Algún genio en cibernética, moviéndose a plenitud en la red mundial, se divierte proponiendo un juego dirigido a niños y niñas vulnerables, quienes en medio de sus inquietudes y luchas por aceptación o de los miedos heredados a partir de crecer a solas y con mucho tiempo para los laberintos del internet, se exponen.
Miedo, ignorancia y crueldad. Esas podrían ser las tres palabras claves para intentar comprender las dinámicas propias de las sociedades occidentales desde la más profunda antigüedad hasta el presente. Lo anterior puede comprobarse sin ningún esfuerzo al echar una rápida mirada al mundo actual con sus amenazas perennes de guerras nucleares, fundamentalismos religiosos, odio exacerbado por extranjeros, migrantes, gays, musulmanes, jóvenes, mujeres, y sí, niños y niñas. De hecho, no es posible enlistar a todas las poblaciones porque parecen coincidir con las existentes.
Tampoco podemos olvidar las guerras desatadas con fines económicos como lo ilustran trágicamente los intereses en el petróleo que hoy tienen al Oriente medio, Venezuela, al norte de África y otras regiones del mundo en trance de un colapso definitivo. En efecto, el miedo, la ignorancia y la crueldad, tres características de lo humano que han sido vistas como plagas de las que hay que ocuparse, según se ha creído, a través de la ciencia y la política (en tiempos pasados la filosofía y la religión se erigieron como pretendidos remedios para hacerlo), de tal modo que puedan erradicarse o al menos controlarse.
Lo que viene a comprobarse cada vez con más claridad es que las tecnologías del pensamiento y los avances en los artefactos que la acompañan se decantan y despliegan no para conjurar dichos males, sino para administrarlos en una receta que hace posible las diversas formas de volver operativo el poder tal como se le comprende en el mundo contemporáneo, esto es, como un gran escenario de prestidigitaciones y mentiras.
Trump llegó a la presidencia de Estados Unidos preguntándose cómo era posible que si el país disponía de todo un arsenal nuclear se le mantuviera guardado y sin uso, también se preguntaba por qué tendría que afectarse el crecimiento económico del país si el daño ambiental no existía, o por qué no hacer un muro para detener al indeseado mexicano y a otros extranjeros del sur. Esas inquietudes y muchas otras que más parecen salidas de un diálogo entre Los tres chiflados, no solo le granjeó el respaldo de muchos sino que tiene en ascuas al mundo entero quien asiste absorto al movimiento de cientos de piezas de armamento acopladas a miles de naves que se mueven por los caminos aéreos, terrestres y marítimos de todo el planeta, cual si se tratara de hambrientos tiburones en un estanque.
Es interesante reflexionar sobre el hecho de que el desplazamiento de esos arsenales a través del mundo se conoce minuciosamente a cada instante. Está lejos de ser, como se podría esperar según un simple principio de táctica militar, un secreto. Por el contrario, serena e “ingenuamente” la información sobre esos movimientos se filtra al detalle a través de los medios masivos de comunicación y de las cándidas redes sociales. No quieres saber un cuerno de misiles o acorazados, pero ahí tienes en tu móvil o en alguna pantalla ubicua el paso siniestro de una flota de submarinos gringos por el canal de Panamá. Que el gringo se equivocó y que en lugar de enviar sus juguetes para Asía se fue a jugar con ellos al Pacífico y permanece retozando con sus aliados en aguas australianas, o que el líder de la norteña Corea dejó caer un metálico casquillo gigante en el mar de Japón; todo lo que se quiere hacer saber, se sabe de inmediato. Al parecer el miedo y la ignorancia se inoculan sin escrúpulos, pero sigue teniendo algo de importancia la malicia.
Si bien aquellas exhibiciones no tienen nada de impostadas, bien se sabe que son en sí mismas chantajes y estrategias para intimidar no tanto a otros guerreros, como a las personas de a pie, a la ciudadanía absorta que se sabe apretando dientes. Es simpático observar como las alusiones a las armas más letales, que por demás no exigen ningún nivel de sacrificio o valentía para emplearlas porque operan a distancia y sobre seguro, suelen bautizarse a partir de apelativos cariñosos y evocaciones hogareñas: La madre de todas las bombas, Little boy, fat man, el órgano de Stalin, etcétera.
La otra dimensión de este asunto consiste en que el miedo continuado suele crear estirpes enteras de gentes apáticas, frívolas y cueles, cuyo lugar de realización lo halla en el consumo o en la autoafirmación según relatos y expectativas la más de las veces triviales. Se trata de legiones de analfabetas funcionales quienes consideran una ofensa poner algún tema que se juzga “trascendental” en medio de unas cervezas de amigos o en la reunión familiar. Pues bien, ese mismo distanciamiento y apatía no sólo aleja a gran parte de la población del interés por la política o la historia, por no decir de temas inmediatos de sus propias comunidades o casas, sino que parece operar como una coraza que envenena y endurece la sensibilidad frente a los hechos violentos de todos los días. La muerte de niñas abusadas, los linchamientos, los feminicidios, los crímenes de odio contra la población LGTBI, el juego de la “ballena azul” y cientos de fenómenos más encuentran un principio de explicación en ese vasto e intimidante panorama.