El círculo vicioso del acto de la exterminación del ser humano, ya sea física o emocionalmente (como en el caso del plagio, de la tortura, o bien —y sobre todo—, del rapto de niños y niñas para que hagan la guerra o se conviertan en el “plato del día”), no es un acto glorioso.
Causarle daño a un niño o a una niña crea una ruptura maquiavélica en su proceso natural del desarrollo emocional, en el cual la pesadilla está afuera en su entorno, mientras que la humillación y la pérdida —a veces irreparable— de la autoestima, están adentro. Todo esto genera el origen de lo que podríamos llamar la ciclogénesis de la violencia.
García Márquez decía que los hombres empujan la historia mientras las mujeres sostienen en vilo el mundo. Yo pienso que es lo contrario. Las niñas, las futuras madres, son quienes llevan adelante las grandes acciones, quienes arrastran la trama.
No importa cuál sea la razón, política o sociológica: el odio irracional engendrado por las posiciones ortodoxas y extremas hacen que la violencia se convierta en el mecanismo más efectivo para sobrevivir y mantener el estado de cosas. Es así como se vuelve generacional: el acto de la violencia engendra violencia.
No me refiero a casos aislados, de mentes enfermas. Me refiero a la institucionalización de la violencia, la cual forma parte de la cultura de nuestra sociedad. Así como a nuestros padres y abuelos les tocó vivir en la generación del plebiscito, a nosotros nos ha tocado nacer y vivir en la que yo llamaría la generación de la tristeza, porque triste es pensar que nos hemos acostumbrado a vivir entre genocidios, destrucción de las reservas naturales, cinismo de las clases dirigentes…
Proteger a las nuevas generaciones de la violencia, especialmente a las niñas, es la única esperanza de romper este ciclo triste en el que Colombia ha estado sumida por tantos años.
Nuestra sociedad no puede seguir arrancándole a los niños su pasado, ya que el resultado no sería crear un hombre nuevo, sino un hombre desarraigado, perdido, un hombre esclavo de su propia violencia. No hay gloria en la destrucción del ser humano, no hay gloria en la esclavitud.