Se ha hablado mucho de una nueva constituyente. Aquí, argumentos tanto del sí como del no, y una pequeña conclusión desde un punto de vista, tal vez, demasiado optimista. Empecemos con el Sí:
• La Constitución del 91 es demasiado flexible. Las reformas que van contra los partidos minoritarios, las reformas a la justicia, la ley 30, la ley 100, entre otras muchas, muestran que cada una de las más de treinta reformas constitucionales que se han aprobado, así como la mayoría de leyes y decretos que la reglamentan, han ido en detrimento de los avances sociales que la carta consiguió.
• La Constitución es demasiado larga. Incluye temas que no debería y omite temas que debería tratar.
• La Constitución choca con disposiciones del derecho internacional que hacen parte también del bloque de constitucionalidad. La Constitución se contradice a sí misma.
• La Constitución no explicita lo que los expertos llaman “cláusulas pétreas”, la columna vertebral de la Constitución sin las cuales ésta deja de ser lo que fue y no se modifica sino que se sustituye. Estas “cláusulas” son políticas y no jurídicas, por lo cual no son obligatorias y no existen sino cuando a la clase política le conviene que existan. (¿Seguimos teniendo la Constitución del 91?).
• La Constitución no estableció nunca cláusulas de obligatoriedad que llevaran al legislativo o al gobierno a regular asuntos constitucionales. Más de veinte años después, Colombia aún no tiene regiones.
• La Constitución permite desarrollos legislativos y reglamentarios demasiado neoliberales. Se creó en la coyuntura de apertura económica a la globalización y no estableció reglas claras para tal apertura.
• La Constitución se hizo para la paz, en un país que aún no estaba en paz. Ni lo está.
Se afirmaría que la Constitución es demasiado idealista. Que los acuerdos allí plasmados son válidos, pero que le falta fuerza de aplicación en un país donde “se obedece pero no se cumple”. Sigamos con el No:
• La mayoría de objeciones anteriormente nombradas a la Constitución son problemas que se pueden arreglar modificándola, de nuevo. No es necesario crear otra Constitución, por ejemplo, para que el Procurador sea Procurador y no Inquisidor. Basta con una reforma más.
• La Constitución del 91 es una de las cartas políticas más avanzadas en temas de derechos en América Latina.
• La Constitución introdujo elementos como la tutela, que podría ser desmantelada en una nueva Asamblea Nacional Constituyente.
• Una nueva Constitución no acaba mágicamente con la cultura del clientelismo y la indiferencia.
• Una nueva Constitución, per se, no transforma mágicamente a las clases políticas tradicionales, no las obliga a cumplir sus mandatos.
• Es de esperar, a partir de los resultados electorales de las pasadas elecciones, que las mayorías de la Asamblea queden en manos del uribismo y los partidos tradicionales. Una Constitución no puede ser instrumento de la demagogia y el autoritarismo de sus promotores en todas las orillas del espectro político.
Hasta ahora, se diría que es más fuerte la posición del No, pues una nueva Constitución casi que redundaría con la anterior, y nos arriesgaríamos a perder lo poco que hemos ganado. Sin embargo, seguir reformándola, seguir emparapetándola solo por no aceptar el fracaso del que participamos todos estos años, no deja de ser algo conformista. Quien no arriesga un huevo no saca un pollo, dicen por ahí.