La noticia sobre lo acontecido el domingo pasado en el Centro Comercial Andino, el incidente en el que un padre de familia increpa de manera violenta a una pareja por manifestar su cariño públicamente cerca de un sitio de juego de niños, evidencia una vez más el pensamiento conservador e inquisidor que tiene nuestra sociedad colombiana en pleno siglo XXI. Y es que el asunto debería analizarse sin poner letras ni clasificaciones a los implicados (poco nos sirve saber si son uribistas, petristas, heterosexuales, homosexuales, etc.), pues aunque el incidente tuviera tintes políticos, esto solo serviría para enredar más su entendimiento y que el asunto se pierda en la espesa selva de batallas políticas o reivindicativas que fácilmente se arman en este macondiano país.
Con las pruebas que se han revelado el día de hoy sobre este hecho podemos ver que la actitud del señor Pedro Costa es completamente reprochable, no había ninguna justificación para que reaccionara de esa forma y que atacará a la pareja por manifestar su cariño públicamente cerca de unos niños. Por lo que se ve en el video no hay actos obscenos que atenten contra la dignidad de otros o que violenten a los menores de edad. Simplemente el acto se reduce a una muestra de cariño entre dos personas, un cuadro que perfectamente podría repetirse en varios hogares colombianos todos los días del año. Lo “sexual” al parecer abunda no en las actuaciones de la pareja sino en la mentalidad del padre que paranoicamente ve algo que no está sucediendo a su alrededor. Y uno se pregunta entonces si la morbosidad del acto no la hace quien juzga desde sus imaginarios a otros por hacer lo que con tanto repudio fantasea y rechaza en su realidad.
Y pareciera ser un leitmotiv de nuestra sociedad juzgar a otros con nuestros imaginarios y no con la realidad que vemos: Atacamos al vecino porque creemos que es uribista, no hablamos con el hijo de nuestro jefe porque es petrista, evitamos encontrarnos en el ascensor con el colega del trabajo porque es marica, no salimos con el parche de la universidad a bailar porque son heteros, etc. Siempre hay un punto que nos diferencia de los demás y lo usamos para alejarlo y ponerlo al otro lado del campo de batalla que construimos en nuestra vida para justificar nuestros actos ante la sociedad.
Y entre tanto, vamos sembrando zanjas que nos distancian mientras creemos que cada quien lleva su propia bandera de la verdad y la justicia a cuestas. Si queremos avanzar como sociedad y apostarle a un cambio, donde la paz no sea un ideal sino una realidad, debemos aprender a reconocer la realidad como es y no como queremos que sea. Si seguimos imponiendo nuestros miedos y nuestros imaginarios a todo lo que vemos, seguiremos replicando el pensamiento colonizador que tanto estrago causó en el continente americano en su momento.
Descolonicemos nuestras mentes y aprendamos a ver que una muestra de afecto, sin importar los sujetos que la hagan, es mil veces mejor que presenciar un país en guerra donde la muerte y la indiferencia reinan en las personas vacías que la alimentan.