Recuerdo esas épocas en que los padres inculcaban a sus hijos obediencia por la fuerza pública, cuando se veía a un policía en las calles se guardaba respeto por lo que representaban o representan. Eso hoy día se ha perdido.
Si se hace un análisis profundo de los procederes y sucesos de esta institución en la última década se percibe que se han presentado escándalos graves de toda índole —corrupción, malos procedimientos con los ciudadanos, erróneas interpretaciones del código policial por parte de patrulleros, abusos de autoridad, total indiferencia con los habitantes de sectores más vulnerables del país que se rebuscan para vivir (vendedores informales)— y a su vez una persecución sesgada en contra de motociclistas.
Todo esto conlleva a la ciudadanía a plantearse serias preguntas como: ¿realmente es garantía contar con esta institución?, ¿les enseñan a los integrantes de esta institución cual es el deber constitucional de su ejercicio?, ¿les dan catedra de porque razón histórica fue creada su institución por la sociedad?
Es de saberse que “el hombre es malo y perverso por naturaleza”, por ello las sociedades desde sus orígenes cedieron paso a la creación de una institución para que velara por la seguridad, y para que salvaguardara la libertad y el derecho de los ciudadanos. Lastimosamente en Colombia esto no es así.
Se están ganando poco a poco un fuerte desprecio y rechazo de la sociedad. Es tan soez su accionar en diversas situaciones que cuando un ciudadano se topa con un policía se siente con miedo e inseguro.
Encontrar a un policía es sentirse intranquilo. Aunque tengas tus documentos al día o te encuentres en la legalidad, no se sabe con qué puedan salir, de modo que los colombianos los evitamos constantemente, los esquivamos.
Además, su imagen en Colombia no es nada favorable, se relaciona a la institución con corrupción, se aprecia que se defienden los intereses de unos pocos por órdenes de dirigentes de turno, y se olvidan del sentir ciudadano de donde ellos provienen.
El colombiano está cansado de los abusos, de la persecución a motociclistas como si fuesen delincuentes y de pagar seguros obligatorios que equivalen al 60.37 % de un salario mínimo.
Ahora bien, años atrás las licencias de conducción no tenían un costo relevante, pero actualmente tienden a costar el 85% de un salario mínimo en caso de motocicletas, y salario y medio en el caso de vehículos. En Colombia tener una es un lujo que pocos se pueden dar. Lo mismo sucede con el Soat y por el mismo camino van otros documentos como la tecnomecánica.
Esto se ha convertido en un negocio, los contratos millonarios que se firman para la operación de las grúas, el tema del parqueo, la imposición de comparendos, el robo a piezas de motos en los patios, etc.
Y aunque no se puede generalizar todos en un mismo saco, porque en toda ley hay excepciones, son contados a dedos los buenos uniformados. Definitivamente es lamentable. Los entes de control están haciéndose de la vista gorda con esta situación, con esta corrupción.
La policía se creó para batir la delincuencia, el robo a mano armada, el atraco con armas blancas y la extorsión, allanar los expendios de drogas, vigilar el contrabando, velar por la seguridad, orientar y cuidar la ciudadanía, y a hacerla sentir protegida y segura.
Y al parecer las principales funciones diarias que cumple la policía de Colombia es imponer multas y establecer comparendos de toda índole y por cualquier motivo en las carreteras y calles de Colombia.
Además, si bien la inseguridad en todas las ciudades del país es alarmante, la honorable institución tiene a sus patrulleros haciendo retenes, quitando motocicletas y vehículos.
