Para alguien alejado de las furias uribistas, resulta incomprensible la actitud que asume el expresidente y hoy senador Álvaro Uribe cada vez que la justicia le hace un guiño y le dice acérquese cuando bien pueda doctor Uribe que tenemos que hablar.
Se le sale primero toda esa furia que lleva adentro y con ruedas de prensa con los mejores abogados en la materia y su buen séquito de seguidores arma un show donde se vende perfectamente bien como el gran perseguido de una izquierda maloiente y una justicia politizada. Y sí, tiene razón, de los primeros hay muchos que lo persiguen como hienas. De los segundos, pocos.
Leo los tremendos, suicidas y terriblemente inquietos artículos de prensa publicados por Yohir Akerman en El Espectador y uno queda frío cuando habla con infinidad de detalles de las licencias de Uribe cuando era el jefe de la Aeronáutica Civil en la época de Escobar, preciso en la época de Pablo Escobar Gaviria y hay que ser muy tarado para no ver retratado ahí a un siniestro personaje beneficiado con los favores recibidos de parte del Patrón.
Quién en su trabajo hace que le abran un proceso disciplinario,
pasa una carta de renuncia, se incapacita por una semana
y vuelve de la incapacidad diciendo que ignoren su carta de renuncia
Álvaro Uribe hoy es un empleado del Congreso, que recibe una millonada de plata al mes, y ahora que alguien explique quién en su trabajo hace que le abran un proceso disciplinario, pasa una carta de renuncia, se incapacita por una semana y vuelve de la incapacidad diciendo que ignoren su carta de renuncia.
Yo no creo en la justicia colombiana. Como exabogado no creo en ella, y mil veces menos en la justicia impartida en contra de hombres públicos.
Y a pesar de ello, o tal vez con la esperanza de ver excepciones, sí creo que es demasiado importante, a la vez que determinante, que el señor Uribe se someta a ella, que agache la cabeza y diga sí, tenemos que hablar.
Y hablando de…
Y hablando de Uribe, pues que uno queda con ganas de seguir hablando de Uribe…