La corrupción como práctica cotidiana se ha instalado en la médula de la ciudadanía desde los primeros años de infancia. Escuchar mentiras de los padres, aceptar como propios la consecución de elementos escolares ajenos, apropiarse de objetos “insignificantes” sin permiso, mentir en busca de beneficios, adelantarse en la fila, no cumplir reglas y ser vivo para ganarle a los demás son acciones que disponen una proclividad a que la corrupción ingrese y se instale en lo más profundo del ser.
Por definición, la corrupción es la acción y el efecto de corromper (depravar, echar a perder, sobornar a alguien, pervertir, dañar y hacer deficientemente lo que se puede hacer bien). Así, la corrupción es, hacer las cosas ilícitas para sacar provecho personal o de grupo. Por defecto el principio de la corrupción es antiaxiológico, porque invierte la categoría educativa que dice que hacer las cosas bien, es de honestos, por hacer las cosas menos “bien” y sacar ventaja es de avispados.
Desconoce este imperativo que desaprender es mucho más difícil que aprender. Por ello, si en la primera infancia se acuñan estas disposiciones será muy difícil desmontar la corrupción que se vive.
La pandemia de la corrupción es tan grande y poderosa que ha permeado la iglesia, la policía, la escuela y hasta los mismos órganos de control como la Fiscalía, la Contraloría o la Procuraduría. En nuestro país, el término corrupción se ha asociado ingenuamente a cobrar lo que legalmente no corresponde con una honesta actuación ética, política, humana y social. También se vincula con recibir coimas en relación a hechos indebidos, fraudulentos y pervertibles, todos “por debajo de la mesa”. Es tan corrupto quien se roba los panes de la escuela, la limosna de la parroquia, el martillo de la obra o las monedas del almacén, como quien se apropia de miles de millones de los recursos de todo un país y condena a la miseria a sus compatriotas.
La corrupción tiene muchas formas, hay una de orden económico y político que aprovecha la pobreza educativa para construir maneras de dominar. Sin ser excusa, la pobreza financiera hace que las personas de bajos recursos sean más vulnerables a propuestas indignas o antiéticas. Así mismo, los impuestos excesivos, la baja calidad educativa y la pauperización del sistema económico están generando una corrupción estructural. Corrupción reflejada entre otros aspectos en la amplia compra de CD piratas, aumento de modalidades de transporte ilegal, mayor población carcelaria, constantes agresiones callejeras, más bandas criminales, raponeos permanentes, hurtos o muertes violentas tienen en gran parte génesis en la situación estructural del país.
A modo de ejemplo, en los jóvenes se escucha a diario una jerga bastante agresiva “Voy por lo mio” y un lenguaje de resentimiento “El amor es pasado”, delincuencial “A ese man, hay que tumbarlo” y de desesperanza “la soledad es mi pana” que se ha normalizado, aceptado y hasta agenciado por medios “in” de jóvenes en programas radiales y televisivos que ahora tratan de justificar diciendo que estos discursos son las nuevas estéticas o lógicas juveniles.
Como la corrupción se normalizó, se naturalizó o se cotidianizó. Es tan corrupto quien usa el transporte pirata, se roba los panes de la escuela, la limosna de la parroquia, el martillo de la obra, como quien se apropia de miles de millones de los recursos de todo un país y condena a la pobreza y la miseria eterna a sus compatriotas. Toda esta maldita corrupción se puede acuñar hoy en la frase “sálvese quien pueda”. Por esta vía la corrupción es enemiga de la paz, de la sana convivencia, del desarrollo social o de los DDHH y antípoda de los referentes éticos/morales de cualquier sociedad medianamente educada.
Hago un llamado a las iglesias, a los mandatarios, a las organizaciones educativas, estatales y ciudadanas a movilizar grandes estrategias para contextualizar todas las situaciones y proponer soluciones alternativas.
Hay cinco tareas para salir del infierno de la corrupción.
- Reconocer que este país está plagado de situaciones que nos vinculan directa o indirectamente en uso, observación, participación y hasta promoción de la corrupción.
- Pacificar vocabularios para permitir la participación propositiva de jóvenes y organizaciones ciudadanas que gesten estrategias nuevas para cambiar los imaginarios y maneras de vivir en los territorios.
- Hacer que inclusión y equidad educativa, sean una inversión social prioritaria inmediata para transformar el país.
- Respaldar y motivar prácticas de transparencia y castigar judicialmente a quienes continúen con actividades corruptas.
- Priorizar las infancias como espejo del país que pronto seremos, puesto que una sociedad que prioriza buenas condiciones para sus infantes, seguramente es más proclive a la transformación y progreso, y menos amante del demonio de la corrupción.