Actores de la industria plástica aducen que este material es objeto de estigmatización por parte de la prensa, pero deberían empezar por admitir que usos irresponsables a lo largo de la cadena de valor contribuyen en buena medida a su propia estigmatización.
Nadie desconoce que el plástico ha jugado un papel clave en industrias como la farmacéutica, donde el empaque garantiza inocuidad, o para usos médicos.
También es cierto, como alegan defensores, que no es el plástico por sí mismo, sino la mala disposición por parte de consumidores y autoridades irresponsables lo que contribuye a que terminen en ríos o mares.
Pero ¿por qué no empiezan ellos por reconocer que dentro de su misma cadena de valor no se han logrado desincentivar usos tan absurdos como ver frutas y verduras envueltas en plástico excesivo en lugar de dejarlos en su mejor empaque: la cáscara natural.
Esta semana, Acopi Bogotá-Cundinamarca organizó el conversatorio virtual “¿Puede ser sostenible el sector de plástico?” con tres panelistas invitados y un cuarto como anfitrión, en el que faltó una voz crítica para equilibrar la discusión, así como responder preguntas de los asistentes.
Es cierto, como adujo uno de los invitados, que el plástico ha evitado que se talen bosques para fabricar papel como material de empaque o que se desincentivó el uso del marfil, tan en boga hasta el siglo pasado.
Pero brilla por su ausencia (para fomentar prácticas de producción, comercialización y consumo más responsables) la llamada jerarquía de gestión de residuos, que consiste en evitar, reducir y reutilizar antes que reciclar o desechar.
A esto se suma el hecho de que muchos actores en la cadena de valor del plástico han eludido por completo su responsabilidad extendida como productores y comercializadores (Resolución 1407 de 2018 del Ministerio de Ambiente) para un uso más responsable y ambientalmente más sostenible de este material.
Muchos fabricantes o comercializadores centran su discurso en el reciclaje como solución, poniendo de ejemplo las altas tasas que se logran en países europeos, pero en la realidad colombiana y latinoamericana, estas tasas son bajísimas, por lo que empezar por evitar, reducir y reutilizar es una solución más inmediata y económica en lugar de seguir con un consumismo irracional, trátese de plástico, vidrio, papel o cartón (estos últimos, por cierto, consumen mucha agua en su fabricación).
Recordemos además que muchos plásticos de un solo uso ni siquiera son reciclables. Y en caso de que un plástico termine como combustible para generar electricidad (algo que ocurre en países civilizados, pero no acá), su incineración contribuye a la emisión de gases de efecto invernadero.
En este escenario, el creciente nicho (que ojalá se masifique pronto) de los plásticos compostables aparece como una buena solución a la vista, a diferencia de los plásticos “oxodegradables”, en los que persisten problemas de aditivos químicos y microplásticos.
Volviendo al uso irracional del plástico para envolver frutas y verduras, ¿por qué el mismo gremio no desincentiva su uso? Muchos proveedores los envuelven en este material (y los supermercados lo alcahuetean e incluso fomentan) para prolongar la vida útil del producto (más allá de lo que ya lo hace la refrigeración), pero a un costo ambiental muy elevado.
¿Por qué no más bien aprovechar las frutas y verduras que se echan a perder para elaborar compost, cuya venta como abono orgánico compensaría las pérdidas por el inventario verde que se pudra?
Al abordar la sostenibilidad de la industria plástica con visión integral, son muchas las buenas ideas que pueden ponerse en práctica. El problema es que ha faltado compromiso de la cadena de valor, las autoridades y la misma ciudadanía para entre todos buscar soluciones inmediatas.
Con la misma urgencia con que la humanidad se movilizó para hacer frente a la pandemia de covid-19, se debe movilizar para solucionar los graves problemas ambientales que siguen aquejando al planeta, ya en etapa terminal así como vamos.