Tal vez nunca como ahora había sentido el artista moderno una necesidad tan imperiosa de representar el mundo con todo el caos en que se ha sumergido, anteponiendo cordura, ternura y profundidad a tanta banalidad, vértigo e intrascendencia. Este parece ser uno de los objetivos que se ha propuesto el poeta colombiano Winston Morales Chavarro.
Sin los medios para acceder a los círculos elitistas que determinan la actividad literaria en el país, ha empeñado su vida en un trabajo que a pocos procura gloria y fortuna. Y, sin embargo, sorprende la fuerza de su obra poética, el lenguaje exuberante y sonoro, las imágenes límpidas y vivaces que le otorga brillantez a sus versos. El trabajo febril que ha desarrollado en los últimos seis años le han merecido primeros lugares en: Concurso Casa de Poesía, en 1996; José Eustasio Rivera, en 1997 y 1999; concursos departamentales del Ministerio de Cultura, en 1998; y los más recientes, el Concurso Euclides Jaramillo Arango, del departamento del Quindío, y el Ciudad de Chiquinquirá, en el año 2000.
Winston Morales ha construido su vida desde la poesía. Ella es la esencia y fundamento de sus pensamientos, sueños y acciones, utilizando para expresarlos “las casas de su entorno, las imágenes de sus sueños y los objetos de sus recuerdos”, aproximándose a la visión de Rilke en Cartas a un joven poeta. El permanente ejercicio de introspección que devela sus sueños nos sumerge en una poesía bella y profunda, que cuestiona verdades absolutas, recordándonos que somos viajeros fugaces de la vida, pero que el retorno siempre es posible si existe la poesía.
En su poemario se entrecruzan dos vertientes: por una parte, el mundo onírico del que extrae a Schuaima y Aniquirona y, por otra, el sustrato religioso que revela gran dominio e interpretación en la desmitificación de los personajes bíblicos.
Estas dos vertientes no se contradicen, por el contrario, se nutren mutuamente a través el uso del lenguaje y la constante de la muerte proceso vital.
Es frecuente encontrar en sus versos el tema de la muerte en esa dualidad de temor y fascinación que se ha manifestado en la historia cultural de la humanidad; a ella solo se anteponen el arte y la cultura como instrumentos de materialización, de utopías y medios para trascender hacia la posteridad. “Como se piensa la muerte, se piensa la vida” nos plantea Cruz Kronfly al respecto, y explica cómo cada sociedad expresa sus ideas, miedos y tabúes sobre la muerte a su manera y según la época. Y dado que la presentación de la muerte en la cultura occidental ha variado significativamente en las últimas épocas, también para los artistas adquiere otra dimensión.
Seguramente este novel poeta encontró en sus delirios oníricos la respuesta al dilema de vivir para morir o morir para vivir (utopía del hombre moderno), fundiendo vida y muerte en una simbiosis perfecta que solo puede realizarse mediante la poesía:
Extranjera
Amo la vida
Amo la muerte
En realidad no sé distinguir una de la otra...
Aquí la fibra de su sentimiento individual experimenta una muerte diferente, una “muerte viva” que lo lleva al reino de Schuaima (¿Es esta la gloria prometida?):
Gracias a la muerte
Estoy en Schuaima...
He abierto los ojos a la vida
Luego del viaje inexorable
Después del paso transitorio por el sueño...
Schuaima es la visión onírica del Edén perdido, la encarnación femenina del paraíso: cruzada por numerosos ríos, poblada de volcanes, aire azul y piedras que hablan, de música húmeda y silencio musical, allí la naturaleza se confabula, con el poeta para hablar un solo lenguaje, de la poesía. Y aunque es el reino de la muerte, allí nada está inerme, nada es oscuro; por el contrario, el entorno exhibe una refrescante vitalidad:
Llueve
Llueve minutos
La carretera adversa,
Va el camino
Contragolpeando este chasquido de paisajes...
Un árbol de pájaros azules
El río de los caracoles...
Voy prendido al viento
Floto
Y me doy cuenta
Que la muerte es música
Y a la muerte hay que escucharla
Con los oídos despiertos
La muerte le coquetea, lo seduce, le aprisiona. Basta dormir, cruzar cuantas veces quiera el umbral hacia Schuaima para escuchar otras voces (¿otros poemas?) y resucitar en cada metáfora, en cada verso:
Yo no te busco forastera
Llevo en mis bolsillos
El mapa transparente de tu tierra
Y puedo cruzar cuando me parezca...
Todo ese proceso creativo se desencadena a partir de un ser único: Aniquirona. Ella es la llave de entrada al mundo del más allá; sabia mujer-palabra, “hembra suave y sudorosa... me diluyes como un río que desciende por la muerte/ hasta constituirse en poesía”. Con ella emprende el viaje, lo conduce, le guía y se funde con él, transformándolo en árbol, pájaro o piedra; es la tejedora de sus poemas, la artífice del “ritual de la palabra/ palabra olorosa que se expande” por el cosmos. Pero este proceso que posibilita Aniquirona tiene una razón mucho más profunda, un motivo subyacente en todos los cantos: pervivir a través de sus poemas, escapar al sino del olvido; dar respuesta al dilema de perecer para trascender a partir de la poesía:
Yo soy el polvo que no vuelve al polvo...
Yo no pienso y me festejo de ello
Me alegro de ser loco
Y por loco libre
Por libre feliz
Y por feliz
Intensamente
Irremediablemente eterno.
En sus versos aflora una pasión verdadera por la exquisitez del lenguaje. En metáforas deslumbrantes, imágenes sensoriales, personificaciones y vocablos creados por él, converge la palabra llena de significación en un mundo de sonoridad, luz y color:
...quizás desde el otro lado de la noche
luniluz de manto azul...
Aniluz
Voy adherido a tu agua
A tu silencio sonoro que me espera
Soy la voz de tu bosque...
Pero Winston explora otros temas en su obra Memorias de Alexander de Brucco, algunos de ellos publicados en La Lluvia y el ángel. Del mito judeocristiano retoma el amor, la traición y la muerte, esta vez como producto del paroxismo del amor:
Ven amada Betsabé
Si embargo en esta noche
—luego del amor—
ningún castigo cobrará el valor
que tú y yo nos merecemos
en la candidez del abrazo de otra muerte.
Poesía y muerte, amor y poesía. Los dos caminos que le quedan al hombre para trascender su miseria, su condición humana, “cuando silencio, poesía y muerte suelen restituirnos”.