El país merece un debate de grandes proporciones alrededor de lo que se está acordando en La Habana. Ya es tiempo que nos sentemos a dialogar sobre la paz, la guerra, el conflicto, la justicia y la reconciliación. No es para menos, pues estamos viviendo una época histórica donde el cambio de las botas por los votos parece ser lo más efectivo e inminente para Colombia.
El único problema aquí es que los debates se están dando con una particularidad: se nutren de emociones pero no se complementan con argumentos.
Gran parte de esto se debe a que un amplio sector político opositor, apoyado por algunas élites de ciertos medios de comunicación han liderado una campaña sucia para difundir grandes mitos en torno al proceso de paz. Y por otro lado, también es cierto que el gobierno está empezando a exagerar sobre los beneficios que traería la eventual firma final del acuerdo. Es claro que lo anterior no aporta de ninguna manera a la construcción del diálogo y el debate que los colombianos merecen sobre las negociaciones en La Habana.
Esa dualidad está haciendo de Colombia un país supremamente polarizado, cosa que si no se sabe manejar, podría traer graves consecuencias. Allí yace la importancia de romper los esquemas del Sí o del No a la paz. Lo fundamental y lo más difícil de entender, es darse cuenta que primeramente el país merece un diálogo nutrido entre las diferencias, porque de eso se trata la democracia, y no una constante puja por fidelizar colombianos hacia uno u otro bando. La deuda que tiene el país con el mundo no es la firma de un acuerdo, sino la construcción de un respeto entre iguales.
Hace algunos años afirmaríamos que la mayor debilidad de Colombia era la guerra, yo hoy digo que la mayor debilidad de Colombia es y fue la carencia de una conversación sana, informada y serena. Como personas, se nos ha hecho difícil entender y escuchar al otro sin irnos a la violencia y es normal en las sociedades, siempre y cuando aprendamos la lección a tiempo.
La buena noticia es que hoy parece que ha llegado el tiempo, tenemos la oportunidad de dialogar de forma sana: entendiendo que no importa cómo nos sintamos en torno a la paz, ya sea que la apoyemos, seamos escépticos o sirvamos de fieles opositores. Podemos dialogar de forma informada: leyendo lo que se ha acordado y lo que se perfila para el posacuerdo. La mesa de conversaciones siempre ha estado a nuestro alcance, solo basta con irse al navegador e investigar. Tenemos la chance de forjar un diálogo sereno: utilizando el poder de la conversación como el arma más fuerte para ver la política como una actividad y no como un negocio.
Por lo anterior, es válido pensar que los ciudadanos somos los llamados a saldar esa deuda que tenemos con el mundo y con nosotros mismos. Somos nosotros los principales actores que tenemos la capacidad de territorializar la paz, o los llamados a iniciar debates y cuestionamientos (de forma serena, informada y sana), sobre lo que vemos en nuestro contexto. No dejándonos llevar por la desinformación que nos llega muchas veces de los medios masivos de comunicación, sino rompiendo con el juego de repetir lo que diga el vecino y fortaleciendo el arte de investigar.
La mejor manera de iniciar el debate que el país merece es continuar hablando y conversando en torno al momento histórico que vivimos, porque como ya lo mencioné: aún no es suficiente.
@hernandezbdj