra entre los territorios de Irak e Irán, otra en Afganistán, en palestina, una en Sudán, Angola, y otros 35 países del mundo incluido el nuestro, sin contar con las tensiones actuales entre las grandes potencias (Rusia y Estados Unidos por Ucrania – Japón y China por las islas Senkaku).
Los medios de comunicación han creado un estado de información seleccionable, donde las verdades y realidades son vistas u obviadas, ya no es incluso necesario ver las trasmisiones noticiosas que contenían este “fastidioso segmento de realidad con muertos y guerra”, sino que podemos ver dos horas de noticias estilizadas y superficiales por internet. Muchos de nosotros podemos llegar a ser considerados como masoquistas por querer enterarnos de las realidades del planeta.
De otra parte, algunos de estos conflictos podrían desembocar en algo más grande y aún peor como una guerra nuclear y lo escalofriante de la situación es que, aquellos que deciden a fin de cuentas si pelear o no una guerra, son el grueso de la población votante que ha cedido su derecho por el aparente bienestar de la distracción mediática y tecnológica.
Ahora bien, no deseo preocuparles por saber cómo será la tercera guerra mundial; pues como diría Albert Einstein refiriéndose al tema, al menos sabemos ya cómo será la cuarta, con piedras y palos; será lo único que quedará.