Como si no bastara con los uribistas retrógrados, con los santistas morrongos y con los godos conservadores, se suman a la particular "propuesta política" colombiana figuras reconocidas del deporte y la televisión: el Pibe Valderrama, el Cuenta Huesos y Don Jediondo.
Como mencioné en mi columna anterior Juventudes políticas, el ejercicio de la política no solo se hace en el Congreso, sino también en la casa, el colegio, la calle, en la relación con los demás, y en todos los espacios de la vida. Por otro lado, cada quien es libre de hacer sus intervenciones en los lugares que quiera sin perjudicar a terceros. Al fin y al cabo la libertad es uno de nuestros derechos, al menos en teoría. Y sin embargo, resulta contradictorio que estas personas que son retratos de la fama nacional y aparentemente tienen intervenciones sociales para ayudar a niños, como el Pibe, con su propia fundación en Barranquilla donde ofrece un espacio de ejercicio y prácticas físicas para que niños y jóvenes puedan salir de las drogas; no pueda o no quiera ver que en un partido como el de la U no podría cumplir efectivamente su sueño de ayudar a la infancia, porque este partido es uno de los creados para la lagartería oficial, y por lo tanto, está muy lejos de comprometerse con el tema social. Así lo evidencia el aval que han tenido personas como Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos para ejecutar políticas sociales y económicas que no han beneficiado al país.
A su vez, el “humorista” Juan Ricardo Lozano, más conocido como el Cuenta Huesos —y digo entre comillas porque sus comentarios son pésimos— manifestó el peor chiste de su carrera televisiva: demostrar su interés por la política (ver noticia). Y aunque parezca prejuicio, no faltaba más, para ponerle la firma intenta unirse al Partido Conservador. El partido de apoyo estructural a los gobiernos aburridos y dañinos de siempre, como le pasa al Pibe en la U, cuyos miembros oportunistas le hacen autogoles a la salud, a la justicia, a las necesidades de las comunidades LGBTI, etc.
Y por último, Pedro González, más conocido como Don Jediondo, analiza la posibilidad de aspirar también a la política por medio del Partido Liberal (ver noticia). Todos sabemos quiénes han pasado por este partido y cómo lo han utilizado a lo largo de su sufrida vida para impulsarse como los verdaderos camaleones que han sido Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos, entre muchos otros.
Todos los intentos de estas personas por aspirar a la política dejan el olor a podredumbre que se cocina en las aspiraciones de los candidatos al Congreso. Basta ver a quiénes pretende posicionar el expresidente Álvaro Uribe con su nuevo partido Uribe Centro Democrático: reconocidos y aguerridos analistas y periodistas fervientes neoliberales a rajatabla de los lemas de ‘a sangre y fuego’, familiares de grupos empresariales y de la política actual con grandes vínculos sociales y apropiaciones indebidas... Sin embargo, esto es lo que permite ver la oportunidad que tienen personas comunes y corrientes —abogados, economistas y politólogos— de alcanzar alguna representación pública, para que la política sea lo que siempre ha debido ser: una cercanía entre la ciudadanía y los caminos de gobernabilidad colectiva.
En Colombia, a semejanza de las familias que van de turistas a Miami o a ciudades de exposición de delfines u otros animales que son atrapados ilegalmente para su exhibición legal; pagamos cada cierto tiempo la permanencia de personas con sus shows en el Congreso. Si permitimos que gente como esta llegue a un cargo público, tal vez el espectáculo se vuelva más entretenido pero no cambie mucho. O a lo mejor se vuelva peor. O tal vez se pueda trabajar en necesidades puntuales y con mayor fuerza de lo que se podría haber hecho antes. Porque no necesariamente los que estudian ciencias políticas o derecho son los más apropiados para dirigir un país, sino aquellos que conocen o conocieron de frente sus necesidades y tienen la firme convicción del trabajo con las comunidades.
De todas maneras, el salto de la pantalla al Congreso pareciera incoherente; pero al final queda la sensación de que parece extraño porque estamos acostumbrados a lo mismo. Lo revelador es que, de llegar al Congreso estas figuras del entretenimiento y el deporte, podrán seguir construyendo desde allí su buena imagen trabajando por propuestas para el beneficio colectivo; o acabar destruyendo los altares que les han construido los medios y sus simpatizantes. Y al contrario de los delfines y sus saltos que entretienen a las familias en Islas del Rosario o Miami, somos nosotros los delfines que con nuestros votos y complicidad podríamos entretener, no solo a los nuevos aspirantes, sino a los mismos de siempre, por muchos años más en el poder político.