Mateo es el nombre de un joven que vive en la caldera social de Barrancabermeja donde el conflicto armado y la desigualdad social han hervido desde hace décadas. Mateo es el nombre de la opera prima de María Gamboa, y que vio luz en salas comerciales en el país el 28 de agosto de este año. A Mateo lo sacaron de cartelera el 3 de septiembre: duró con vida esta idea cinematográfica en salas comerciales en Bogotá tan solo 7 días. Mateo narra desde una perspectiva, las muchas historias de los jóvenes y de las madres que han visto como la guerra quiere arrebatarles a sus hijos. La película cuenta con actores naturales, con personas víctimas del conflicto (como Jaime Peña que estuvo hace poco en el primer encuentro de víctimas en La Habana con la mesa de diálogo de las FARC-EP y el Gobierno Nacional), y chicos que han sido parte de procesos artísticos y sociales de reconstrucción del tejido social fragmentado por la presencia del paramilitarismo en Barranca. Sin embargo, su historia se sale de la crudeza de la guerra misma, para darnos un ejemplo de dignidad humana y esperanza para volver a empezar.
El año pasado casi por las mismas fechas se estrenaba “Amores Peligrosos” dirigida por Antonio Dorado. A la segunda semana también la sacaron de cartelera. Era una producción con una historia pulcra y con actores reconocidos que tenían la potencia de seducir al público. Iván Gallo, aquí mismo en las2orillas.com escribió sobre la dificultad del cine nacional y la responsabilidad de las salas en el apoyo de la industria cinematográfica nacional. El mismo Antonio Dorado emprendió una lucha comunicativa diciendo “nos mataron en la segunda semana”.
Mateo corrió con la misma suerte, además con un agravante altísimo y es la pertinencia de este tipo de historias, extraídas de la vida real, producto de la investigación artística y la intervención social en zonas del país donde la desigualdad y la guerra son el pan de cada día. Tuve la fortuna de que una amiga fuera a verla en el estreno, y como buena amiga me la recomendó y no me contó mucho sobre la película: me la recomendó conmovida y con argumentos (ella lleva más de 7 años trabajando de cerca temas de conflicto armado y conoce muy bien las dinámicas del Magdalena Medio). Fui el sábado 30 de agosto a verla en el Cine Colombia de Av. Chile. La función estuvo a reventar, y a pesar de que se fue la imagen al principio de la película, que luego la detuvieran para retrocederla casi 15 minutos y que muchas personas se incomodaran por el asunto, los espectadores se resistieron a los problemas técnicos y se quedaron hasta el final. En los cambios de la historia se escuchaba y se veía a la gente reír, pero también llorar en momentos de total dramatismo. Al final de la película, sorpresivamente la sala partió en un gran aplauso seco y unánime. Lo curioso, era que no era una presentación con la directora, el equipo técnico del film o sus actores. Esa sensación de ver personas apreciando una bella obra, aplaudiendo su materialidad y saliendo con gozo de una película que llena de esperanza las formas de mirar la historia del país, fue reconfortante para mi.
El día que mataron a Mateo (el miércoles 3 de septiembre) fui con mis estudiantes del curso que dicto en el Externado sobre “Cine y Conflictos Armados en Colombia” a verlo en las salas de Embajador del Centro. La motivación era más que evidente a la temática que analizamos cada 8 días desde una selección de películas colombianas y sus temáticas sobre la guerra en el país. Fui angustiado y con el afán de que quedaran sillas para los casi 15 pelaos que fueron a verla. Al llegar a la taquilla pregunté “¿cuántas boletas quedan para la función de las 5:00pm?” a lo que la señorita en la caja me respondió “85 puestos”. La angustia cambio por el anhelo roto de que la gente fuera masivamente a ver a Mateo y su historia. Vimos la película, y al finalizar una estudiante que supo lo sucedido en la otra función a la que asistí, decidió romper en aplausos para la película, a lo cual, el resto de los estudiantes continuaron la ovación, y así el resto de la sala (no más de 20 asistentes más). Pero lo del aplauso no fue lo curioso, luego de aplaudir, las personas permanecieron en sus puestos y escucharon la canción de la película mientras pasaban todos los créditos: un acto de respeto y reconocimiento con cada persona que hizo parte del proyecto, y cosa que no pasa a menudo en una sala de cine.
La muerte de Mateo es penosa, porque hay responsables: En Bogotá pocas exhibidoras presentaron la película en contadas salas: Cine Colombia (en Av. Chile y Embajador), Procinal (En Salitre y Bima), Cinépolis (Hayuelos y Calima) y Multicine San Martín. Tal vez si la película hubiera tenido la posibilidad de presentarse en salas con otro tipo de audiencia, en centros comerciales con más afluencia, Mateo hubiera vivido un poco más… pero ni el tiempo ni el espacio le fue concedidos.
Pero no será el fin definitivo de Mateo. La campaña “Respira paz” de Naciones Unidas escogió a Mateo para ser parte de su campaña itinerante por más de 100 lugares del país, entre pequeños poblados y veredas donde hay un alto grado de vulnerabilidad y riesgo donde los jóvenes pueden fácilmente pertenecer a organizaciones al margen de la ley. A esto se le suma el compromiso de muchas salas independientes que mantendrán la película mucho más tiempo que las salas comerciales (Cine Tonalá por ejemplo). También será clave el rol de la academia y de otros sectores que puedan divulgar esta película y que sea materia prima para un diálogo abierto sobre la esperanza después de la guerra, la reconciliación y el papel del arte como fuente comunicadora, pero también como motor para la paz.