La competitividad regional, ¿otra obsesión peligrosa?
Opinión

La competitividad regional, ¿otra obsesión peligrosa?

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diciembre 30, 2014
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“Competitividad, una obsesión peligrosa”, es el título que dio el Nobel Paul Krugman a uno de sus artículos en el que sostenía desafiante, hace 20 años: “Personas que se creen sofisticadas en la materia dan por supuesto que el problema económico que enfrenta cualquier nación moderna es esencialmente el de la competitividad en los mercados mundiales (que los Estados Unidos y Japón son competitivos en el mismo sentido que Coca Cola compite con Pepsi) y no prevén que alguien pueda cuestionar seriamente esa posición”. “…La obsesión respecto a la competitividad es no solamente errada sino peligrosa, que distorsiona las políticas económicas internas y amenaza el sistema económico internacional”, agrega lapidario.

El dardo de Krugman incluyó un delicioso reproche al reduccionismo que asimila la competitividad regional (o de país) con la competencia entre firmas que se comportan como rivales netos (entre Coca Cola y Pepsi, su clásico ejemplo). Estando en ello, nos recuerda que eventualmente las corporaciones van a la quiebra y “cierran”. “Los países, de otro lado, no quiebran”, advertía severo. Y las regiones, aún las más arruinadas, tampoco cierran. Esa Orinoquia olvidada nunca cerró. Buenaventura pobre y masacrada, tampoco. Y tras prolongada marginalidad, “El Calvario” aún malvive en pleno centro de la actividad comercial de Cali. Ninguna de estas zonas ha “cerrado” ni siquiera hoy, cuando una nueva “competitividad” les anuncia grandes inversiones, pero a cuenta de que haya vaciamiento territorial en una y desplazamiento interno en las otras, a fin de desarrollar otra acumulación sobre la desposesión de los actuales titulares o poseedores, vía mercado o vía violencia.

¿Nueva competitividad de la “Tercera Vía”?

La literatura especializada se duele hoy de las “ganancias de competitividad espuria”, basada en la desestructuración del trabajo y la trituración de los derechos ciudadanos propias del neoliberalismo. Ahora es común asignarle cierto giro, básicamente hacia políticas sectoriales y mesoeconómicas –educativa, industrial, de infraestructura, científica, tecnológica, etc.– pero claramente solo en función del desarrollo productivo, que demanda un activo papel intervencionista del Estado.

A este enfoque se aviene la divisa santista según la cual “El Estado despeja el camino, fija reglas de juego, dirime los conflictos; el sector privado construye y recorre el camino”, una explicación  de la Tercera Vía “a la criolla” que reclama Estado hasta donde sea necesario y otorga licencia al mercado hasta donde sea posible.

La formulación aplica a todo el concepto de “convergencia regional” concebido desde el anterior Plan Nacional de Desarrollo, dominado por las emergencias del gran capital. Para el caso del denominado G11 (Subregión sur del Valle del Cauca), la asociación municipal cambió su histórica mirada al norte del Cauca, por otra ordenada desde la Alianza del Pacífico, por la reconfiguración de Cali como “ciudad para el empresariado” y de servicios, por sus plataformas para la circulación y reproducción del capital, y por un proceso de terciarización de la capital que dé cuenta de la reprimarización económica del país.

Por su parte, el proyecto para la Orinoquia se inscribe en la “recomendación” del Banco Mundial de poner la tierra “en manos de los usuarios más eficientes y las actividades más productivas”, forzando cambios en el uso del suelo (vía normativa, tributaria y de ordenamiento territorial). La inversión siempre aplazada para la Altillanura, surge a la par de la nueva Ley de Baldíos, cuyo destino serán no ya los campesinos pobres sino la agricultura de escala. A  la par van el blanqueamiento de la gran inversión, y una  impresionante dotación de bienes públicos, créditos y subsidios, la presencia de un Estado que solo llega con la consolidación del despojo de los nativos, siempre desoídos.

Surge a la vista un paralelo inevitable cuando se compara esta intervención, con la que asoma tras los proyectos de ordenamiento territorial de Cali y el sur del Valle del Cauca. Al vaciamiento territorial de la Orinoquia corresponde el fenómeno de “gentrificación” del centro de la ciudad: la expulsión de los pobladores pobres, en aquellos espacios donde tienen sus apuestas las élites empresaristas. El prolongado cálculo ha cumplido distintos dispositivos de “limpieza urbana” para cercar su habitabilidad y pasar hoy a una etapa de febril intervencionismo que obliga al desplazamiento. En el diseño, desempeñan su papel desde las redadas policiales hasta nuevos y perversos incentivos económicos: exoneraciones al propietario tradicional… ¡que acceda a irse!

Ya volveremos sobre el tema. Por ahora recordemos la advertencia sobre esa competitividad regional exclusivista y espuria. Y anotemos una paradoja: en las presentaciones de los tecnócratas de la Cámara de Comercio de Cali, que son los mismos de la Alcaldía, resalta una “declaración de principio” (sic) pretendidamente ostentosa: “Cali siempre ha buscado de manera obsesiva la competitividad, a través de una estrategia de trasformación productiva”. Gente sofisticada de Cali lo repite así, ¡20 años después de la sentencia de Krugman!

Fecha de publicación original: 4 noviembre de 2014

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