La Copa Libertadores de los incomprendidos

La Copa Libertadores de los incomprendidos

Carta abierta, desde Sidney, Australia, a los hinchas y jugadores de Atlético Nacional. 'Vamos que vamos, mi Verde'

Por: Carlos Andrés Aguirre
julio 25, 2016
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La Copa Libertadores de los incomprendidos
Foto: publimetro.co

El primer día que lloré fue en la final contra San Lorenzo, un 27 de noviembre de 2002. Las lágrimas se apoderaron de mi rostro y un llanto incontrolado salía de mí. Quería detenerlo pero no podía; sentía que algo se desmoronaba, pero era una situación incomprensible. Me sentía extraño, aunque muy vivo. Alguien me observaba de lejos. Él tampoco comprendía qué estaba pasando para que yo estuviera tan inconsolable como esa noche. Desde ese día, mi corazón empezó a latir diferente en cada partido, cada gol, cada final. Era algo natural, como las mariposas del primer amor, como un orgasmo o un estornudo; algo a lo que no se le debía buscar explicación, y a lo que no se le debía dar explicación; simplemente era cuestión de sentir cuando veía ese verde y blanco, dejarme llevar como lo hace la redonda en los pies de Pérez, Moreno, Torres, Guerra.

Años después tuve mi primera novia; la única hasta ahora, a la que ciertas veces no supe qué decirle para poder ir al Coloso de la 74. A la que en alguna ocasión me vi obligado a mentirle para poder pisar las tribunas del Atanasio Girardot. Con el tiempo las mentiras se fueron agotando; lo peor era que cuando el árbitro levantaba su mano yo ya estaba pisando la salida del estadio camino a casa de ella. No es que un amor superara el otro, era algo que debía hacer; cada día me sentía más incomprendido, no sólo yo tenía esa sensación, los demás me hacían sentir de esa manera; pero con los días entendía que era algo con lo que podía vivir, con lo que debía vivir.

Muchos de los que conocía en el colegio, y luego en la universidad, los veía vendiendo dulces, ropa y hasta su mismo tiempo; todo por conseguir unos cuantos pesos para comprar la boleta del partido del domingo. Las caminadas entre kioscos, pasillos y salones se hacía más intensa por esos días cuando había compromiso internacional entre semana. Parecían como “drogadictos amurados” en busca de ese anhelado opio que calmara sus ansias de color verde y blanco.

Están los que siempre quieren vestir de verde, los que no ven la hora de salir de sus oficinas para ponerse algo con el escudo que lleva esa A y esa N. Esos que tienen tatuadas las paredes de su cuarto con los rostros de Higuita, Maturana, Escobar, Aristizábal, la nómina del 89, la del 94, la del 54. Los que en su armario tienen una columna de camisetas con franjas de esos dos colores. A los que muchos miran con rareza, como lo que verdaderamente son; incomprendidos por una pasión, incomprendidos de algo tan vivo y glorioso como lo es Atlético Nacional.

A esos que por años han viajado de ciudad en ciudad, de país en país; sin importar lluvias, derrumbes, ni requisas policiales. Sin importar un “no hay boletas”, “no se permite el ingreso de hinchas visitantes”, “hoy fijo pierden”, “allá en ese estadio no les da”. Ellos que pasaban de largo cuando alguien los cuestionaba en el momento que se enteraban que ibas a viajar de Colombia hasta Argentina en bus por 17 días, sólo por ver a esos once que coreabas en la cancha. A los que no les importó dejar de asistir a la firma de un negocio, a un examen, a una reunión familiar, a un entierro, allí, allá… todo por 90 minutos en los que el corazón late diferente, en el que ese órgano palpita de una manera particular cada uno de esos 5.400 segundos invivibles para otros.

Hay otro grupo que no quisiera obviar; los que murieron soñando esta fecha tan anhelada; para los que comprenden lo que puede ser este 27 de julio de 2016. Los que dejaron su vida, quizá de una manera tonta, porque comprendieron esta pasión de una manera incorrecta. Los que se han infartado en una tanda de penaltis, y también las que se desmayaron cuando vieron a Pezuti, Huguito Morales o el “Viejo” Patiño sonriendo hacia la tribuna.

Si usted no durmió anoche, si prendió una veladora en la iglesia más cercana de su casa, si se la pasó todos los días hablando de cómo va a ser el desenlace de la final continental, si ya hizo reserva para Japón, si durmió afuera de una taquilla para conseguir una boleta, si ha repetido el gol de Berrío a Central 356275735 veces; usted también hace parte de este grupo de incomprendidos.

Que esta Copa sea para todos ellos, que la vuelta continental sea por todos los que se consideran unos incomprendidos, soñadores y enfermos. Que el grito de campeones se escuche en la eternidad, allá donde ya empiezan a sonar redoblantes y trompetas mientras se corea el: “soy del verde, porque el verde es alegría, el más grande de Colombia, verdolaga, Verdolaga de mi vidaaaaa”. Vamos que vamos Nacional, vamos por ese sueño de tantos años, ese que ha sido heredado por generaciones; que ese abrazo del 89 que se dieron nuestros padres se replique en esa noche, que para millones, será la más inolvidable de sus vidas, una que narraremos hasta el fin de los tiempos.

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