Soy una joven colombiana, de origen Caribeño pero con conocimiento y mucha experiencia de vida en el centro del país. Llevo aproximadamente una década viviendo en Bogotá, y gracias a ello he aprendido de su cultura ciudadana que me ha enseñado a vivir siendo más “civilizada”, especialmente en cuanto a los animales se refiere. Resulta que después de tanto trabajar decidí darme unas vacaciones y salir de paseo por el atlántico, el Magdalena y el Cesar; había olvidado cómo se vive en el Caribe, y les cuento, no siempre es playa, arena y gozadera, pues lo primero que noté en estas regiones, aparte de la falta de recursos con la que subsiste la mayoría de estas comunidades, la corrupción, la irregularidad en los servicios públicos, la sequía y la oscuridad, la deficiencia en los derechos de salud y la educación, entre otros; se encuentra el estado, calidad de vida y trato que reciben los animales; sí, los animales. A parte de lo que habla todo el mundo de la vida en la costa, decidí dedicar este escrito a los animales porque no recordaba cuanto dolían hasta que a estas tierras volví.
Perros, gatos, caballos, mulas, burros, entre otros, pero siendo estos los directamente afectados, los ve uno en las calles tirados, heridos físicamente, desnutridos, moribundos y maltratados por la gente. Los animales prácticamente no son reconocidos como seres vivientes, parecieran más bien cosas para la mayoría de mis paisanos costeños, incluyendo hasta a mi familia. Un caso particular que no puedo dejar pasar es el de los animales de carga, lo cual son extremadamente maltratados, pues día a día se los ve uno trabajando heridos físicamente, a punto de colapsar en un día infernal de 35 a 40 centígrados mientras sus amos los azotan con cabullas y maltratan verbalmente para que no se detengan (escenas a las que me volví extremadamente sensible y difíciles de digerir), no es justo. Así mismo, perros y gatos generalmente son echados de sus hogares, los cuales abundan en las calles tratando de sobrevivir mientras la gente los golpea, los echa y discrimina, tanto así que he escuchado decir: “Que importa, son animales”.
Para finalizar quiero darles a conocer una pesarosa experiencia vivida en Barranquilla, en donde observé la agonía de un caballo que cargaba cantidades de bultos de no sé qué, mientras lo arriaban sus dueños. Era tan profunda, triste y desesperada la mirada del mismo, el cual iba desgalamido, con paso lento y destrozado que no pude dejarlo pasar, entonces me acerqué a sus dueños y les comenté que el caballo no iba a aguantar, les pedí lo hidrataran y lo dejaron descansar, y ¿qué pasó? Ellos me respondieron con risas de burla, mientras por otro lado mi familia me decía: “pierdes tu tiempo, ellos se burlan de ti y si llamas a la policía, ellos también se reirán de ti, acá los animales no tienen importancia, solo les interesa sacarles plata y ya”. Eso me partió el corazón, pues observé que tanto los propietarios de animales como el resto de la ciudadanía en general son indiferentes al asunto, y con resignación varias veces observé la misma escena en un mismo día, con la esperanza de que por fin un día no muy lejano la humanidad en general entienda y dé su valor a los animales, especialmente en la costa del país. Por lo tanto, solo me queda decir que, en la costa caribe de mi país, los animales, duelen, y duelen el doble.