Después de la misteriosa muerte del Papa Juan Pablo I, a pocas semanas de reemplazar a Pablo VI —que achacan a envenenamiento por la mafia asociada con cardenales que utilizaba el Banco Ambrosiano para lavar dinero, cuando el nuevo pontífice iba a sanearlo—,el sucesor Juan Pablo II —proveniente de la Polonia comunista—, aliado con el presidente de los Estados Unidos Ronald Reagan y la primera ministra de Inglaterra Margareth Tatcher, (adalides del neoliberalismo económico), desde su país, respaldando al movimiento sindical Solidaridad, lideró la lucha contra la “Cortina de Hierro”, implantada por Stalin, en los países de Europa oriental, al terminar la Segunda Guerra Mundial.
El papado de Juan Pablo II, además de contribuir al derrumbe del muro de Berlín en 1989 y a la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS, en 1991, se caracterizó por la conservatización de la doctrina de la iglesia, con relación a reformas del Concilio Vaticano II, promovidas desde inicios de los años 60 por Juan XXIII, “el papa bueno”, y las cuales significaron profundos cambios en costumbres de sacerdotes y un acercamiento a los fieles, al reemplazar el latín de la liturgia por idiomas nativos, además de permitir vinculación de curas y monjas a obras sociales y proyectos productivos, educativos y culturales en comunidades más desprotegidas, sumándose a sus luchas por mejorar sus condiciones de vida, lo que en América Latina se manifestó con la Teología de la Liberación, que justificaba la participación de ministros de la iglesia apoyando movimientos políticos, sindicales, campesinos, indígenas y hasta guerrillas, que buscaban transformar países en beneficio de las mayorías.
El hecho de que Juan Pablo II designara presidente del Pontificio Consejo para la Familia de la Santa Sede al cardenal colombiano Alfonso López Trujillo evidencia la conservatización que impulsó en su papado, y las contradicciones y críticas acerca de sus inmediatos colaboradores, pues este jerarca, conocido en Colombia, como homosexual clandestino, amigo de capos del narcotráfico de los que recibió cuantiosas donaciones, amante de lujos excesivos y delator ante paramilitares de curas ligados a movimientos populares, también fue acérrimo opositor a reformas sociales, y en la doctrina y leyes canónicas referentes al divorcio, aborto, matrimonios entre homosexuales y otros puntos polémicos.
Muerto Juan Pablo II, cuando el actual papa, estaba a punto de ser escogido sucesor, los jerarcas conservadores se decidieron por el cardenal alemán Ratzinger, quien como Benedicto XVI, debió afrontar tormentas internas por controlar los principales ministerios y oscuras finanzas del Vaticano, además de afrontar la explosión de la bomba de tiempo que en todos los continentes estalló con denuncias de pederastia y abusos sexuales cometidos por sacerdotes y jerarcas, más multimillonarias demandas exigidas por algunos de los afectados.
Benedicto XVI no aguantó tanto escándalo e intriga y pasó a la historia como el papa que renunció, abriéndole camino al cardenal Bergoglio, de raíces italianas, nacido en Buenos Aires, el 17 de diciembre de 1936, diplomado en filosofía, profesor de literatura y jesuita, en el continente donde la iglesia católica tiene su mayor rebaño y quien al escoger el nombre de Francisco, quiso significar el retorno de los ministros y doctrina de la iglesia a las prácticas de austeridad y acercamientos con los humildes que tuvo el santo de Asís.
Debió enfrentar duros retos y enfrentamientos con el ala ultraconservadora de la derrochadora y amante del boato corte de cardenales por el estilo de Bertoni, quienes fueron cómplices y prefirieron silenciar denuncias de corrupción administrativa y abusos sexuales entre personal de la iglesia y conspiraron para frenar reformas que emprendió Francisco I, en los ministerios y finanzas del Vaticano.
En medio de la deserción de millones de fieles atraídos por diversas iglesias cristianas y otras creencias, más polémicas por permitir o no el matrimonio de sacerdotes y el ordenamiento de mujeres, Francisco I, además de en sus encíclicas criticar abiertamente los abusos contra la humanidad y la naturaleza producidos por la angurria de riquezas y su concentración en pocas manos, característica del neoliberalismo reinante, se atrevió a proponer el perdón para que los divorciados puedan recibir los sacramentos y permitir las uniones entre homosexuales, buscando mayor comprensión con la diversidad de sus fieles y de otras religiones, con las que también continúa el acercamiento ecuménico que inició Juan XXIII y continuaron sus sucesores, bregando por desarmar la atmosfera guerrera, afrontar el cambio climático, deforestación, contaminación, extinción de especies y profundas desigualdades y pobreza de millones de humanos que sobreaguamos en el planeta.