Si existe un jugador desvalorizado en Europa es James Rodríguez. La culpa de ese bajón ha sido la ninguneada que le ha pegado Zidane a James. Desde que llegó al Madrid se supo que no lo quería. Las versiones más disparatadas se han dejado escuchar. Sin embargo los propios jugadores del plantel ven como ambos ni se miran en cada entrenamiento. James llegó este verano de nuevo a la Casa Blanca debido a que el Bayern no hizo efectiva la opción de compra que pesaba con él. Primero habían dicho que se iba al Napoles pero Florentino cambió el precio y los italianos dejaron de pujar. Después los periodistas prepago de Jorge Mendes, su representante, empezaron a escribir un presunto interés del Atlético de Madrid por el cucuteño, algo que nunca se comprobó.
El punto es que ahora James va todos los días a entrenar con un tipo al que ni mira. ¿Por qué no lo enfrenta? ¿Por qué no va hasta la puerta de su casa, la toca y le pregunta, hermano qué pasa, por qué me ninguneas? No, James ha sido un cobarde y ha optado por la no confrontación algo que le podría salir tan caro como ver el fin de su carrera. A los 28 años James ya no es ningún niño. Debería estar en el pico de su nivel futbolístico y en vez de eso prácticamente ningún equipo lo quiere ni regalado, ningún equipo de élite porque las ofertas para irse al fútbol chino o al norteamericano nunca han faltado.
A James le falta el perrenque, la decisión de hablar con uno de los referentes del equipo, con Sergio Ramos por ejemplo y pactar con él la necesidad de una reunión con Zidane. Es que los días pasan y el mercado europeo se va cerrando. Hoy en dia lo único que podría salvarlo del infierno del Madrid sería una oferta a última hora que estaría haciendo el Milán por él. Si no sale eso sería muy bueno que enfrentara sus peores temores y abordara a su técnico y le preguntara “Míster ¿Qué coño va a pasar conmigo? ¿Qué espera de mi?” algo que debó haber hecho hace tiempo. Pero no, James prefirió cobrar su sueldo en silencio y seguir escuchando reggetón y jugar Play Station. Eso, en un jugador de su nivel, se llama mediocridad.