Aunque no esté expreso ningún rechazo al desaparecido general, es más que diciente la gigantesca escultura en bronce del derrocado presidente Salvador Allende en la plaza de la Constitución del Palacio de la Moneda, la cual se erigió en la década de los noventa con una ley del Congreso Nacional de Chile, que incluye además otras dos esculturas para las ciudades de Valparaíso y Punta Arenas.
Al recorrer las calles de Santiago, Viña del Mar y Valparaíso, no se encuentra ningún símbolo, imagen o referencia de Pinochet. Es como si ese silencio fuera una condena tácita y silenciosa, en donde ni siquiera sus partidarios abogan porque sea lo contrario. Esto es tan parecido a la ausencia total de Hitler en la actual Alemania, con la diferencia que la de este se debe a una prohibición legal, mientras que la de Pinochet pareciera una condena política y social. Además, de una u otra forma, a diferencia del dictador alemán, Pinochet no solo tiene detractores, sino defensores en Chile y el resto del mundo. De hecho, muchos se apresurarían a asegurar que es un despropósito comparar al general chileno con el llamado führer.
Lo confieso, la condena "tácita" más impactante a Pinochet la encontré en el Museo Histórico Nacional (Santiago de Chile) —antiguo Palacio de la Real Audiencia, al norte de la Plaza de Armas—, en donde se expone una imagen y un video de los restos de las gafas del derrocado presidente Salvador Allende —medio marco con un lente rotos— con un estremecedor pie de página: "Obra en proceso de restauración: Este emblemático objeto se encuentra en proceso de restauración. Agradecemos sus comprensión”.
Este material audiovisual es diciente y desgarrador. Las gafas rotas de Allende simbolizan la bondad y entereza de un hombre bueno, intelectual y con una dignidad inquebrantable —como también la barbarie y crueldad de la golpista junta militar—, quien en el momento del bombardeo al Palacio de la Moneda se mantuvo firme e incólume. No cedió un centímetro, se defendió con casco y rifle en mano —siendo esto más un acto simbólico que bélico—. Su único pecado como mandatario fue nacionalizar la explotación del cobre —las multinacionales se quedaban con casi todas las utilidades— y sacar de la esclavitud feudal a sus mineros, como también mejorar las condiciones de vida del ciudadano chileno —lo que algunos "fanáticos” de la derecha no dudaron en calificar como “comunismo”—.
En Yo pisaré las calles nuevamente, el cantautor cubano Pablo Milanés dice sobre el golpe de estado chileno del 11 de septiembre de 1973: "Me detendré a llorar por los ausentes… a mis hermanos que murieron antes… que quemaron las manos asesinas… y pagarán su culpa los traidores…”.
La segunda condena "tácita" a Pinochet se encuentra al frente de la mencionada imagen de las gafas rotas de Allende, en donde un periódico chileno registra la curiosa fotografía de un coctel social, en donde aparecen charlando animadamente el entonces “presidente” Pinochet —en traje de paño— con el presidente estadounidense Richard Nixon, lo que demostraría la complicidad lamentable de los militares chilenos con Estados Unidos para el golpe de Estado, como lo corroboró recientemente archivos desclasificados de la CIA, y que tendría entre otras consecuencias las mencionadas gafas rotas del médico cirujano y mandatario austral.
Es una discusión interminable la eficacia o no de la era Pinochet, quien al abrir las fronteras triplicó la inversión extranjera y elevó a la millonésima el crecimiento económico —nunca antes registrado en ningún país latinoamericano— en donde la disponibilidad de productos más baratos y las facilidades de integración comercial con el país del norte, lo convierten en los que algunos denominan el "Milagro Chileno", incluida la construcción francesa de una imponente y moderna infraestructura, como es el caso del subterráneo Metro de Santiago, aunque esta obra se inicia con el presidente demócrata Eduardo Frei, la continúa Salvador Allende y es terminada en 1975 por Augusto Pinochet.
Ante esta apreciación sobre la dictadura, es contundente y lapidario un aparte del libro La aventura de Miguel Littín en Chile de Gabriel García Márquez (1986), en donde el cineasta chileno le asegura al nobel colombiano:
(...) lo que hizo la junta militar para dar una apariencia impresionante de prosperidad inmediata, fue desnacionalizar todo lo que Allende había nacionalizado, y venderle el país al capital privado y a las corporaciones trasnacionales. El resultado fue una explosión de artículos de lujo, deslumbrantes e inútiles, y de obras públicas ornamentales que fomentaban la ilusión de una bonanza espectacular,
(...) se importaron más cosas que en los doscientos años anteriores, con créditos en dólares avalados por el Banco Nacional con el dinero de las desnacionalizaciones… La deuda externa de Chile, que en el último año de Allende era de cuatro mil millones de dólares, ahora es de casi veintitrés mil millones. Basta un paseo por los mercados populares del río Mapocho para ver cuál ha sido el costo social de esos diecinueve mil millones de dólares de despilfarro. Pues el milagro militar ha hecho mucho más ricos a muy pocos ricos, y ha hecho mucho más pobres al resto de los chilenos.
A estas alturas, los chilenos viven una de las grandes paradojas de su historia, porque el regreso hace casi treinta años a la democracia, no significó una reivindicación social, incluso con serios cuestionamientos de corrupción y tráfico de influencias del hijo de la entonces presidente Michelle Bachelet, una líder de izquierda que fue víctima con su familia de las torturas de la dictadura militar, como también el estallido social de finales de la década pasada —bajo el gobierno del derechista Sebastián Piñera— por un alza desmedida del transporte público, los bajos salarios y el cuestionable sistema pensional, que propició la elección del actual presidente de izquierda Gabriel Boric, quien tuvo su primer revés cuando los chilenos rechazaron en un plebiscito su propuesta de Constitución “progresista”, al considerarla demasiado densa, con principios altruistas pero con serias grietas en su implementación.
La paradoja es más evidente cuando en mi recorrido por la calles de Santiago, encuentro un total rechazo al presidente Boric, en donde impotentes y molestos los chilenos explican que la inseguridad se ha desbordado, los atracos y homicidios callejeros son cada vez más frecuentes, y el Estado pareciera que protege a los delincuentes ante cualquier queja o acción legal del ciudadano afectado, como también la desmedida y complaciente migración venezolana, que ha instalado carpas para pernoctar en el separador de una de las principales avenidas de Santiago, como explica el exmilitar y reconocido abogado chileno Adrián Villena, quien al lado del exmilitar colombiano Marco Antonio Niño —radicado en Chile— tuvieron la amabilidad de recogerme a mi llegada al Aeropuerto Internacional de Santiago, y en el recorrido al Hotel Panamericano —a dos cuadras del Palacio de la Moneda— me recomendaron por seguridad no salir a pie después de las nueve de la noche, siendo esta la hora que oscurece en el país austral.
Al empacar maletas a Colombia, CNN Chile expone en primicia la baja popularidad del mandatario chileno en una reciente encuesta, atribuido a “los altos índices de inseguridad, la inflación y una controversia por indultos…”, lo que para una despampanante rubia universitaria y mesera chilena de un café céntrico de Santiago —me asegura— es el anticipo de un contundente derrota electoral de la izquierda en la próxima contienda electoral a la presidencia.
Coletilla. La próximas notas estarán centradas en las sesiones extras del Congreso, a las que ha convocado el presidente Gustavo Petro para discutir entre otros el Plan Nacional de Desarrollo, la adición presupuestal, la reforma a la salud, las reformas laboral y pensional, y la modernización a la Policía, en donde el senador José Vicente Carreño propondrá el subsidio mensual familiar para el nivel ejecutivo y personal de agentes y patrulleros.
Entonces quedan pendientes dos notas de mi visita a Chile: La Sebastiana, casa de Pablo Neruda en Valparaíso, y el mágico concierto del mexicano Pedro Fernández en Movistar Arena de Santiago, cumpliendo un sueño personal de presenciar un espectáculo del otrora niño genio de la música ranchera.
Agradezco, estimado lector, su comprensión.