La “Ciudad sin Ley” y la “Ciudad de la oscuridad” así era conocida Kowloon, el pequeño enclave de la China imperial de 26.000 metros cuadrados ubicado en el Hong Kong del Imperio Británico, cuya población inicial en 1.842 no llegaba a los 700 habitantes, en su mayoría chinos, y termina sorprendentemente en 1.993 con una población de más de 50.000 habitantes entre nativos, ilegales y refugiados que llegaron de la recién fundada República popular China en 1.949 por el líder revolucionario Mao Tse Tung, convirtiéndola así en la ciudad más densa de la tierra poblacionalmente: dos (2) personas por metro cuadrado, densidad que obligaba a la movilidad interna de sus habitantes, por las azoteas o pisos superiores, y en vías con menos de un metro de ancho.
Muy a pesar de que los británicos intentaron en innumerables ocasiones desalojarla, desistieron en el año de 1.948, dejando su crecimiento al libre albedrío de sus gentes que lograron posesionarla con una actividad comercial muy fuerte en el tráfico de opio y alcohol. Fue demolida en 1.993, decisión asumida en 1.987 en común acuerdo con los Gobiernos de la hoy dinámica ciudad de Hong Kong y la República popular China, para acabar con los excesos en el consumo de opio, su proliferación de casinos, el tráfico de la cocaína, el alto índice de criminalidad, las insalubres condiciones de vida, los puestos de comida en los que se servía carne de perros sin ningún tipo de control higiénico en su degüelle, la prostitución, las fábricas secretas de falsificaciones diversas, el ejercicio odontológico clandestino sin titulación alguna de la actividad profesional realizada, etc. Borrando así de tajo una historia de crimen, corrupción y miseria de la amurallada ciudad longeva de 151 años, y un Estado al margen de la Ley, “auto regulada” y “auto suficiente”.
Su “armonioso estado de anarquía urbana construida” se llevó a cabo sin políticas públicas, sin planes de desarrollo social, sin planes de ordenamiento territorial, sin planes maestros de índoles diversas, sin espacios públicos, sin infraestructura de servicios públicos, de educación y salud, sin ingenieros ni Arquitectos, pero fue liderada y gestionada totalmente en su construcción por sus propios habitantes, levantando sus casas unas sobre las otras hasta una altura de 14 pisos, dejando apenas unos resquicios entre ellas y apoyadas entre sí, permitiendo el vuelo y aterrizaje de los aviones comerciales al Aeropuerto Internacional de Hong Kong que se encontraba próximo a la ciudad amurallada. Parecía ser que las dos únicas normas de construcción eran, primero: el límite de altura obligado de 14 pisos por la presencia del tráfico aéreo y segundo, las construcciones de las instalaciones eléctricas a la vista de las “residencias habitacionales” para poder manipularlas en casos de incendios. Finalmente Kowloon fue derribada e indemnizado sus habitantes por ambos gobiernos, construyendo en su suelo de ruinas, un hermoso parque ambiental que oxigena hoy en día, el corazón de la siempre bella y próspera Hong Kong.
Quise traer a colación este hecho histórico de significativa relevancia mundial en el vivir de las ciudades, por su importancia de ejemplo a no repetir en otro contexto de vida, para evitar sus causas y consecuencias, arrojadas en su corto periodo de existencia. Y sacar de ellas las enseñanzas lacerantes, que muy a pesar de no contar con un norte en el planeamiento urbano, los resultados obtenidos en su corta existencia son similares, aunque parezca imposible, a alguna de nuestras ciudades colombianas: Soledad, entre otras, que a diferencia de Kowloon sí poseen instrumentos en la gestión de los suelos, legislados en leyes, decretos nacionales, ordenanzas departamentales y acuerdos municipales para dar respuesta y solución oportuna a problemáticas urbanas en competitividad, movilidad, ordenamiento territorial, infraestructuras de servicios públicos, educación y salud, segregación social, criminalidad, poblamiento, espacio público, vivienda, gobernabilidad, participación, contaminación ambiental, delincuencia, prostitución, puertos, drogadicción, salud mental, etc. Lastimosamente estamos “repitiendo” su accionar histórico, por decirlo así, y nos acercamos estoicamente a paso lento, al gran cráter de fuego que la historia posee para la cremación de las ciudades, que insisten sistemáticamente en desempeñar roles negativos y perversos propio de ciudades insostenibles, como parece ser la nuestra.
“Un camino inevitable a Kowloon empieza a divisarse en nuestro destino incierto como un sortilegio”, ¡evitemos su hecatombe o desapareceremos como ciudad...!