La cotidianidad: el peor enemigo de la violencia contra la mujer

La cotidianidad: el peor enemigo de la violencia contra la mujer

Se suma que muchas veces las mismas mujeres son los jueces más implacables y construyen casi una estatua al victimario, a causa de los prejuicios e ignorancia

Por: Diana Patricia Jaramillo Peña
agosto 18, 2023
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La cotidianidad: el peor enemigo de la violencia contra la mujer

Las formas de violencia están experimentando transformaciones profundas, han encontrado en los entornos digitales el espacio ideal, y las experiencias cotidianas nos entrenan en su normalización.

Basta subirse a un articulado en una hora pico para comprender la dinámica de la naturalización de diferentes tipos de violencias.

Si tomas una ruta concurrida te expones a una rejuntada masiva con tus próximos en el espacio inmediato a la puerta a causa de la necesidad imperiosa de desplazarte por la ciudad por intereses diversos; se constituye un bloque humano donde es casi imposible respirar.

Cuando logras desatarte un poco de la maraña, buscas otro punto, y desde allí observas y reflexionas: ¿cómo nos permitimos tratarnos así consigo mismos, y hacia los demás?, y lo naturalizamos.

Se hizo cotidiano empujar y rebasar para alcanzar un trocito de pasillo. Los cuerpos se adhieren a diario, pero no por ello hay más cercanía. Se trata de cada uno: tengo que irme en esa ruta sí o sí. Y la falta de consciencia y empatía impiden ver la necesidad de moverse hacia los extremos del vehículo para experimentar un viaje más amable, más digno.

Esto para comprender un asunto de mayor envergadura; consiste en las voces de las mujeres que quieren decir, lo que en otro momento nombraron y apenas a oídas resultó entre familiares, amigos, conocidos; adheridos por categorías, pero distantes. Ya no están. Su vida fue apagada.

Por permitirse ese trato así mismas, para ser reconocidas por un ser irracional, y por la indiferencia o la falta de acción de sus próximos. Como en el pasillo del articulado, todos físicamente rejuntados, pero cada uno independiente, incluso como ciudadanos.

Los feminicidios casi nunca son un hecho improvisado. El victimario ha develado con suficiente anticipación una serie de comportamientos y acciones cargadas de violencia, ejercicio de control y poder, que infortunadamente son naturalizados; por el mal hábito de naturalizar las diversas formas de violencia, casi que forma parte del imaginario colectivo.

En nuestra cultura latinoamericana, los golpes, los gritos, los términos desobligantes forman parte del contexto familiar, a pequeña o a gran escala, que no excluyen estrato social, se ejercen de manera soterrada, también abiertamente, y suele trasladarse a otros espacios en la sociedad.

En efecto, en muchos casos, las mujeres guardan silencio por miedo; por interés material; por no dañar la falsa imagen que han construido frente a los demás de su pareja; para que sea aceptada en el entorno de la mujer; para que los hijos no crezcan sin su padre; para no repartir a los pequeños entre las familias de uno y otro; porque enamoradas de un avión fallando, le han asignado la categoría de héroe a un demonio; porque no encuentran el respaldo que necesitan de familiares y amigos; porque las personas más cercanas, o bien desconocen lo que sucede al interior del vínculo, o no creen en la versión de los hechos que expresa la víctima, también por física indiferencia, o como un ejercicio juicioso de manipulación. Entre muchas otras razones que aquí no se expresan.

Hoy, las formas de violencia se han diversificado; y es importante para aquella parte de la sociedad civil que no se constituye en miembros activos de las nuevas tecnologías que se familiaricen lo antes posible con este flagelo, con la violencia directa e indirecta, sincrónica y asincrónica que personas inescrupulosas ejercen sobre sus víctimas haciendo uso de los diferentes medios digitales.

En vista a que los golpes físicos son demasiado evidentes, las nuevas tecnologías juegan un papel importante por unas razones evidentes, en primer lugar, es un fenómeno reciente por lo que cuesta creer que suceda. Se piensa que es materia exclusiva del cine, de la ciencia ficción.

También que las víctimas inventan los relatos, pues a los escuchas les falta cercanía con el mundo digital. En efecto, estos mecanismos cada día cobran más fuerza, el enemigo es invisible, pero allí está, por supuesto hay un rostro o varios rostros ejerciendo sistemáticamente diversas formas de agresión según la situación concreta, impidiendo el desarrollo laboral, profesional, social, emocional de la persona en cuestión.

Lo más difícil de enfrentar esta forma de violencia abierta pero escondida es la falta de credibilidad que genera entre cercanos, conocidos y desconocidos porque se desestiman sus alcances. Imagínese usted, que ahora mismo lee, siendo invadido en su vida privada: correos electrónicos, toman sus claves, acceden cuando quieren, quitan, ponen y nada pasa.

Líneas de celular en donde desaparecen mensajes porque se constituyen en las pruebas evidentes de asedio. Manipulan la información de sus plataformas laborales, redes sociales y sitios importantes que le constituyen como ente activo de la sociedad.

En esto consiste esta forma de violencia, desestabilizar a la persona, inhabilitarla socialmente, sembrarla emocionalmente, invalidarla. Un efecto doloroso y real es la soledad que viven las víctimas, porque el círculo inmediato emplea términos como: usted es una paranoica; eso no pasa nada es que se lo está imaginando; usted tiene que cambiar no puede seguir pensando así. Eso es pasado, deje el pasado atrás. Mientras la persona lidia con el hecho de tener la vida atorada en diversos sentidos.

No es posible asumir el papel de nuestros próximos en el articulado. Todos muy rejuntados, pero en absoluta distancia. Los feminicidios ocurren en la cara de todos, familiares, amigos, vecinos. La falta de cercanía, de empatía impide concretar acciones oportunas. Desestimar las señales es nocivo, acostumbrarse a la violencia doméstica es el mayor error. Hay que intervenir, acompañar, escuchar, alertar a las autoridades.

De puertas afuera, no es tan visible, quien ejerce poder y control por lo general no se expone, muestra la mejor cara, para de paso poner en duda la versión de la persona agredida. Además de la carga social que implica ser mujer: te lo buscaste, te quejas por nada, eso no es tan grave, así lo conoció, no exagere, es que los hombres son así, usted no es la única que ha vivido eso.

Además de encontrar muchas veces en las mismas mujeres a los jueces más implacables, a la hora de abordar estos temas, por poco y construyen estatua al victimario, a causa de los prejuicios y la idea de mujer que se conserva de la Edad Media y la Colonia.

Pasa, y pasa todos los días a cualquier miembro femenino de tu familia, a tu amiga en la oficina, a tu compañera de la universidad, a tu vecina, a la desconocida que está cerca en el servicio público, a la que toma taxi por seguridad.

La mayor dificultad estriba en no creer cuando se tienen las pruebas en las manos, y los hechos en las narices. Podemos abordarlo como un viaje en articulado a la hora pico, donde estamos juntos pero distantes, o como un asunto de connotaciones más profundas: el derecho a la vida, el derecho a ser mujer y ciudadana desde la cercanía.

@safecreative

Licenciada en ciencias sociales de la Universidad de la Sabana
Especialista en ética de la Universidad Minuto de Dios
Magister en creación literaria de la Universidad Central

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