La colombiana que enamora a Buenos Aires bailando tango

La colombiana que enamora a Buenos Aires bailando tango

Ana Isabel, la colombiana finalista en las dos categorías del Mundial de Tango

Por: Fabio Andrés Olarte Artunduaga
septiembre 22, 2015
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La colombiana que enamora a Buenos Aires bailando tango
Foto: Eliana Moreno.

Una tarde gris cae sobre la existencia de los seres que habitamos la mágica ciudad de Buenos Aires, en un sábado cobarde, que invita al invierno a irse y empieza, de a poco, a darle la bienvenida a la maravillosa primavera. El reloj, que tanto odio, marca las 18 horas con 45 minutos. La temperatura es poco menos que perfecta. El insoportable calor del verano se encuentra lejos y el frío, enemigo acérrimo de los solitarios, no está cerca. En el cruce de las calles Florida y Lavalle –en pleno corazón de la capital argentina–, una mujer se roba todas las miradas. Y cuando digo todas, en realidad, son todas: la de un oriental con gorra que no para de tomarle fotos con su cámara digital; la de una señora –que luego supimos que era chilena- que se enamora perdidamente del tango, gracias a la danza que ve con atención; la de un gringo, al que nadie le quiso contar que el sonido del choque de sus palmas no debería estar acompañando la música; la mía, que parece la de un niño recién nacido que descubre el amor en los brazos de su madre; en fin: la de absolutamente todos.

Ella viste una falda blanca colmada de flores, que parece un cuadro de los Jardines de Babilonia. Sus piernas no paran de moverse de un lado para otro con agilidad, precisión, sensualidad, duende, temple y elegancia, sin importar que está parada en unos tacones que tienen una punta fina y prolongada. Su cuerpo no es muy alto, pero por momentos se alarga, llegando casi a tener una altura similar a la del obelisco porteño que la observa bailar a pocas cuadras de allí. El tango sigue sonando y ella, con maestría, nos sigue llenando las retinas de arte y el corazón de pasión. Los espectadores, al escuchar el silencio sepulcral que nos dice que la canción ha terminado -y con ella la actuación de la dama que captó nuestra atención-, irrumpimos en aplausos que, sin pretender desmeritar a su pareja, parece que van solamente dirigidos a la muchachita de cabello negro que permanece estática y sonriente recibiendo nuestra ovación. Pero hay algo que, probablemente, el grueso de esa audiencia que se revienta las manos aplaudiendo no sabe y yo sí. Ella no es argentina. La artista es 100% colombiana.

El nombre que la acompaña hace 24 años, que es el tiempo que lleva ella respirando este aire lleno de nostalgia, es: Ana Isabel Lopera Vásquez. Hablo con ella, luego de que termine su actuación, sentados en las sillas de un McDonald’s, mientras ella saborea un helado combinado de dulce de leche y vainilla, durante casi media hora. Su acento me transporta de inmediato a la hermosa Medellín que la vio nacer y que, por desgracia, ella no visita hace más de dos años. Le pregunto que si extraña su país y ella, con un gesto disfrazado de sonrisa, me dice: “Sí, extraño bastante, pero acá estoy haciendo lo que quiero. Y eso no tiene precio”. Una respuesta que me esperaba, porque ella y yo sabemos que en Colombia no podría vivir como vive acá, haciendo lo único que ella quiere hacer en la vida: bailar canciones como Malevaje, Cambalache, Cafetín de Buenos Aires o cualquier otra de la autoría de su compositor favorito, don Enrique Santos Discépolo.

Ana Isabel vive en Buenos Aires desde aquel 24 de febrero del 2012, que es la fecha en que desembarcó en la ciudad de la furia, acompañada por su expareja de baile –Julio Cesar Montoya Ardila-. Juntos dejaron nuestro país porque ella se ganó una beca de un año para estudiar comedia musical en la Fundación Julio Bocca, lo que es en el mundo de las danzas una oportunidad imperdible de crecimiento profesional. En Colombia, esta consagrada bailarina formó parte del grupo de danzas de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín, e integró el Ballet Folklórico de Antioquia y el Ballet Nacional. Estudió 6 semestres de Licenciatura en Danzas en la Universidad de Antioquia, hasta que la oportunidad de salir del país tocó a su puerta a finales del 2011, mientras se preparaba para deslumbrar a Colombia en una competencia de tango. En el campeonato Tangovia Feria de Manizales, en enero del 2012 –y justo antes de partir a la Argentina-, bailando con Montoya obtuvieron el primer premio en las categorías Tango Salón y Milonga Escenario, y el tercer premio en la categoría Tango Escenario. Sin embargo, esos premios son menores, si los comparamos con lo que le deparaba el futuro a la pareja de paisas. Ese mismo año, el dúo ocupó el segundo lugar en la categoría Vals del Campeonato Metropolitano de Buenos Aires. En el 2013, compitiendo en el mismo Metropolitano, conquistaron el tercer lugar en las tres categorías con las que cuenta el certamen y, por si fuera poco, se metieron en la final del Mundial de Tango en la categoría de Tango Escenario. Pero, sin lugar a dudas, el 2014 fue el año más importante para la dupla de antioqueños pues, en una nueva edición del Mundial de Tango, lograron llegar a las finales de las dos categorías - Tango Salón y Tango Escenario-, que se llevaron a cabo en el mítico estadio Luna Park.

Ana Isabel sueña con que en 10 años Colombia tenga, al menos, un buen festival de danza contemporánea, que exista en nuestro país la posibilidad de llevar a maestros constantemente para formar a nuevos artistas, y que haya una casa de tango para que los bailarines puedan practicar allí todos los días. Lo que hace Lopera acá, como embajadora colombiana, y según sus propias palabras, es “quitarle la idea a la gente de que en Colombia nos estamos matando a tiros”. “¿Quieres volver a radicarte en Colombia en un futuro?”, le pregunto para terminar y su respuesta, sin vacilar, es “sí, pero siento que debo adquirir más experiencia afuera para volver a Colombia y, en lo posible, abrir nuevos espacios para la danza, porque en Colombia hay muchas cosas por hacer”.

 

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