Cuando Pablo Escobar era el hombre más buscado del mundo, el capo decidió esconderse en el centro de Medellín, convertirse en taxista y caminar con una gorra barata por San Javier. No hay mejor escondite que lo obvio. Eso mismo hizo desde 1993 hasta su detención, el lunes pasado, Matteo Messina escogió una casa en Campobello di Mazara, un lugar a sólo ocho kilómetros de Castelvetrano, el pueblo donde nació. A pesar de sus atroces crímenes, Messina, el capo máximo de la Cosa Nostra, no había pagado un solo día de cárcel. Quienes lo conocieron afirmaron que se jactaba de todas sus maldades, como esta frase: “Con la gente que he matado, podría llenar todo un cementerio”. Muchas de las decenas de personas que asesinó lo hizo con sus propias manos. El estrangulamiento era una de sus prácticas habituales.
Messina llamaba la atención. Había renunciado a la frugalidad, el bajo perfil que caracteriza a los que se esconden. Horas después de su detención la policía italiana puso patas arriba su casa y encontró, además de Rolex de 50 mil euros, racimos de pastillas de viagra que constataban lo que después dirían sus vecinos: que las escapadas con sus amantes eran casi que pan de cada día. Las juergas las hacía en islas griegas o en Suiza. Usaba un nombre falso, el de Andrea Bonafede, con el que muchos en Campobello di Mazara lo conocían y además lo respetaban. En ese lugar todos sabían quién era Matteo. Todos sabían que le decían Diabolik y sabían por qué se había ganado el remoquete sacado de un muy célebre comic italiano.
El primer crimen de Messina lo cometió cuando aún no había cumplido 18 años. Entró a la mafia de la mano de su papá, Don Ciccio, jefe del clan local. Creó un grupo que garantizó en la década del noventa que la Cosa Nostra seguiría alargando sus tentáculos y, ¿por qué no? convertirse en una organización respetable. Por eso pudo lavar miles de dólares invirtiendo en negocios como el sector inmobiliario, la energía eólica y las apuestas online. Hace 30 años se convirtió en una obsesión para la policía italiana y era mucho más allá que por sus negocios ilícitos. Sus crímenes eran abominables.
Ordenó el asesinato de los jueces antimafia Falcone y Borsellino. Fue el cerebro detrás de una serie de atentados en Roma, Milán y Florencia. A un empleado de hotel, acusado de ser amante de su novia, lo descuartizó. A su propia pareja, embarazada de tres meses, la estranguló con sus propias manos. En 1992 sustituyó al jefe del clan Corleonesi –nombre inspirado por El Padrino- Toto Riina, conocido como La Bestia. Para Messina dejar claro que no le iba en zaga en cuanto a crueldad se refiere a su maestro, ordenó, a comienzos de los noventa, una serie de atentados en Florencia, Milán y Roma que dejó 10 personas muertas y 150 heridos. Pero su peor crimen no se ha contado aún.
En 1993 un narco arrepentido, Santino Di Matteo, fue convencido por la Fiscalía italiana para declarar contra Messina. En venganza le secuestró a su hijo Giuseppe para obligarlo a cambiar su testimonio. Santino tenía pruebas que demostraban su participación en el crimen del juez Falcone. Después de 776 días en los que Di Matteo demostró estar dispuesto a violar la Omertá, la ley de la mafia que hacía imposible que un miembro de cualquier clan pudiera hablar, delatar a alguno de sus compañeros, Messina estranguló al pequeño. Luego disolvió su cuerpo en ácido. Desde entonces se empezó a esconder, se sometió a innumerables cirugías para quedar completamente irreconocible. A sus seudónimos se le sumó el de Alessio. En el 2010 la revista Forbes lo nombró como el hombre más buscado del mundo. Pero cayó. Cayó por culpa de una enfermedad que lo obligaba a visitar al médico más famoso de Castelvetrano, Alfonso Tumbarello, quien además fue elegido, con su ayuda, alcalde del pueblo en el año 2006. Gracias a pagarles a cientos de habitantes del pueblo, de dar empleo y engrasar a la policía, Messina pudo camuflarse a la vista de todo el mundo. Ahora, todo ha terminado para él. Ya está en la temible L’Aquila, la prisión donde están los peores criminales de Italia.