En otros tiempos se podía confiar en el profesionalismo de los médicos, de los abogados, de los jueces, de los economistas, de los contadores, de los ingenieros, de los sacerdotes y pastores, de los educadores, en fin, de quienes nos prestaban diversos servicios. Actualmente los ponemos a todos en tela de juicio, dudamos de su comportamiento.
Cuando vamos al médico de la EPS llegamos prevenidos porque no va a tener tiempo suficiente para atendernos o porque nos va a enviar medicamentos baratos pero con excipientes dañinos para el organismo o porque quien nos atiende es un o una joven que se acabó de graduar, inexperto(a) aún en tratamiento de enfermedades graves. Y esto porque sabemos de la existencia de medicinas que no pueden recetar porque están por fuera del POS y que los médicos generales, holísticos, son muy mal pagos y han tenido que irse a consultorios particulares.
Del abogado que nos cobra una cifra alta por representarnos en un pleito pensamos que es mejor perder el pleito que arriesgarnos, que si es por cuota litis tal vez no le va a prestar la debida atención al negocio o que la contraparte le puede pagar más; si acudimos ante un juez no sabemos si sus fallos se basan en la legalidad jurídica o simplemente se basan en sus intereses personales; si vamos a comprar un apartamento, dudamos de si el edificio fue construido de acuerdo con las normas técnicas, de sismorresistencia y ambientales y si los materiales fueron suficientes y de buena calidad. Los casos recientes de Cartagena y Medellín nos llenan la cabeza de sospechas y creemos más en las posibilidades del pronto derrumbe que en su estabilidad duradera.
Y así nos pasa con todos. Demasiados profesionales torcidos. Hasta hace poco tiempo no dudábamos de la rectitud de los magistrados de las altas cortes ni del respeto de los maestros, sacerdotes y pastores a los niños. El ministro de Justicia acaba de anunciar la introducción o reforzamiento de la ética en el plan de estudios de las facultades de Derecho. ¿Era que la habían sacado del currículo como hicieron con las Ciencias Sociales y las Humanidades en enseñanza media? Se comete una gran equivocación cuando en el proceso educativo se piensa primero en la producción y rentabilidad y se descuida la formación integral de las personas.
La hipótesis más obvia sobre el porqué del incremento de la corrupción es la extensión de la pobreza, la miseria y el desempleo a la mayor parte de la población y, al mismo tiempo, la concentración de las riquezas en unos pocos individuos, resultado del desarrollo del capitalismo, sobre todo en su fase neoliberal.
Se puede hablar hoy de la cultura de la corrupción, puesto que esta ha invadido todos los estratos sociales. El ejemplo dado desde los altos poderes estatales y por las altas personalidades de la sociedad es imitado por los de abajo. No deberíamos hacernos los desentendidos cuando presenciamos la proliferación de delincuentes, de rateros, de atracadores homicidas. En todo lugar y momento vivimos inseguros.
A los multimillonarios, así como les importa un bledo la conservación del medio ambiente sano, ahí vemos los ejemplos de mineros y arroceros, mucho menos les interesa la educación, la salud y la sobrevivencia de los pobres. Para la competencia bancaria y empresarial el ventajismo, el robo, la usura, el contrabando, el fraude, la evasión de impuestos, no son delitos sino ventajas comparativas, necesarias para obtener los mayores éxitos. Ellos siempre se basan en que: “Primero soy yo, segundo yo y tercero yo”
¿Si los organismos y entidades de control también están repletos de corruptos y nada hacen para castigar a los delincuentes y proteger a las víctimas, ante quién nos quejamos? Paso a paso se va imponiendo la lucha a muerte de todos contra todos. Eso que ahora denominan terrorismo seguirá generalizándose a no ser que haya un intempestivo cambio de mentalidad y un regreso a los mejores momentos del pasado, lo cual parece improbable.