Es miércoles en la tarde.
Recostado en la cama de un hotel, desprovisto de cualquier expectativa frente a lo que escupe el televisor, encuentro mientras cambio de canal y casi como una epifanía, la nueva versión de Cosmos: el maravilloso remake de la épica serie de Carl Sagan sobre divulgación científica, presentado por el astrofísico Dr. Neil Degrasse Tyson.
Y aunque cazo el episodio casi en su parte final, es suficiente un corto segmento para revivir la fascinación que la serie me ha producido desde sus inicios y, sobre todo, para confirmar mi admiración por los científicos y su difícil labor en estos tiempos de mentes bárbaras y solipsismo rampante.
Una de las acusaciones que con mayor frecuencia escucho contra quienes entendemos la ciencia como el camino más respetable para entender el universo y relacionarnos con él, es la de que convertimos a la ciencia misma en una religión.
Una de las acusaciones más comunes, decía. Y también una de las más estúpidas.
La ciencia, a diferencia de las creencias religiosas, fundamenta su avance en el cuestionamiento permanente e irrenunciable de sus hallazgos. ¿Puede alguna religión presumir de algo parecido?
Cada científico, cada publicación, cada investigación, parte de cuestionar el saber adquirido y no busca otra cosa que modificar ese conocimiento previo, superarlo, mejorarlo o, en el mejor de los casos y para inmensa felicidad de quien lo consigue y de la ciencia misma, revaluarlo.
Si eso es una religión, George Bush es un intelectual y José Obdulio Gaviria un demócrata.
¡En eso radica la maravilla de la ciencia!
¡En que duda de sí misma, convierte la duda en método y se enorgullece de eso!
En el fragmento final del capítulo, ese segmento donde el guionista saca su mejor cartucho, el Dr. Degrasse Tyson enumera algunas recomendaciones para la consolidación de una mente científica y entre ellas recuerdo tres que me siguen conmoviendo.
- Duda siempre. Duda de todo lo que crees saber.
- Jamás aceptes por cierto un conocimiento basado en la autoridad de quien te lo transmite.
- Considera siempre la posibilidad de estar equivocado.
Tres preceptos que traducen una actitud profundamente autocrítica y una humildad sobrecogedora.
Tres principios imposibles de aplicar a cualquier religión. Todas —muy en especial los tres monoteísmos predominantes— se declaran poseedores de una verdad incuestionable, que es cierta porque lo dicen o sus libros sagrados o quienes ostentan el monopolio de su transmisión y que no admite —¡faltaba más!— la posibilidad de estar errada.
Es miércoles por la tarde.
El maravilloso televisor de mi hotel, desarrollado mediante años de trabajo acumulado de brillantes técnicos y científicos vuelve a bombardearme con promociones de estúpidos programas de subastas, tatuadores o alienígenas ancestrales.
Yo recuerdo al brillante humorista Bill Maher y no puedo evitar parafrasearlo.
Sostener que la ciencia es una religión es igual a sostener que la abstinencia es una posición sexual.