Decía Bernardo de Chartres —filosofo, católico en plena Edad Media— que "somos como enanos a los hombros de gigantes", porque por nosotros mismos no podemos ver muy lejos, pero sobre los hombros del conocimiento (antiguo) podemos ver más que los hombres que aspiran a construir nuestro futuro. Qué cruel es la lógica de la historia.
El 28 de junio de 2014, James Rodríguez retrocedió en el césped del Maracaná mientras recibía el balón en el pecho y dando media vuelta zapateó hacia el arco uruguayo, convirtiendo lo que se consideró el mejor gol del mundial de Brasil. Millones de almas colombianas apretaron sus puños, se abrazaron y saltaron de alegría, olvidando por ese instante feliz las noticias diarias de la guerra, la corrupción descomunal, los desplazados, las tierras usurpadas en pleno siglo veinte y la precariedad del salario mínimo colombiano.
Al otro día y aún con la resaca en los bolsillos, más de uno salió juicioso a comprar la camiseta de la Selección Colombia, o la compró antes del partido para sentirse parte de esa masa que padece esa felicidad intensa y efímera a cada triunfo de la tricolor. Terapéuticamente hablando se le debe mucho a la Selección Colombia, aunque en algunos casos esa alegría febril franquea el entusiasmo y se convierte en tragedia. Y no se trata del capricho de algún dramaturgo novelero, es un síntoma de la bipolaridad del colombiano promedio, asediado por necesidades cotidianas y los mensajes políticos de sus "ámbitos sociales" que han aprendido a odiar silenciosamente. Ollas a presión.
Si quieren percibirlo sutilmente observen las noticias o presten(se) atención mientras conducen auto, el respeto y cordialidad del colombiano haciendo fila en TransMilenio, o la mayoría de taxistas haciendo valer sus derechos violentamente con la anuencia de políticos al acecho de esos voticos. Y no hablemos de los miles de bandidos criminales en grupos o mafias ataja caminos hacia el éxito social. Antes que la verraquera colombiana, el resentimiento social y el odio son el primer insumo hacia el camino del bandido.
¿Qué representa ponerse la camiseta para el hincha de la Selección Colombia? ¿Amor? ¿Lealtad al equipo? ¿Identificación con la tribu? ¿Representación de los valores colombianos? ¿Un reflejo automático de su comportamiento? ¿Un vacío espiritual? ¿Un vacío perfecto? ¿Un gancho comercial? ¿Un orgullo personal? ¿Una borrachera? ¿Un superpoder? ¿El camino para alabar a Dios? ¿El alma de los colombianos buenos? ¿Una señal de encuentro entre alienígenas? ¿Amor a la patria? ¿Cuál patria? ¿Amor a Dios? ¿Cuál Dios de entre todos esos dioses de garaje y cofradía, encorbatados, empujando a su rebaño a recibir la bendición del político de turno con el aspecto más beato, el más zorro? ¿Y qué tiene que ver Dios con el futbol?
Habrá que preguntarle al hincha furibundo, a ese que acude tanto a un partido de la Selección Colombia como a un encuentro de adoración a Dios con la camiseta de la Selección puesta. De hecho, si es el caso, a una marcha política que nada tiene que ver con el motivo por el cual compró su camiseta: la búsqueda de un destello de felicidad que le permita escapar al ámbito agobiante de su rutina ordinaria, construida cada día por ese pisapapeles que es la realidad del país. Pero entonces, ¿no es importante el ritual de los partidos y la conexión simbólica que representa la camiseta con este juego de valores, sino la camiseta que conecta a sus dueños con el "entusiasmo socio-espiritual" que representa una marcha patriótica, el culto religioso, un partido de la Selección y una borrachera posterior al partido de fútbol?
¿Qué tienen en común estos eventos tan disimiles en la vida de una persona, aparte de la camiseta de la Selección Colombia?... La catarsis. Catarsis para desintoxicarse del acumulado de las millas recorridas. Y sin embargo, en ningún otro evento de la vida ordinaria una persona asimila, en tan poco tiempo, en un solo lugar, un cóctel de emociones tan contrarias que en lugar de alivianarlo lo dejan con una carga de frustraciones y rabia, predispuesto para el próximo partido, el próximo mitin político, el próximo culto religioso.
"Tenemos respuestas para ti", dicen alegremente algunos predicadores de iglesias. En realidad, se trata de escarbar y cultivar el sentido de culpa, el remordimiento, el dolor y la propia incapacidad de los fieles para prometerles un poquito de la tierra prometida y paz en el corazón. Solo si sufren tendrán derecho a la siempre lejana tierra prometida. Como si de una venta multinivel se tratara, después de estos encuentros, marchas o retiros espirituales, salen entusiasmados porque después del llanto, de la descarga de endorfinas, el cuerpo alivianado tiene una sensación y un lapsus de felicidad. Esas palabras arden en el nuevo corazón.
Ahora vamos con la camiseta de la Selección puesta, a la marcha para defender la patria del enemigo. ¿Cual enemigo? Vuelve y juega el católico medieval, Bernardo de Chartres: "El enemigo del hombre es la propia ignorancia, su amigo, el saber"... ¿Y por qué Bernardo de Chartres? Pues porque era católico (filosofo) en una época medieval, y este es un país de mayoría católica, religiosa y medieval en el siglo XXI, con todos los matices que ha dado la cristiandad y el carrito de mercado. Además, somos la prueba fehaciente de la versión mejorada de esa etapa oscura en la historia de la humanidad, el medievo.
Mentalmente Colombia está en el siglo XII, pero con el internet al alcance de la mano. ¿No dice nada que Colombia esté pasando por situaciones políticas y sociales que sucedieron hace cuatro siglos en otras latitudes? Bernardo de Chartres pensaba en el conocimiento (como se quiera interpretar) como algo que nos sacaba de ese enanismo si lo aplicábamos en el sentido que decía Kierkegaard, "La vida se vive hacia adelante, pero se entiende hacia atrás." ¿Los colombianos son capaces de mirar e interpretar la historia de su pasado más reciente?... ¿Pueden escribir paz, paz, paz, en lugar de escribir, pas, pas, pas?... ¡Adivinemos quiénes son los primeros en la fila para matar en nombre de Dios, de lo políticamente correcto si les dan un arma!
Allí, en la marcha para defender la patria, los espera un homólogo del pastor, el predicador político con una cara de beato, que lo mismo puede ser un criminal, un ladrón, un corrupto, al que igual los devotos de la marcha contra los enemigos de la patria y la camiseta puesta le van a creer hasta la última palabra de la propaganda negra. La paradoja es que estos políticos o aspirantes a nazarenos para convencerlos de su promesa de paz o beatitud cultivan esas llagas, esas frustraciones silenciosas con un mensaje lo más parecido a lo que conocen de infierno (infierno castrochavista), aquí en su tierra prometida. Eficazmente ese universo solo aumenta el poderío de su fe, su credo político y por qué no, sus bolsillos. Y gira la rueda. El estado mental, por no decir el vacío espiritual, de los dóciles pero envenenados seguidores políticos es un lugar en el que tiene el mismo valor una orgía que una piñata; igual cabe "la tierra prometida" hasta el antiguo mapa del mundo con la extinta Unión Soviética. Y justifican la muerte de colombianos con la misma convicción y rabia que discuten un partido de fútbol entre hinchas que se odian y matan por el color de la camiseta.
Muchas personas calificaron de ignorante la "distinguida" senadora que afirmó que la ONU hace parte de la Unión Soviética. Esas muchas personas son apenas un puñado de las que se toman la realidad política como algo que afecta la lógica de sus proyectos de vida, pero se equivocan en su apreciación. Está bien, se toman el tiempo, pero el gran porcentaje que se pone la camiseta para las marchas contra el enemigo apenas digiere esas palabras como si fuera una verdad ciega, y esto lo suma a otra más de sus broncas, frustraciones, convicciones políticas, luchas y homenajes a la desigualdad social, de la geografía mental que poseen, del vacío perfecto que padecen.
¿Se toman la libertad de dudar sobre la existencia de la Unión Soviética? Lo que en realidad hizo la fulana senadora fue una solapada revelación de principios de la propaganda negra, punta de lanza política del aquel grupo "político" que entendió que el miedo, el odio y la mentira son la mejor herramienta de poder social y espiritual. Para ello necesitan infligir el miedo, como se inflige la tierra prometida a través de la culpa, el remordimiento, la rabia, el dolor y la propia incapacidad, a través de sus emociones más profundas. Tienen tanto miedo que aman la mano del amo que les predica su desdichado futuro sin atreverse a dudarlo. ¡Pero si existe la Unión Soviética existe el comunismo!
¿La Unión Soviética no era un país comunista parte de la guerra fría? ¿Comunismo? ¿Guerra fría? Sí, Colombia, un país en el que los eslóganes y el lenguaje de una época ya pasada están vigentes y son punta de lanza de algo que se podría llamar terrorismo psicológico, el mismo que infligen a sus secuestrados los criminales cuando quieren manipular a sus rehenes y víctimas. Lo asombroso es que muchos hinchas defienden ese miedo y esas mentiras con rabia y soberbia. Quiere decir que ese espectro ideológico cabe en su cabeza, con total virtud (de manipulación). Si existe la Unión Soviética en esa geografía mental, es posible el castrochavismo. Y con mas razón, si siendo una andanada de personas que difícilmente viajan, quieren cuidar el sueño de la finca. Finca que, sin tenerla aun, o de pronto nunca, el castrochavismo se las quiere quitar.
Políticos y predicadores pasan saliva con esa multitud que recibe a la Selección Colombia. Saben que en ese estado de fervor, de euforia mística y de beatitud que transmiten los jugadores del onceno nacional, ciegos podrían ver, parapolíticos podrían caminar, y los pobres con un pan y una túnica estarán felices. Por un ratico, pero estarán. Mañana vuelve a girar la rueda. Hay que ponerles la camiseta a los fieles, a los voticos, a los borrachos, a los ignorantes. Algunos hinchas del onceno colombiano saben que una cosa es James Rodríguez o Falcao dando cátedra de buen fútbol, compartiendo el goce infinito de patear a la pelota, y otra cosa es ponerse la camiseta para seguir por doquier cualquier cosa que les suene a club social con valores timados.
Si hiciéramos un ejercicio de pareidolia exagerado lo que en realidad veríamos, y que representa la camiseta de la selección Colombia, es el rostro de esos chiquillos que un día fueron marginados, y cuya devoción por el juego de la pelota les permitía sobreponerse a esas largas caminatas con hambre, con el rostro reseco por el sol, y en muchos casos a las contrariedades y escasez de madres o padres que difícilmente podían comprarles unos zapatos a sus vástagos. Familias cuyo único motivo de felicidad era la llegada del domingo para huirle a la vida monótona y en algunos casos miserable que llevaban entre semana, y poder compartir la alegría de sus pequeños corriendo detrás del balón, mientras olvidaban las penurias y las dificultades de los barrios en que vivían.
Pronto se hicieron profesionales, muchos fueron a clubes europeos y con los sueldos de rockstar que lograron, sacaron a sus familias de la pobreza, y a nosotros cada que juegan con la Selección, nos sacan de nuestras miserables vidas que llevamos, tal vez de los problemas existenciales que nos aquejan, y nos hacen olvidar que Colombia es un país que padece los males de un barrio bajo pero a nivel nacional: vandalismo a un nivel corporativo; robo y corrupción desde las esferas políticas, saqueo del erario público a través de los ahijados políticos, asesinato de campesinos para despojarlos de sus tierras, apropiación de los recursos naturales con la excusa de la confianza inversionista, y manipulación y tergiversación de esos acontecimientos por grandes compañías de comunicación...
Resiliencia eso es lo que representa la camiseta de la Selección Colombia o ¿cómo es que esos peladitos lograron superar ese camino plagado de hambre y dificultades para llegar al lugar en que están y al tiempo que son felices jugando nos hacen un poquito felices? Resiliencia a esa negación de las oportunidades a través de un sistema educativo y social que privilegia el cacicazgo, y margina a cientos de miles de chicos que se crían en barrios y pueblos desordenados, que mutan al ritmo de las oleadas de desplazados por las diferentes guerras en Colombia. Es de esos barrios y pueblos que salen la mayoría de jugadores en Colombia, pero también la hinchada que apoya a la Selección Colombia.
La contradicción es que esos hinchas que se ponen la camiseta de la Selección para tributar a estos chicos que se hicieron ídolos gracias al fútbol, también se ponen la camiseta para tributar a los políticos que han mantenido al país en esos ciclos sociales de pobreza y marginalidad donde nacieron estos chicos. Es como si al ver jugar a la Selección no estuvieran haciendo un homenaje la fortaleza, virtud y verraquera de esos jugadores que corrieron para alejarse de esa suerte en que nacieron, sino homenajeando la miseria en la cual estos chicos crecieron a lo largo y ancho del territorio nacional. ¿No es algo incoherente? ¡Al día siguiente, pongámonos la camiseta de la Selección, vamos a la marcha política contra el enemigo! No. No es incoherencia. Es una construcción cultural basada en la ignorancia, las frustraciones, la rabia y el "orgullo patrio": el vacío perfecto. ¿Cuál orgullo patrio?
Orgullo ver esos 22 chiquillos que superaron todas las dificultades que les hemos construido, generación tras generación, y nos hacen felices. El problema es que en la Selección solo hay cupo para 22 jugadores y nosotros estamos haciendo lo posible para que las condiciones de pobreza y dificultad para superar sean para millones de colombianos. ¿Orgullo patrio? ¿Patriotas? Eso lo saben los proxenetas de la fe y la esperanza.