La alusión a la Asamblea Nacional Constituyente que hizo Gustavo Petro en la ciudad de Cali ha dado pie a que el sector más reacio a los cambios que se están dando en nuestro país irrumpa con nuevas e infundadas diatribas contra él, como la que lo señala de haberse quitado la careta y mostrarse como el dictador que dicen que es; o como la que lo sindica de querer asustar al Congreso para que le apruebe sus reformas, o la que lo muestra deseoso de modificar la Carta con un articulito que le permita perpetuarse en el poder.
Lo que no quieren dejar traslucir estos críticos es lo mucho que los incomoda el momento político presente, caracterizado por no tenerlos ya a ellos a la cabeza del gobierno que ejercieron tan excluyentemente durante más de 200 años, sino a un hijo de los excluidos, que ha asumido la primera magistratura del Estado con una carta de navegación en la que no es el gran capital el centro de sus preocupaciones, sino esa gran masa social con la cual y para la cual quiere construir un país en paz, con menos desigual y mayor armonía con la naturaleza.
Tales propósitos son los que los han llevado a formar una trinca en la cual combinan su poder económico con sus mayorías en el Congreso, sus monopolios de la información y un vastísimo ejército de “influencers” que, sin pelos en la lengua, llenan permanentemente de oprobios al primer mandatario. Esa trinca, con semejantes integrantes, ha puesto al gobierno ante la imposibilidad de concretar, “por ahora”, su iniciativa asamblearia, pero no porque contra ella pese algún impedimento legal, sino por las enormes dificultades que tendría que sortear en la presente coyuntura para poder sacarla adelante.
Por fortuna, el anuncio no cayó en campo estéril. Ha derivado en orientación del mismo Petro para que el pueblo se haga sentir con todo su poder de constituyente primario, expresando con vigor, masivamente y en las calles sus exigencias para que las reformas, que con tanta ilusión espera, sean finalmente aprobadas.
Pero no nos digamos mentiras: La responsabilidad para que tal poder se active está fundamentalmente en manos de los sectores democráticos, y de manera particular en las de quienes están aglutinados en el Pacto Histórico y las organizaciones populares. Para ponerse a tono con tan histórica responsabilidad, estas organizaciones deben comenzar por romper con los pesados lastres de burocratismo y pasividad que tanto los ha afectado y que, sumados a los efectos de la tercerización laboral, han dado al traste con muchas de las conquistas alcanzadas en el pasado. ¿Se comprometerán a tal tarea?