En diciembre de 1985 Myriam Rodríguez estaba perfectamente identificada como militante del M-19 y pareja de uno de los comandantes de esa guerrilla, Carlos Pizarro León-Gómez. Por eso le llovían amenazas buscando la retaliación por la toma del Palacio de Justicia que dejó más de 90 muertos y los 11 magistrados de la Corte Suprema de Justicia.
Las amenazas se centraban en hacerle daño a lo que ella más quería, su hija María José. Nacida en 1978. Su papá, el comandante, la envió a París para salvaguardarla de sus enemigos. Pero en 1985 había regresado, estaba en Bogotá y Myriam lo primero que hizo fue vender todo lo que tenía, que era poco, e irse con ella al Ecuador.
En Quito, Myriam conoció a una joyera argentina que le enseñó a hacer artesanías. De eso vivía ella y su hija. Se cambió el nombre, se llamó Mara Aragón. En 1987 Carlos Pizarro pudo ubicarla en Quito y le pidió verla. Se montó con la pequeña María José en un bus y llegaron a Mesitas del Colegio, un municipio cercano a Bogotá. Le pidió que regresara. Myriam tenía las heridas abiertas.
Era duro estar con un hombre con el carisma arrollador de una estrella de rock. Se lo pensó para regresar. María José estudiaba en el Liceo Francés de Quito y esperó hasta que se acabara el año escolar para regresar. Myriam le perdonó todas las infidelidades. Regresó a ver como Carlos entregaba las armas al gobierno de Virgilio Barco y, poco tiempo después, las balas asesinas de Carlos Castaño lo mataron en un avión de Avianca en pleno vuelo.
El amor de Pizarro por su hija queda plasmado en esta carta:
"Mi niñita:
Tengo en mi alma para ti un montón de sonrisas y mariposas. Algún día juntaremos los soles que tú pintas con los soles que yo hago nacer y tendremos para los dos, para los tres y para todos, unas caras felices. La gente nos mirará y van a querer nuestras sonrisas. Ese día llegará; por ahora, que nos toca continuar lejos el uno del otro, recuerda siempre que no importa dónde estés y lo que hagas, yo te amé antes de que nacieras y te amo más hoy que te conozco, hoy que no te sienten rara ni mis ojos, ni mis manos, ni mis sueños.
(...) Sé sabia, amor mío. Ser sabio es conocer en cada época todo lo que ella nos depara, vivir apasionadamente cada camino y cada extravío, saber siempre que el saber es un árbol infinito donde siempre se escala, ser sabia, mi niñita, es saber gozar de las cosas pequeñas de la vida y saber estar siempre al lado de los ideales justos. Y sé buena, también, niña mía, que tu alma siempre esté vestida de fiesta para recibir al amor y para hacer brotar amor. Nadie se resiste a un alma que va de fiesta por la vida. La risa convoca la risa. El amor llama al amor. Odia, mi niña, la injusticia y a los injustos, odia el dolor que provocan unos hombres en otros, rebélate contra toda injusticia que veas cometer a tu lado. No importa si sufres un poco por ello, con el tiempo tu estatura se habrá agigantado y te regocijarás con el orgullo en tu propio valor personal, un orgullo sano, dulce y humano.
Mi niña, yo no te he podido dar toda la ternura que mi vida había acumulado para alimentarte y recrearme. Tengo atrasadas un sinfín de caricias que sólo tú, mi hija, podrías despertar y debías recibir. Las guardo en mí. De pronto algún día podrán florecer en tus manos o en las de tus hijos.
Que nunca existan lágrimas en tus ojos, búscame cuando estés triste en el sol y las estrellas, en el aire, en todo lo que hay bello en la vida. Yo no pude acompañarte en la vida, pero te di la vida y no me arrepentiré jamás. A ti te corresponde hacerla luminosa, trabaja y juega; juega y trabaja, y serás feliz.
Espero, mi amor, que tu vida se agigante con tus propios desafíos y sea lo que el destino te tenga trazado. Convoca para tu alma y tu cuerpo el amor del hombre o los hombres que te sean entregados por la vida. Sé generosa en el amor, no cuentes en tiempo, ni te reserves nunca para el futuro en cosas del amor. Desgárrate siempre que ames. Ama con todo el amor de la vida cuando el amor te asalte. Sé apasionada. Haz de cada época de tu vida una leyenda (...)"