Ella, La Chica Danesa

Ella, La Chica Danesa

"Su argumento, sus actuaciones y el significado de una lucha personal hacen que esta película merezca más que un Oscar"

Por: Jerónimo García Riaño
febrero 26, 2016
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Ella, La Chica Danesa
Foto: vanityfair.com

El cine, como la literatura, se nutre muchas veces de hechos reales para contar historias recreadas en la pantalla gigante. Casos hay muchos, pero para nombrar algunos recientes aparece la película The Imitation Game (el Código Enigma, llamándola por el nombre con el que llegó a Colombia, y tal vez a otro países), que cuenta la historia de Alan Turing, el padre de la informática; o Foxcatcher, que narra el hecho que vivió el medallista olímpico Mark Schultz cuando decidió ayudar a un millonario a montar un campo de entrenamiento de lucha greco-romana para los juegos olímpicos de 1988; inclusive algunas de las películas nominadas este año al Oscar, también surgen de hechos reales convertidos en celuloides. Es el caso, entre otros, de Bridge of spies (Puente de espias), o The Big Short( La gran apuesta).

Y es sobre un hecho real y especial, en el que se basa una de las mejores películas que he visto en los últimos años, The Danish Girl (La Chica Danesa). Protagonizada por Eddie Redmayne, que repite nominación a mejor actor, premio que ganó el año pasado por la película The theory of everything (La teoría del todo) y que casualmente también está basada en hechos reales, en este caso, la vida del físico Stephen Hawking.

La Chica Danesa es la historia de un pintor llamado Einar Wegener, que termina por convertirse, gracias a la ayuda de su esposa y también pintora Gerda Wegener (Alicia Vikander), en Lili Elbe, una mujer transexual. Todo comienza con un juego, cuando Gerda, después de pedirle a su esposo que modele en prendas femeninas para una pintura, decide crear un personaje para ir a una fiesta a la que han sido invitados. Y Einar, vestido de mujer, empieza a darse cuenta de que se siente mujer, de que esa es su esencia aunque esté inmerso en un cuerpo ajeno.

Y es allí, cuando el juego se transforma en un deseo: Einar se convierte en Lili a partir de varias cirugías, que en los años 20 eran seguramente un insulto a la moral y a la naturaleza humana. Pues es, según la historia, el primer caso de cambio de sexo que existió.

Pero la película, y seguramente la historia real, donde Lili tuvo cinco operaciones en toda su vida para cambiar de sexo, y en la quinta murió, a la edad de 49 años, existen algunas situaciones que denotan dos cuestiones que quiero resaltar:

La psicología humana. Es decir, lo que el ser humano desea y siente, a pesar de las condiciones de la época que estaban atadas (como ahora) a cuestiones religiosas y morales, no permitiendo cierto tipo de libertades. Ser mujer cuando la naturaleza lo pone en este mundo como hombre; por otra parte una mujer, y esposa, que ocasiona y promueve la situación de cambio, que no le importó poner a su esposo bajo la mirada de todo el mundo, convertido en mujer. Posiblemente todo ello era producto de una aberración sexual, ligada al cambio de rol. Pero eso es un asunto juzgado mejor  por un psicólogo  y no por un amante del cine.

El amor. Porque aunque este meollo de cambio de ropa y de sexo es una cuestión que al final desconcierta a Gerda Wegener, ella termina por apoyar a su esposo en su deseo de ser mujer, y lo acompaña hasta la muerte. Y a pesar de que al parecer, como lo insinúa la película, ella termina enamorada de Hans Axgil (Matthias Schoenaertts) un viejo amigo de Einar, nunca lo abandona. De hecho, los dos acompañan a Lili en sus operaciones. Eso es un gesto de amor incondicional, amor puro que no espera nada a cambio.

Esta cinta no está nominada al Oscar a mejor película (tiene cuatro nominaciones, mejor actor, mejor actriz de reparto, mejor diseño de vestuario y mejor dirección de arte). Y creo que debería estarlo.  Esta historia,  su  argumento, sus actuaciones y sobre todo el significado de una lucha personal que traería como resultados juicios sociales, merecen, digo yo, una distinción mayor dentro de los premios de la Academia. Pero seguramente, y como se ha visto en versiones anteriores de los Oscar, el moralismo, con saco y pantalón bien puesto, aún se sienta en la mesa de los miembros del  jurado de tan prestigioso club.

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