Despertó en mi interior una voz de alarma: “No debes entrar en más conspiraciones del silencio”, me dijo la voz. A pesar de que seguramente la había vivido múltiples veces, son de esas cosas que si no nos la señalan, quedan ocultas a la conciencia, permanecen dormidas hasta que un hecho se presenta y nos la muestra cara a cara. Al final del artículo relataré cómo fue mi despertar.
La familia calla, el paciente se silencia, el médico guarda sus palabras. Es la conspiración del silencio. El diagnóstico o más aún el pronóstico que viene asociado es el que la pone en marcha. Tal vez ni siquiera ellos sean, sino el temor a lo desconocido. Sí, estoy hablando de cuando la muerte se invita a sí misma y no ceja en su empeño, además sin saberlo, la muerte inminente cubre todo con un manto de silencio.
A difícil enfrentar la enfermedad terminal. Todos callamos. La muerte abandona las palabras. El cáncer metastásico que invade nuestro cuerpo, la falla cardiaca o respiratoria que no cede a los medicamentos, la insuficiencia renal sin encontrar donante, son todas enfermedades que silencian ante lo inevitable. Muchas otras también. La familia lo exige al médico —doctor, no le diga nada que no queremos que sufra— y con el mismo pensamiento, para que sus familiares no sufran de saber que el o ella son conscientes de lo que sucede, el paciente le hace la misma recomendación al médico, no decir que todo se sabe.
Se pierden entonces grandes oportunidades. Se pierde la posibilidad de decir: "Gracias, ya que te vas, te doy las gracias desde lo profundo de mi corazón y por toda la eternidad". No las gracias del día a día. No, no esta gratitud, sino aquella que perdura, que se vuelve infinita.
Se pierde la posibilidad del reconocimiento, aquel que ayuda a saber que sí dejamos un legado, que sí influimos en los demás, que podemos morir en paz por haberlo logrado. Palabras que nunca serán pronunciadas en presencia de la persona que se va. Palabras para reconocer la ayuda ofrecida, los logros alcanzados, sus aportes, su sensibilidad, sus buenos sentimientos y las semillas de bondad sembradas. Aún en los malvados, existen estas cimientes en positivo.
También se esfuma la posibilidad de una mayor empatía entre médico, paciente y familia. Ya no llorarán ni reirán juntos tan fácilmente. Relacionarse por fuera del consultorio, compartir otros espacios queda vedado. El silencio frena la espontaneidad y por tanto las acciones que trascienden lo técnico, lo científico. Todo se extiende al resto del personal de salud, más oportunidades perdidas.
Remembranzas. Gozamos al recordar el pasado, el alegre por alegre, el triste por haber perdido con el tiempo su fuerza y permitirnos verlo desde otra perspectiva que muchas veces hasta nos reímos de cómo reaccionamos en ese hecho que ahora nos parece insignificante. Esta es otra oportunidad perdida por la conspiración del silencio, la oportunidad de una última y amena charla recordando los tiempos vividos.
Tratamos de seguir la vida “como si nada pasara”. La rutina, aunque interrumpida por los actos médicos, trata de imponerse. Hablo de la rutina de la forma en que nos relacionamos los unos con los otros. Se pierde entonces la oportunidad de descubrir facetas ocultas en los seres queridos. Facetas que solo la enfermedad o la inminencia de la muerte podrían develar, o sacar a flote como cuando decimos o hacemos cosas al influjo del vino “... que saca cosas que debieran salir cuando el hombre bebe agua”, tal como dice Cortés en su canción. Dicen que ante la muerte la gente siempre dice la verdad. Qué verdades descubriremos, si superamos la conspiración del silencio.
Posiblemente todo suceda ante el temor de enfrentar sentimientos, emociones, ya que hemos sido castrados en el sentir. La cultura de "no te preocupes, todo va a estar bien" se impone. La cultura de "no llores, sé fuerte" también sigue vigente. El "tranquilo, ya pasará" aleja la oportunidad de vivir a plenitud nuestras facetas del ser humano, las fáciles y las difíciles, las positivas y las negativas.
No tuve espacio para la conspiración del silencio en las enfermedades con estigma social, el sida, la lepra (existe aunque no lo crean, tanto como la tuberculosis), la depresión, la esquizofrenia y otras más. Ya habrá tiempo para ello. También sé que me quedo corto en este tema, da para largo, ojalá los comentarios al texto en la revista enriquezcan el contenido. Los espero.
Lo prometido, ¿de donde salió este tema? Pues salió de la conferencia más bella y más humana que haya escuchado últimamente: “Cuidados paliativos: viviendo hasta el final”, por la doctora Lila Pérez, en el Congreso de Medicina Contemporánea de Asomeb, Barranquilla. Gracias, gracias mil doctora... por haber tocado mi alma, por haberme despertado.