En el verano de 1999 Víctor Gaviria era uno de los dos colombianos más importantes del momento. Sólo lo superaba Juan Pablo Montoya. Su película, La vendedora de rosas, había sido incluida en la Selección Oficial de Cannes, el festival más importante de todos. Estaba entre los 16 films más importantes de ese año. Un genio como Bernardo Bertolucci - ¿Cuánta falta le hace al cine de nuestros días la elegancia de El último tango en París? - se desbordaba en elogios por una obra que claramente bebía de las fuentes de Roberto Rossellini, de Vittorio de Sica y todo el neorrealismo italiano. Victo fue portada de todos los periódicos, de todas las revistas, en todos los programas. Entonces el poeta de Buscando tréboles era invitado a todas las mesas. Y él lo único que quería era tener la certeza de que sus películas no se quedarían en proyectos.
Del estreno de la Vendedora de Rosas a su siguiente película, Sumas y restas, pasaron cinco años. Demasiado tiempo para mantener en la consciencia colectiva. Cuando esta terrorífica historia de un arquitecto que cae en la tentación de servirle a un mafioso se estrenó, a nadie pareció importarle que el cineasta más grande de este país diera su versión de la mafia en Medellín. Debería haber sido el hit que él esperaba. Sobreestimó a un público cautivado por la Gorda Fabiola y Hassam. Víctor no sólo hizo una trepidante película de mafiosos, la mejor que se ha hecho en este país, sino que le apuntó a la belleza visual, a hacer de cada plano un homenaje a sus ídolos. Estuve en algunas sesiones de edición y vi como eligieron un travelling para mostrar uno de los paisajes más hermosos que tiene Antioquia: la puesta en la mesa de una bandeja paisa.
Si alguna vez las bombas borraran del mapa Antioquia ésta se reconstruiría a partir de esas películas pequeñitas, olvidadas, que hizo Victor Gaviria mientras incubaba su Rodrigo D. Hay una miniserie de Teleantioquia, una de las primeras que hizo en los Ochenta que se consigue en los rincones cochambrosos de la Séptima en DVD y es Simón el mago, una obra que necesita ser reconstruida con urgencia. En plenos años ochenta hacer una adaptación al cine de un universo con la complejidad de Tomás Carrasquilla es una hazaña que pocos recuerdan. RCTV está obligado a poner el billete para salvar y divulgar mejor la obra de Víctor. Pienso en otro mediometraje, Los músicos, dos guitarristas, uno ciego y el otro contador de historias, van caminando por las ardientes laderas del Río Cauca y justo después caminar el puente de Santa Fé de Antioquia llegan los bandoleros y le quitan todo. Pero no es la trama lo que importa en el cine de Víctor sino la capacidad de hacer una postal del lugar sobre el que narra.
Después de Sumas y Restas, película incomprendida y que nadie vio, Victor se sumó en varios proyectos. Lo acompañamos hace unos festivales de Cartagena a ver locaciones para la historia de polizontes que quería contar teniendo como protagonistas a los container de ese pueblo, pero no consiguió el billete. La mala relación que tuvo con su productor, Erwin Goggel, y los cuentos oscuros que contaba el hijo de los dueños de Nestle sobre incumplimientos, borracheras salvajes durante rodajes interminables que el director no terminaba por falta de rigor, hicieron que, como cualquier mortal, Víctor tuviera que buscar recursos como cualquier director primerizo: presentar el proyecto al Fondo de Cinematografía. Así pudo hacer su última película, del ya lejano 2015, La mujer del animal, un salvaje fresco sobre la tortura de ser mujer y pobre en un país misógino como este.
Hay muchos que ven con recelo el trabajo que hizo Victor Gaviria con actores naturales en sus películas. No existe nada más difícil que hacer actuar a estos niños, poner a cantar a estos pájaros. A algunos de estos actores los mataron poco después del estreno de sus películas no por haber aparecido en un film de Víctor Gaviria sino porque ya tenían un sino trágico, no habían nacido pa' semilla. Pornomiseria llaman a su cine los imbéciles de siempre, los ignorantes que también dicen con desprecio que Laura Mora, directora de la espeluznante Los reyes del mundo, explotó a un puñado de peladitos y que tiene la culpa de sus desgracias.
Victor ya no tiene público. Sigue aferrado al cine, a su esposa Mercedes, a sus hijas. Le gustan los homenajes pero él no quiere el Oscar honorífico sino plata para contar la película de terror que siempre ha querido, la de la mujer que empaderaron en el edificio del Coltejer hace cincuenta años. Víctor, a sus 68 años, quiere seguir en lo de él.
Lo necesitamos, necesitamos que reverdezca, pero a Colombia eso no le interesa.