La gente en Punta del Este, Uruguay, no sabe quién es Ciro Guerra. Ignoran por ejemplo que, a sus 37 años, este hombre nacido en Río de Oro, Cesar, es el cineasta con mayor proyección en Latinoamérica. Ignoran que, aunque barrió en Odessa, Cannes y ahora en los Premios Platino, tiene que guerrearla para hacer su próxima película y presentar un proyecto en el Fondo de Cinematografía como cualquier principiante. Colombia, poco a poco, va creando su propia cinematografía pero aún no es suficiente.
Es sábado en la noche y la organización de los Premios Platino, encabezada por Enrique Cerezo -- presidente del Atlético de Madrid y del grupo empresarial Egeda-- ha organizado en el Hotel Casino Conrad una fiesta para los 300 periodistas de América Latina que han venido a cubrir la tercera versión de los hoy considerados premios Oscar latinoamericanos. Ricardo Darín, Paulina Rubio y Santiago Segura se llevan las luces de los reflectores. Los nueve periodistas que venimos desde Colombia notamos la presencia de Ciro. De hablar pausado, sosegado como un Buda, Ciro ignora que 24 horas después se llevaría siete de los ocho premios en los que fue nominado.
Conocí a Ciro Guerra hace 12 años cuando recién había debutado, a sus 22 años, con La Sombra del Caminante, la primera película colombiana que abordó el tema del desplazamiento forzado. Había ido a Bucaramanga, ciudad en la que vivió su primera juventud, a presentar su ópera prima ante un puñado de desplazados. Una vez terminó la proyección, nos fuimos a tomar unas cervezas y allí, joven, casi cándido, me confesó que no quería premios Oscar o Palmas de Oro sino hacer una película que se pareciera a El Espejo, la obra maestra de Andrei Tarkovsky, su ídolo.
Críticos de todo el mundo han notado la influencia del ruso en la obra de guerra. Ajeno a los elogios Ciro, acompañado por su esposa Cristina Gallego, productora también de sus películas, ignora que al otro lado de la ciudad el jurado ha decidido que el viaje alucinado de Evan Shulter por el Amazonas obtendría siete de los ochos premios en los que fue nominado.
El Dj pone algo de Carlos Vives. La gente se apretuja y baila desacompasados como sucede siempre en el sur. Ciro bebe una cerveza y se agazapa en un rincón. A las dos de la mañana se retira a su hotel.
El domingo 24 de julio no solo se entregarán los premios platinos sino que se inaugurará el Centro de Convenciones de Punta del Este, una mega obra que costó 25 millones de dólares. El balneario está desierto. El frío polar ha ahuyentado a los turistas y los únicos que pasean por sus costas son las ballenas jorobadas, los infaltables lobos marinos y los periodistas que atestan el Conrad.
Ciro entra a la alfombra roja. Algunos periodistas uruguayos, preocupados por detener a Pipe Bueno o Natalia Oreiro, lo ignoran. Los colombianos no. Él se ve incómodo con el frac puesto. Si pudiera elegir evitaría las alfombras rojas los reflectores las entrevistas. Si pudiera elegir estaría rodando o encerrado en su casa terminando de revisar su último guión.
Saluda parco, dice todas las frases de cajón. Entra al auditorio. Dos horas después sus manos están llenas de Premios Platino y su tranquilidad de viejo Buda continúa imperturbable. Está feliz no porque El Abrazo de la Serpiente ha arrasado sino porque acabaron por un tiempo las extenuantes giras festivaleras y ahora volverá la adrenalina, la pasión que le despierta rodar y contar historias en imágenes. Un autor está en el set de rodaje, no en las alfombras rojas.
