La consciencia de los todopoderosos

La consciencia de los todopoderosos

"La política aquí se ejerce como instrumento de riqueza, no como hecho confirmatorio de la existencia humana"

Por: Roberto Echeverri Uribe
diciembre 01, 2017
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La consciencia de los todopoderosos

Donald Trump es tal vez el más aberrante caso de distorsión democrática y la más dantesca caricatura de lo que significa una sociedad sometida al engaño más oprobioso y la más infame manipulación. Pero ello no solo es visible en la sociedad más avanzada del mundo. No. Este circense remedo de orden nos enseña hasta qué punto las mentiras siguen siendo las verdades más absolutas en la nuestra, una sociedad abyecta, ciega e indolente ante los más aberrantes y escandalosos exabruptos políticos.

Allá un animal bifronte —psicópata y plutócrata—, se hace al poder en concurso con el poder económico. ¿Resultado? Un excéntrico delirante que se cree el enviado de Dios para componer y construir una nueva sociedad. Acá el asunto es más provinciano y ramplón: la perversa y esquizofrénica burguesía colombiana utiliza su abolengo para apropiarse de los recursos utilizando las palancas del Estado y la influencia en lo círculos más íntimos de poder; allá compran guerras para dinamizar la economía, aquí son los clubes y campos de golf los escenarios más apropiados para urdir los crímenes contra una sociedad indefensa y vulnerable. Allá la sociedad se sume en la angustia de la guerra; aquí es la pobreza, la injusticia y la desesperanza la que se hace presente en millones de familias colombianas. El aparato judicial allá es fuerte y goza de buena salud; aquí es ineficaz, burocrático y corrupto; allá la sociedad acude y confía en su sabiduría, aquí los ciudadanos no lo acatan, y no acuden a el por lento, ineficiente e impredecible en sus decisiones. Allá la sociedad progresa bajo al cobijo del miedo, acá pasan días, meses, años y aun siglos, y las cosas siguen igual; con una sutil diferencia: los todopoderosos de Colombia siguen acumulando capital impunemente.

Imperturbables siguen como borregos los mandatos ineludibles del criminal de turno. La sociedad se debate entre la enfermedad y la tristeza; la angustia y la frustración. Y es esa frustración la que probablemente alimenta su violencia y crueldad. En medio del caos político, la gobernabilidad en nuestro país anda por el piso y la delincuencia registra hoy los más altos índices de criminalidad. No debe sorprendernos que en Colombia son la política y el narcotráfico negocios mas lucrativos que cualquier otra industria. Gobernaciones, alcaldías y otros puestos se venden al mejor postor, invalidando toda posibilidad de mérito y reconocimiento público al talento, la buena conducta y la guarda de la buena fe; y aunque los mecanismos de fraude están a la orden del día en los comicios, la sociedad indolente actúa bajo los efectos narcotizantes del dinero, el lujo y la ilusión de poder. Con el agravante que al ciudadano medio cada vez le importa menos el destino de los demás ciudadanos. Se destruyó la confianza, uno de los aglutinantes más importante de la sociedad para la construcción de país como un todo psicológico y conceptual. El Estado muestra aquí una realidad basada en los intereses corporativos y de clase, que hacen su entrada en el escenario político para ver cumplidos sus intereses bajo la forma encubierta de la universalidad y el fetichismo de la ley. Cada noticia en los medios evidencia que el colombiano medio es un sujeto agredido y frustrado. hecho para construir su existenciario en medio del robo y hacer del engaño su único artificio para la supervivencia. Allá la conciencia social y valores como el honor y el patriotismo han hecho de la nación americana un país digno de ser imitado. Nuestra incapacidad para el ejercicio práctico de la democracia nos ubica en la tabla de países más corruptos, impunes y desiguales del continente. ¿Cuánto más tendremos que esperar para que esto cambie?

Allá es el guerrerismo, el intervencionismo y otros males los que aquejan la democracia, aquí es la corrupción y la ausencia total de Estado y de valores los males que han permeado los más diversos estamentos de la sociedad, incluido el sector privado. Allá el libre juego de los partidos se da en la lucha por conquistar la opinión publica y ganar un consenso que legitime el Estado. Acá el Estado legitima partidos obsoletos y salpicados por la corrupción, pero al mismo tiempo evidencia los mecanismos de su estructura obsoleta y jerarquizada. Allá los mecanismos de participación democrática son reconocidos y respetados por la sociedad en su conjunto; aquí los barones electorales controlan las regiones por medio de la figura del caudillismo, manipulando el mercado electoral según su propia conveniencia a través del soborno, las prebendas en los cargos públicos y las coimas, ejerciendo papel de intermediario entre el ciudadano y el Estado.

Y si allá los poderosos demuestran su autoconciencia basada en la grandeza del americano; su capacidad para transformar el mundo y su arrojo en la conquista de sus propios intereses, aquí nuestros gobernantes también dan muestra de ella gracias al ínfimo valor que representa para ellos la sociedad colombiana y lo poco que importa su destino en el ejercicio del poder. La política aquí se ejerce como instrumento de riqueza, no como hecho confirmatorio de la existencia humana.

Somos comparables con cualquier país del orbe dirán los analistas. Yo creo que somos únicos e irrepetibles. El Estado colombiano tiende a convertirse cada vez mas en un Estado parásito y gansteril, envuelto en las formas del despotismo pero sostenido por la legitimación electoral. Seguimos no en busca del tiempo perdido, sino más bien en busca del sentido de nuestra propia existencia...

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