El virus no tiene cura, por ahora, y seguirá siendo extremadamente contagioso hasta que no se haya inmunizado una buena parte de nuestra sociedad. Para que eso suceda, muchos tendremos que habernos contagiado y sobrevivido a la enfermedad sin hacer colapsar los hospitales. Eso literalmente es jugar al equilibrista: por un lado, mantener un nivel de interacción suficiente para generar una economía que no nos deje caer en el hambre generalizada, y por el otro, evitar las aglomeraciones y escenarios que permitan explosiones de contagio. La vida no volverá a ser como antes, tal vez en años.
En primer lugar, la suspensión de los juegos olímpicos deja ver lo que va a suceder con los deportes: los estadios y escenarios deportivos no podrán emplearse por meses. La experiencia catastrófica italiana apunta, entre muchos otros culpables, a que el partido del Atalanta contra el Valencia por la Champions League fue un detonante de la situación que tiene colapsado a los sistemas sanitarios de España e Italia. Muchos medios han llamado a ese partido como el “juego cero”, haciendo referencia a un evento donde miles de personas se contagiaron. A todos nosotros quienes religiosamente acudimos a apoyar a nuestros equipos, se nos prohibirá dicha actividad y tendremos que acostumbrarnos a las transmisiones por televisión. De hecho, la plena reactivación de los torneos del futbol colombiano es bastante improbable, pues sin boletería es muy complicado el mantenimiento económico de los equipos.
El turismo y las empresas que se sostienen sobre los viajes internacionales recibirán un golpe casi mortal. Hoy mismo, y después de lograr una increíble disminución en el contagio, China tuvo que cerrar sus fronteras completamente para evitar un “rebrote” de casos. La misma decisión tendrá que ser tomada por muchos países para proteger a sus ciudadanos, siempre que existan países que no hagan lo suficiente para evitar que el virus los consuma completamente y se conviertan en focos de infección. Es decir, adiós turismo, adiós viajes de negocios y adiós eventos transnacionales. El turismo tendrá que sobrevivir únicamente con viajeros locales y los influencers tendrán que conformarse con viajar de la casa al supermercado.
En situación similar a los estadios se encuentran las discotecas, los balnearios, los colegios, las universidades y las iglesias. Estas últimas tendrán el reto de explicar a sus fieles la razón por la cual el virus afecta a todas las religiones por igual sin importar que crean o no en la cristiandad y por qué es imposible que la fe detenga la progresión de una enfermedad que nos tocó a todos sin importar lo correcta que haya sido nuestra vida ante Dios. Las universidades tendrán que acostumbrarse a la virtualidad y a la anormalidad académica.
Y finalmente, aunque controlemos la velocidad de contagio del virus, muchos de nuestros seres amados morirán y las pérdidas de vidas tal vez se cuenten en decenas de miles. El dolor de la pérdida va a dejar cicatrices profundas en nuestra sociedad y millones de colombianos despertarán a la triste realidad de un sistema de salud y ciencia desfinanciado y vulnerable. La política deberá responder a esa realidad, desde el uribismo hasta el petrismo; ojalá aprovechen esta desafortunada oportunidad para sanar las heridas de un país que lleva décadas sufriendo por sus divisiones, pero que ante esta tragedia está unido en la tristeza y el desconcierto.
