El propuesto Tribunal de Cuentas es la culminación de un proceso lento, paulatino y degenerativo mediante el cual se entregó el elemento técnico, que debe caracterizar al control, al venerable Santanderismo.
La primera referencia con lo que sería mi profesión la recuerdo en voz de mi papá. Él tenía en alta estima y era admirador del presidente Lleras Restrepo. Decía que el Doctor Lleras había sido revisor fiscal de Bavaria. Que tenía la matricula número 1 de Contador Público. Hablaba con exaltada admiración el rol, papel, importancia y, por qué no decirlo, el poder que residía en los Contadores.
Para él solo un contador público con los más altos valores, ética, conocimiento probidad y sobre todo sagacidad podría alcanzar el más alto designio, ser Revisor Fiscal.
¡Y le pagaban bien!
En mi imaginario de niño, alentado por mi padre, un Revisor Fiscal era muy importante. Y necesario en las empresas como garantía para que las operaciones se realizaran correctamente y no se descarriaran. Pilar de integridad en una sociedad en la cual se presentan tentaciones de hacer las cosas más fáciles y menos ajustadas al "deber hacer".
La admiración que mi padre irradiaba y la suerte de ser aceptado en la carrera de Contaduría en la Nacional, marcaron lo que sería mi futuro.
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Ya en la “Nacho”, con mi grupo tuvimos la fortuna de ser alumnos del prototipo de auditor exitoso, con toda la alcurnia, reconocimiento social y de gremio.
Recibimos del doctor Jesús Alberto Plata la primera formación y entrenamiento en las técnicas de la auditoría. Muchos de nosotros queríamos ser como el maestro Chucho Plata. Era exitoso, reconocido, excelente maestro y ¡trabajaba en la Contraloría General de la República!
Tenía el segundo cargo de jerarquía en la Contraloría (Director de la Dirección de Auditoría Financiera y Operativa DAFO) y como tal ejercía, por esa época un rol directivo en la Ilacif, organismo internacional que reunía a las entidades fiscalizadoras superiores de ibero América.
De tanto en tanto, tenía que cumplir compromisos internacionales con la Ilacif y la Intosai (organismo equivalente a la Ilacif, pero de cobertura mundial). Por ello un asistente le cubría en sus faltas, que luego compensaba con clases adicionales.
El asistente nos ilustraba sobre la estructura, procesos y propósitos de la Contraloría en general y de la DAFO en particular. Los funcionarios de esta dependencia eran la creme de la creme. Cualquiera que fuera enganchado en esta dependencia automáticamente se convertía en objeto del deseo de cualquiera de las cinco más grandes firmas de auditoría que operaban en el país. Era la mejor escuela de auditoría que existía por esa época.
Sus “egresados” eran rápidamente enganchados por empresas del tipo Cerromatoso, Bancos, compañías de seguros y las mencionadas firmas de auditoría
Muchos de los prospectos de contador, y un gran número de funcionarios de la Contraloría (como lo evidencie más tarde), queríamos ser de esa importante dependencia. Pero el rigor para acceder al grupo elite (que estaban excluidos del padrinazgo político) de la CGR pasaba por un estricto proceso de selección y solo para profesionales con elevadas calidades técnicas. De estudiantes nada de nada.
Años después, recién graduado, inicié el programa de maestría en ingeniería de sistema en la misma universidad. La Contraloría realizó una convocatoria a varias universidades solicitando el envío de cinco hojas de vida de estudiantes destacadas con miras a realizar un concurso para incorporar profesionales a la DAFO. Más por mi cercanía al mantenerme en la universidad que por ser destacado, la administración de la carrera de Contaduría propuso mi hoja de vida.
Examen en una reconocida universidad y más de cinco entrevistas. Los estudios que adelantaba fueron del interés de los seleccionadores: el tema de los sistemas algo que en esa época de IBMs 286 con pantallas color verde o ámbar, se intuía iba a ser de enorme importancia para el control aun cuando no existía experiencia relacionada.
Fui vinculado como auditor financiero uno.
Uno de los hitos que recuerdo, y que me causó un terrible dolor de cabeza por la reacción institucional, fue la de generar dentro de la CGR el primer informe de auditoría (Colpuertos) en procesador de palabra (WordStar se llamaba ese engendro) con cuadros, gráficos y bonita letra.
Una entidad que se había conformado en la confianza y trabajo de secretarias que mecanografiaban con inigualable velocidad y calidad los informes, no concebía un informe que pudiese editarse, corregirse y presentarse con ese artilugio. Rechazo institucional automático y entrega del bonito informe para que fuera transcrito por las secretarias en sus máquinas de escribir.
A los cuatro años de ser auditor, planeando, dirigiendo auditorías y produciendo informes que fueron capitalizados por otros, viendo como esos otros ascendían a profesionales 2, 3, 4 y 5 e indignado por cómo me fueron bloqueados traslados a entidades que me ofrecieron mejores condiciones (aunque éramos empleados de libre nombramiento y remoción, se necesitaba permiso del Contralor para aceptar cualquier cargo externo a la Contraloría) y por el ocultamiento por orden de mi jefe de la carta de aceptación de ingreso a la maestría de economía de la universidad de los Andes, indignado renuncié.
Jamás pensé que regresaría a la CGR. Pero se dieron las condiciones y en la convocatoria de la administración Ossa, en el año 2001 retorné como asesor.
Los dolores de cabeza, tal cual el primer informe en procesador de palabra, se han presentado a lo largo de estos 20 años.
Lo que hoy se conoce como Gestión de Información y Análisis GIA como macroproceso que opera la Dirección de Información y Análisis DIARI (GiiA en los términos de la iniciativa de gestión inteligente de información y análisis) fue una obsesión desde esa época, impulsando, presentando iniciativas y promoviendo su concepto, instrumentos y resultados. Las respectivas repulsas y desdeño por todas las administraciones previas y del conjunto de la entidad fue el común denominador.
Pero, finalmente, aunque quince años tarde, la sensatez o el influjo avasallador de las TICs permitió que en los últimos años la gestión de información y uso inteligente de los datos comenzara a operar a través de la DIARI, es un hecho y estaría aquí para quedarse, evolucionar y mejorar los resultados del control, pero los malos no quieren eso.
Zapatero a sus zapatos.
En cerca de tres décadas he aprendido qué es el control. En esencia (y resumen) el control es la acción que se desencadena para corregir los desvíos. El control, por ende, no es el instrumento (auditorías) ni mucho menos la tradicional hallazguería.
El control es una categoría de los procesos de gestión que tiene sustento en variadas familias de normas y de estándares, pero es predominantemente técnico. Por su esencia técnica debería ser gobernado por técnicos. Sin embargo, en relación con el control fiscal, en Colombia, ese elemento técnico ha venido de manera rítmica y sostenida siendo desplazada por elementos del tipo santanderista aupado por intereses claramente politiqueros.
La DAFO eminentemente técnica le limpio la cara a las embarradas que las dependencias tradicionales producían de manera inmisericorde en desarrollo del famoso control previo -numérico legal-. Su modelo de trabajo trascendió con la reforma constitucional. Sus instrumentos de trabajo se exportaron, debido a la eliminación del control previo a las dependencias que habían perdido su objeto de trabajo. Lamentablemente al modelo de auditoría de la DAFO se le engomaron las dependencias tradicionales y lo contaminaron.
En la referida DAFO, se llegó contar con 150 auditores, que realizaban 300 auditorías al año y se contaba con dos abogados, los cuales eran suficientes para atender el elemento jurídico de los procesos auditores. Hoy un proceso auditor requiere de un combo de abogados porque el control está regulado con elementos esencialmente jurídicos. De la DAFO a hoy, cambió el tiempo, los requisitos formales.
Los productos y la calidad no son las mismos. La médula del quehacer de la actual Contraloría no es el control, es el hallazgo. Por esa vía, por la visión errada de personas que llegaron, pasaron, se fueron, pero nunca comprendieron qué es el control, la contraloría se transformó en hallazguería: identifica hallazgos, pero no impacta en las causas. No hace control.
El culmen del proceso técnico de control está a poco de llegar al fin de una época. De la DAFO a un tribunal de cuentas matriculado en el sector jurisdiccional. Es meramente la venta del sofá.
Los pecados de los malos, pecados ajenos a la CGR en su origen, pero con alta responsabilidad de ella por la falta de eficacia en la solución de las causas de las malas prácticas, han propiciado un arsenal de argumentos para alentar un cambio de careta, pero no de personalidad del malhadado control fiscal.
El aspecto jurisdiccional, el juicio y condena de los delitos fiscales, y las conductas relativas a negligencia, incompetencia e imprudencia merecen y deben recibir el castigo que genere una contención de esas prácticas. Pero el aparato basado en lo jurisdiccional o, como se puede demostrar por los resultado y paulatina suplantación del elemento técnico en la CGR, no es una respuesta sensata y menos inteligente a los problemas de resultados efectivos del control de lo público.
Permítanme una analogía: el entregar el control fiscal a un órgano jurisdiccional, el tribunal de cuentas es entregarle la formación de los niños a un Garavito. Quien por ignorancia lo dañó, no puede ser el técnico que lo repare.
Hoy en día, cuando avanza una iniciativa que hace cola desde hace 20 años, el Banco de Prácticas, instrumento sustancialmente técnico que encarna una propuesta de atención y de solución a las causas de las malas prácticas y que en definitiva marcaría la diferencia entre el modelo de hallazguería que se ha impuesto por la ignorancia técnica de los cultores de las normas, un control más efectivo, los malos lograrán su propósito: reducir el elemento técnico del control a su mínima expresión en favor del control normativo.
Dada la cultura, la idiosincrasia y los elementos que prevalecen el todo el conjunto de la gestión de lo público, lo realmente sensato e inteligente, en favor del país y en contra del arraigo de las malas prácticas, sería apuntar a la separación de ese componente técnico (el control) del elemento jurisdiccional.
La actual CGR debe reducirse y orientarse a atender la parte de investigación y evaluación con enfoque e instrumentos técnicos de los componentes financieros (no meramente los presupuestales), la gestión incluida las desviaciones de tipo disciplinarios y los resultados. Los recursos liberados (principalmente abogados) irían a conformar un nuevo agente, el mentado tribunal de cuentas, que juzgue y falle las conductas y malas prácticas que presente CGR sustentadas en las investigaciones técnicas.
Migrar, que no es lo mismo que transformar y aún menos mejorar, de una contraloría que se ha contaminado a un tribunal de cuentas jurisdiccional, es un mero maquillaje que, les aseguro, solo cambia la cara para que el cuerpo contaminado se mantenga al servicio de la politiquería y de los malos.