Quiero aludir al poder de las palabras para que usted mismo construya la imagen que no quise que fuera una fotografía más en el maremágnum de imágenes que se multiplican a diario casi sin ningún significado. Un abuelo apoya la espalda de su nieta de menos de diez años que va en bicicleta con ruedas de ayuda; van por uno de los nuevos carriles para ciclistas que han aparecido recientemente en la ciudad. Al lado de ellos hay una larga cola de carros particulares. Es plena hora pico, el semáforo cambia a verde. El abuelo y la niña empiezas su lento trayecto, mientras desde los carros los desesperados oficinistas pitan continuamente porque quieren girar a la derecha y el acompasado paso de la pareja de paseantes no les permite continuar su carrera frenética hacia su casa luego de una larga jornada de trabajo que ha incluido varios y prolongados trancones de ida y, ahora, de vuelta. ¿Un trancón más?, ¿un elemento más para el caos que impera en la ciudad?
Aunque todos los conductores de los carros se mantuvieron quietos, sus pitos y bufidos desde su timón eran bastante amenazantes y, sin embargo, el abuelo resistió, continuó su marcha. En su columna del domingo, Alfredo Molano se refirió al caos de la movilidad en la ciudad, algo que todos conocemos de primera mano. Más allá de su descripción de la inviabilidad de Bogotá, luego de ver esta imagen sin foto mientras regresaba a mi casa, recordé el repetido: “Usted no sabes quién soy yo”, incluido en su texto. A pesar de que esta expresión ha sido mil veces mentada, criticada, parodiada e incluida en los animados y sesudos chascarrillos de oficina, nadie aún pareciera haber entendido lo que implica esa frase. El conductor de carro, de bus, de moto y, también ahora, de bicicleta pareciera gritar todo el tiempo esta frase. Usted no sabe quién soy yo, por eso arranco antes de que cambie el semáforo o paso cuando aún está en naranja. Usted no sabe quién soy yo, por eso culebreo entre los carros mientras el semáforo está en rojo y hago todo el ruido que sea posible con mi nueva moto de llantas anchas. Usted no sabe quién soy yo, por eso no me pongo casco, ni reflectivos y voy por la ciudad como en un ciclodromo con obstáculos. Así en un constante choque de egos y gritos heridos. Cuando el reloj marca las cinco de la tarde, es como si se anunciará un grito de guerra. Todos corren furiosamente para dar la lucha: llegar a casa lo más pronto posible. Bufidos, gritos, dientes amenazantes, miradas de fuego, corazones ardientes, palabras soeces. Se inicia la guerra cuyo único principio es sálvese quien pueda.
Con cada uno de sus gritos y acciones, los conductores pretenden reclamar su supuesto derecho, por tan sólo ser ellos, lo que en realidad encierra una arbitrariedad individual que usualmente atenta contra la seguridad del otro, de mayor a menor en la escala de poder de la ciudad: el carro al de la moto, el carro y la moto al ciclista y el ciclista al peatón. Como si quien ocupara mayor espacio o velocidad fuese quien tuviera más derechos sobre la vía. Pero por supuesto, el culpable siempre es el otro, a quien se señala con el dedo índice, hasta formar una línea continua hasta formar un círculo vicioso; cuando se devuelven los índices señaladores, todos se miran y dicen: es culpa del gobierno. Por supuesto existe una gran responsabilidad de todas las administraciones que han ocupado la alcaldía de la ciudad, a lo que no me referiré por lo dilatado y complejo. Pero, también y, por supuesto, también existe una responsabilidad sobre cada uno de nosotros. La ciudad no es de la administración de paso, sino de sus ciudadanos, de su cultura y el tipo de dinámicas que construye a diario al habitarla.
Sí, la ciudad es un caos, no hay vías para tantos carros particulares, no hay suficientes buses de transmilenio, no hay bastantes ciclorutas ni ciclocarriles señalizados. Así es. Pero por ello, ¿todos debemos comportarnos como animales?, ¿eso justifica pasar por encima del otro?, ¿por qué no invertir el orden de prioridad?, ¿por qué no es más importante el más frágil que el más grande?, ¿por qué no podemos vivir en una ciudad donde el peatón sea la prioridad para el ciclista, el motociclista y el conductor de automóviles públicos y privados? Y así sucesivamente hasta llegar a los automóviles. La ciudadanía no se construye con las pocas veces que somos convocados a votar, se hace en el modo en que habitamos la ciudad. ¿Es posible invertir ese orden en el que el grande se impone al más pequeño? La responsabilidad no es del otro. ¿Qué hará usted mañana para ejercer su ciudadanía y ayudar a que esta ciudad no sea más caótica de lo que ya es?, ¿seguirá usted el camino del avispado?, ¿aprovechará el papayaso de pasar sobre el otro?, ¿irá como en una pista de carreras a muerte?
Coda:
La moda de las bicicletas en la ciudad es una de las pocas tendencias que realmente han transformado algo. Sin embargo, es necesario sobrepasar ese estadio. Más allá de la pose cool, se trata de una opción para la movilidad de la ciudad, la cual se debe asumir con responsabilidad, de lo contrario los ciclistas seremos un elemento más para el constante caldo de cultivo de maltrato y agresividad en la vía: ¿cómo es posible que los ciclistas se atropellen mutuamente? La bicicleta es más que una moda de fixies, cascos y luces importados, es una alternativa de movilidad que ojalá devenga cultura de ciudadanía. Eso sólo está en manos de nuestro trayecto diario en bicicleta, así que amigo ciclista, no reproduzca los males, respete las reglas aunque no se vea nice.