La crisis de la Coalición Centro Esperanza (II)

La crisis de la Coalición Centro Esperanza (II)

Con la salida de Cristo de la coalición, uno de los que más ha luchado por el Acuerdo de Paz, parece como si el proyecto tuviera ya fecha de vencimiento

Por: Tiberio Gutiérrez Echeverri
febrero 04, 2022
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La crisis de la Coalición Centro Esperanza (II)
Foto: Pixabay

De nada valieron acuerdos y conciliábulos, declaraciones unitarias y reconciliaciones, actos de buena fe y de elogios mutuos; la candidata renunció para irse a luchar como el llanero solitario contra el monstruo de la corrupción.

Pero bueno, esto no se queda así. Esto se va a hinchar en la segunda vuelta presidencial.

Lo importante y esencial de la anécdota, el fondo de la cuestión, es el punto de vista que se adopte sobre la lucha contra la corrupción, la forma como hay que combatir el fenómeno de la descomposición moral y democrática del país; no se trata de dar cartilla ni de recitar el catecismo de la moral, como lo vienen haciendo con cinismo muchos personajes de la politiquería tradicional, a quienes que no les da vergüenza asumir posiciones moralistas sin tener en cuenta su comportamiento político.

En un país diseñado institucionalmente para la producción y reproducción de la corrupción, es un canto a la bandera pensar que con el deseo y las buenas intenciones se puede acabar con este flagelo que ha hecho metástasis desde la presidencia de la República; que basta con crear muchos cargos burocráticos, y otros tantos “bloques de búsqueda” para perseguir a los corruptos, como lo hizo recientemente la procuradora Cabello Blanco (allá va el ladrón señala el delincuente), para solucionar el problema que viene no solamente los gobiernos de turno sino también de los gremios económicos que de una u otra manera se lucran con la inmoralidad, la venalidad, los sobornos y la deshonestidad.

¿O acaso el contrabando, la evasión y elusión de impuestos de los grandes grupos capitalistas, no son manifestaciones de la corrupción? ¿Y las reformas tributarias a favor de los grandes empresarios no son también manifestaciones de corrupción? ¿Y la contratación pública para negociar el enriquecimiento ilícito de particulares no es una forma de corrupción?

Y así podríamos continuar indefinidamente sin llegar a un planteamiento del problema que asegure su erradicación, enredados como corcho en remolino en consideraciones morales sin enfrentar el problema político de fondo.

La corrupción es un fenómeno consustancial a la estructura del capitalismo, es decir, así como el sistema no puede existir sin desempleo tampoco puede subsistir sin corrupción; quiere decir en otras palabras que es un fenómeno estructural del modo de producción capitalista, sobre todo en su expresión colombiana, que no se va a superar con las buenas intenciones de los gobernantes haciendo ostentación de programas y proyectos para combatir la corrupción.

Lo mismo que la violencia y la guerra que están incrustadas en el modo de producción, de tal manera que la única forma de luchar contra el cáncer que ha hecho metástasis en las instituciones del Estado, es cambiando el modelo de acumulación, y no solo el modelo sino también el mismo sistema capitalista, es decir, transformando la estructura económica, política y social que ha impuesto la clase dominante para el ejercicio del poder.

En este sentido me parece que el proyecto político del Pacto Histórico es el único que se acerca en forma real a la lucha efectiva contra de la corrupción, creando las condiciones con las reformas estructurales que le quiten el espacio y el oxígeno a este fenómeno que se ha expandido como verdolaga en playa en el Estado, la economía y en la sociedad colombiana.

La renuncia de Ingrid Betancourt va crear nuevas condiciones para los movimientos electorales de los partidos políticos, empezando por el partido liberal, desde donde ya empiezan a llegar nuevos apoyos a la candidatura de Alejandro Gaviria, con la manifestación de César Gaviria de que Sergio Fajardo no pasaría a la segunda vuelta, lo que seguramente va a seguir provocando contradicciones entre los bloques mayoritarios de la convergencia, y además con el guiño que le ha hecho al llamado de Petro a los liberales para que ingresen al Pacto Histórico, teniendo en cuenta el pasado reformista del Partido Liberal.

Además de las complicaciones que le ha creado a De la Calle, con el aval de Verde Oxígeno para encabezar la lista al Senado de la República, a tal punto que ya elevó consulta al Consejo Nacional Electoral, para esclarecer si existiría doble militancia en el caso de apoyar al candidato electo en la consulta de la Coalición Centro Esperanza.

En estas condiciones los sectores de la socialdemocracia liberal, o los liberales socialdemócratas que se autoproclaman como los abanderados del centro político en la lucha contra los extremos del “populismo de izquierda” y del autoritarismo de la derecha, están como dice la canción de Violeta Parra: ni chicha ni limoná.

El centro político en Colombia no tiene futuro como proyecto de las capas medias porque sencillamente la estructura económica y social de país no da para la creación y desarrollo de una amplia clase media que tenga la identidad y el músculo financiero que le permita tener una expresión política independiente para poder ejercer la hegemonía cultural, económica, social y política, todo lo contrario, todos los días va en camino de la vulnerabilidad, proletarización y precarización de sus condiciones de vida y de trabajo.

Las tremendas desigualdades sociales, la basta informalidad de los trabajadores, el desempleo disfrazado, el monopolio de la banca, el crédito, la tierra, los servicios, el comercio, la educación, los medios de comunicación, en fin… no existe el espacio para el crecimiento de una clase media poderosa, organizada políticamente, que pueda dirigir los destinos del país y de la nación.

Lo anterior se está expresando con claridad en la crisis actual de la Coalición Centro Esperanza, que después de dos años de conformación no ha podido concretar su proyecto político, económico y social para enfrentar a los grandes monopolios de la economía, la política y las comunicaciones.

Por eso no es cierto que pueda posicionarse como el centro político entre los extremos, para dirigir desde allí los destinos del país y de la nación, sino que ocurre todo lo contrario, todos los días se van reduciendo más sus ingresos económicos y su capacidad de compra, a tal punto que mantener la canasta familiar, la casa, el carro, y la matrícula para el estudio de sus hijos, lo tienen que hacer con los préstamos usureros de los grandes bancos, que le castran sus sueños de ascenso y movilidad social hacia los círculos del poder, aparentando muchos de ellos una posición intermedia ficticia que no hace más que servir objetivamente a los intereses de la oligarquía dominante.

Por eso no son los extremos entre el Pacto Histórico de Gustavo Petro y el Centro Democrático de Álvaro Uribe, como quieren hacerlo aparecer la gran prensa, los gacetilleros a sueldo de la gran oligarquía y los voceros de la Coalición Centro Esperanza, los que en realidad se están disputando la presidencia de la Republica, sino que lo que se está batallando es nada más ni nada menos que el modelo de acumulación del neoliberalismo, que está haciendo agua por los cuatro costados, y un nuevo modelo de desarrollo democrático y popular que tenga en cuenta las mayorías nacionales y populares.

De tal manera que la polarización de la sociedad no es más que la profundización de la lucha de clases a un nivel nunca antes visto en la historia reciente del país, hecho que celebramos con profunda complacencia, como que sectores importantes de las grandes mayorías nacionales y populares están empezando a despertar a la lucha política en defensa de sus derechos, por un nuevo país, un nuevo Estado, una nueva economía y una nueva sociedad más justa y democrática.

Es la receta neoliberal la que está produciendo la polarización de la sociedad, y no el “populismo de izquierda” como trata de hacerlo ver la Coalición Centro Esperanza, ubicado en una posición de las capas medias vacilantes que parece que no fueran ni chicha ni limoná, como dice la canción de Violeta Parra; es la economía monopolizada en un grupo impúdico e inmoral que quiere seguir conservando sus privilegios por encima de cualquier consideración ética y democrática.

En estas condiciones desconocer el programa del Pacto Histórico es ubicarse objetivamente al lado de los intereses de la oligarquía dominante, por más vueltas y revueltas que se le quiera dar al asunto.

Otra cosa es el tratamiento de los matices políticos. Se pudo haber llegado a un acuerdo para participar en una consulta unitaria con el fin de ganar en la primera vuelta, pero las vacilaciones, el miedo, la desconfianza en el pueblo, y la falta de un discurso y de un programa democrático de fondo que supere las causas reales de la situación de miseria y falta de democracia del pueblo colombiano, hicieron imposible que los sectores políticos agrupados en la Coalición Centro Esperanza pudieran superar su conducta política menesterosa frente al gran dilema del momento: fascismo ordinario o democracia avanzada.

Por eso están ahora patinando en las inconsecuencias políticas y en las incoherencias de sus vacilaciones programáticas, que los han llevado a refugiarse en el discurso mentiroso de la moral pequeñoburguesa, quedándose en los cálculos electorales personales para negociar tajadas del pastel burocrático en las elecciones presidenciales, ignorando el problema fundamental del pueblo colombiano: la toma del poder político para las grandes mayorías nacionales.

Ahora, con la salida de Juan Fernando Cristo de la coalición, uno de los hombres que más ha luchado por la implementación del Acuerdo de Paz, parece como si se le hubiera puesto la fecha de vencimiento a este proyecto político que, a no dudarlo, va a trabajar objetivamente con el voto en blanco a favor de la ultraderecha colombiana, como ya lo aseguró Sergio Fajardo, uno de los dirigentes más opcionado de la coalición. Amanecerá y veremos el día de las elecciones.

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