Hace unos días me di a la tarea de salir por la avenida principal de mi ciudad, la calle Quinta de Cali, a contar los puntos de impacto con residuos sólidos concentrados y abandonados; en el recorrido de un kilómetro cerca de mi vecindario, pude encontrar 16 sitios impactados; lo sorpresivo de la travesía es que usando un chuzo y guantes tratamos de detallar los residuos, tres asuntos me llamaron la atención: (a) habían desechos antiguos, por ejemplo periódicos de una década atrás y paquetes de productos con fechas añejas, lo cual indica que hay una cultura de guardar por largos periodos de tiempo los residuos, (b) se podían identificar paquetes de desechos con marcas de empresas comerciales del sector, esto puede indicar que las frecuencias no son consistentes y estos negocios irresponsablemente sacan sus bolsas a la avenida, sin que sean recogidas a tiempo, (c) los residuos estaban tirados, con bolsas abiertas, generando malos olores y suciedad en la calle, todo indica que las bolsas fueron accedidas en varios momentos por personas que seguramente buscan encontrar en ellas algún bien, pero dejando el material disperso y el entorno afectado. Se puede apreciar que no hay separación en la fuente, no hay reciclaje y no hay ruta selectiva, tampoco hay acuerdo sobre las necesidades de recolección y su periodicidad. Al final lo que tenemos es basura en las calles y un entorno de riesgos de salud pública y daño del tejido ambiental.
Tendríamos que insistir en cambiar la mentalidad ya añeja de que los residuos que se generan en la producción, en la movilidad, en el hábitat y en general en el vivir, son basura; a nuestro pesar la perspectiva de lo desechable sigue muy tiesa y muy maja en los hogares, los vecindarios, las empresas, las ciudades. Es una lástima, pero sucede así y entonces el anhelo de lograr entornos urbanos seguros, sostenibles, a partir de acuerdos para reducir el impacto ambiental negativo de “las basuras”, se vuelve el chiste porque la gestión de los residuos y su disposición se constituye en un jugoso negocio para unos pocos y un problema de salud pública para la mayoría de la población. Las ciudadanías estamos cansadas de operadores que no rinden cuentas, ni brindan respuestas y oportunidades de mejoramiento concreto, a pesar de las publicidades y los anuncios.
De leyes estamos más o menos arropados, aunque varias medidas se han vuelto añejas sin que los dispositivos institucionales funcionaran mínimamente bien; el problema es que la Ley 142 y el Decreto ley 2981 de 2013 que regula el servicio de aseo, con sus respectivos anexos y actualizaciones, no opera como un marco de gestión integral de los residuos para que la ciudadanía transforme sus comportamientos y los entes territoriales asuman su responsabilidad; la gestión se queda en un seguimiento lejano a las políticas regionales y locales que terminan capturadas por emprendimientos y empresas privadas que no logran prestar el servicio con eficiencia, continuidad y calidad y más bien se ocupan de su propio margen de rentabilidad y ganancia. Lejos estamos de ponernos a tono con las demandas de ciudades incluyentes que buscan su sostenibilidad en las tecnologías limpias, las economías circulares y la participación territorial de una ciudadanía que escasamente reclama y poco logra hacer con sus iniciativas que tienen insuficiente escucha.
Urge revisar integralmente los modelos de aseo en la Colombia urbana
Hoy volví a pasar por la avenida, los puntos han disminuido y se han movido ligeramente, pero aún pude contar una docena de impactos en el mismo kilómetro. Esto no solamente sucede en mi avenida, se da en toda la ciudad y creo que muchas otras ciudades están cercadas de residuos sin gestionar adecuadamente. Se observa que urge revisar integralmente los modelos de aseo en la Colombia urbana, generado respuestas a las inoperancias y a los obstáculos administrativos que no permiten que la reducción, la reutilización y el reciclaje se domicilien en nuestros vecindarios y ciudades, en condescendencia con la necesidad de transformar nuestras prácticas contaminantes que atentan contra la vida del planeta.
Tenemos la tarea de fortalecer el control ciudadano sobre ese servicio, de exigir que las políticas públicas de aseo fomenten el lineamento de basura cero, del aprovechamiento local de los residuos para minimizar y mitigar los impactos en la calidad de vida, en la salud y el ambiente urbano. Para avanzar en una perspectiva de gestión compartida, es necesario comenzar por evaluar las responsabilidades sobre el servicio público de aseo actual, para enseguida imaginar y concretar renovadas alternativas que integren nuevas tecnologías, apropien los equipamientos públicos y fortalezcan las alianzas en comunidad requeridas para que los basureros no nos devoren.