Aunque la facilidad de la televisión y las redes nos han puesto al tanto, cada vez con mejores detalles, de las crueldades cometidas el 7 de octubre por los palestinos de Hamás contra más de un millar de judíos en las fronteras de Israel y ,desde el día siguiente hasta hoy, de la insania con que el gobierno de Netanyahu ha puesto a su ejército a vengarse por la afrenta y masacrado miles de mujeres y niños, la imposibilidad de calificar a unos y otros de lo que han sido capaces, había sido superior al repudio que mucho hemos sentido viendo esas escalofriantes imágenes de la guerra en Gaza.
Pero desde cuando la Corte Penal Internacional, la misma que ordenó el arresto de Putin, decretó la captura del primer ministro israelí y de su estrambótico ministro de la guerra y, paralelamente la de tres desconocidos cabecillas de Hamás, el mundo se ha abierto a la esperanza de que tanta vesanía será al menos condenada históricamente. No solamente se lleva al patíbulo de un juicio en la Corte Penal Internacional a los gobernantes de un país que desde cuando se fundó ha modificado su accionar frente a la verdad y a los de un grupo de descendientes de los antiguos dueños de la tierra palestina, que alegando el despojo de que fueron objeto, prefirieron la línea del terrorismo para recuperar al menos una parte de su territorio. Lo que se pretende llevar ante el patíbulo es el sentido de la venganza que ha reemplazado la justicia camuflándose con la guerra.
Desde cuando la CPI decretó las capturas, el mundo se ha abierto a la esperanza de que tanta vesanía será al menos condenada históricamente
El mundo ha evolucionado mucho en los últimos 75 años, el respeto por las mujeres y los niños ha aumentado gloriosamente, pero la opción de dirimir diferencias utilizando la guerra, la muerte y la tragedia, no ha podido extraerse de los seres humanos que habitamos este mundo. Que al menos exista ese tribunal así no sea reconocido por los crueles poderosos, ayuda a no perder la esperanza en el futuro.