La cenicienta que quiso salir de pobre comprando votos, hoy pisoteada por la clasista Barranquilla

La cenicienta que quiso salir de pobre comprando votos, hoy pisoteada por la clasista Barranquilla

Aida Merlano y el Gato Volador no son, ni serán, socios del Country Club. Los quieren como compradores de votos, pero jamás como sus iguales de “clase social”

Por: Alfredo Antonio de León Monsalvo
febrero 22, 2022
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La cenicienta que quiso salir de pobre comprando votos, hoy pisoteada por la clasista Barranquilla
Foto: cortesía

Para quienes creen que Barranquilla es la ciudad del presente y futuro con su majestuoso malecón sobre el río Magdalena, el cual ha costado una billonada que fácilmente se hubiera invertido en una moderna universidad del Atlántico, de cara al desarrollo científico y tecnológico que demanda el siglo XXI, no saben nada de su clasista y mafiosa realidad.

Aida Merlano y el Gato Volador (el senador Laureano Acuña) son producto de esta relación. Por un lado, políticos clientelistas que favorecen la reproducción mafiosa de las relaciones políticas, y por otro, unos seres a quienes la sociedad barranquillera del Country Club desprecia.

Tanto Aida Merlano como el Gato Volador tienen su origen en los barrios del sur de Barranquilla, tales como La Magdalena, Carrizal, La María, El Bosque, Evaristo Sourdis, Buenos Aires, y otros, los cuales surgieron en los años cincuenta y sesenta del siglo XX.

Dichos barrios fueron producto de invasiones, inicialmente promovidas por el Partido Comunista del Atlántico, en tiempos cuando esta colectividad política tenía influencia de masas, y la ANAPO, dirigida por el famoso parlamentario atlanticense de origen palestino Moisés “Musa” Tarud.

Eran tiempos cuando Barranquilla se pobló de campesinos pobres llegados del resto de departamentos de la costa Atlántica. La gente llegaba e invadía. Pero después del cambuche, no contaban con agua y luz, y era cuando aparecían los políticos conservadores y liberales, dueños del poder político de la ciudad, quienes a cambio de votos colocaban dichos servicios, y de inmediato sacaban a los comunistas y anapistas.

La gente quedaba dependiendo del clientelismo liberal/conservador.

Como en toda sociedad, surgen líderes, y entre estos surgió el papá de Aida Merlano, Domingo ‘Monchi’ Merlano. Monchi, por aquello de mochilero o comprador de votos. Este señor sobresalió entre los más humildes, ya que alza la voz por su gente, y al distinguirse entre la multitud, es cooptado por los Gerlein, quienes a cambio de sus servicios le dan empleo en la administración pública que ellos han dominado, y pasa a ser su “Capitán” electoral, de tal manera que en las elecciones le entregaban una fuerte suma de dinero a fin de comprar votos, mediante el sistema de inicialmente censar y registrar a los votantes, pagarles la mitad del dinero por esto, y luego,  la otra mitad una vez votaran.

Por supuesto, Domingo Merlano por esta actividad se ganaba una comisión, la cual, a pesos de hoy, se sitúa entre los $10.000 a $20.000 por cada voto comprado, en razón a que el denominado “combo”, voto tanto para Senado como Cámara de Representantes, hoy se sitúa en las 100.000 lucas o barras.

En ese ambiente creció Aida Merlano. Veía a su padre comprar votos y hacerle seguimiento a la masa cautiva para que votara por los Gerlein. Roberto para el Senado, y el difunto Jorge Gerlein para la Cámara de Representantes, quienes con su influencia apoyaban a su hermano Julio Gerlein a lograr grandes contratos de obras. Todo un negocio redondo con los recursos públicos. Una empresa mafiosa por donde se le mire.

Aida Merlano acompañaba a su padre, quien le encomendó la tarea de “puya ojo”, que no es otra cosa que estar vigilante sobre la persona que vende el voto y se le ha pagado, de tal manera, que cumpla con su “obligación” de votar, en este caso, por los Gerlein. Se dice que Merlano era una “cuchilla”, es decir, una mujer de armas tomar, y si llegaba el caso, llegaba a amenazar a quien no cumpliera con el voto. En este sentido, Aida Merlano se forjó entre la pobreza, la compra de votos, las necesidades de su propia gente, pero con la avaricia y arribismo por sobresalir e imponerse social y económicamente en su vecindario. Y lo logró.

Precisamente entre los “ires y venires” del clientelismo mafioso de los Gerlein, y destacándose por sus atributos femeninos, el entonces cuarentón, potentado y rico Julio Gerlein, hombre de arraigo burgués y perfumado, socio de élite del Country Club de la clasista Barranquilla, se fijó en la quinceañera Merlano, a la cual enamoró con su dinero, y como cual feudal, la tomó en posesión carnal.

En ese ascenso vertiginoso, Aida Merlano llega al Congreso, inicialmente como representante a la Cámara, y en 2018, nada menos que al Senado, donde reemplaza a la “vaca sagrada” de Roberto Gerlein. De esta manera, Merlano pasa a ser la depositaria total de la familia Gerlein, bajo el mando de Julio, quien, al colocar el dinero, del cual hoy se habla de una cifra de $20.000 millones, dispuso del control total de la nueva senadora de la “familia”, al estilo siciliano. En todo esto, se conjugaba la toma total de Aida Merlano por parte del hoy octogenario Julio Gerlein, tanto como persona como política y, finalmente, como esclava sexual.

Es entonces cuando en la cúspide de su ascenso político, Aida Merlano, sin saberlo, ya que su análisis cultural no le daba para comprender su choque con la clasista Barranquilla[i], se tropieza con la esposa e hijas de Julio Gerlein, la familia Char y Katya Nule (la hermana de los hermanos Nule que se robaron a Bogotá), esposa de Alejandro Char. Por supuesto, una clase social en ascenso, por un lado, los Char y Nule, y una familia con abolengo histórico en Barranquilla no le iban a permitir que la “quería” (amante, moza o guaricha para el entendedor del interior del país) fuera la gran protagonista de la política atlanticense. Y es cuando dichos personajes aliados o no con sus esposos la tiran al agua, y en complicidad con la Policía, le allana su sede, y el resto es historia conocida, hasta tal punto que cuando la vieron presa, y se dieron cuenta que ella, Merlano, para sobrevivir en la jungla podía hablar y delatarlos, la intentaron asesinar. Hoy de milagro Aida Merlano está viva en Venezuela.

Barranquilla es la ciudad clasista de Colombia, no es Bogotá, donde estar o no en Club “social” no le importa al rico papero de Corabastos, al prestamista de San Andresito, al revendedor ladrón de autopartes aliado con la Policía de Plaza España, a la clase media producto de su profesión personal de médico, ingeniero, etcétera. En Bogotá todos parecemos iguales. No existen palcos de “clases sociales” como en el Carnaval de Barranquilla[ii] y los Clubes se ven como algo lejano. Y de apellidos ni hablar. Un Rodríguez bogotano es parecido a un “Ponce de León”, y en La celera muchos van a comer un domingo sin distinguir si eres de “sociedad” o no.

En Barranquilla, los clubes sociales surgieron en el siglo XIX y se afianzaron en la mitad del XX. Son producto de las emigraciones internacionales. Los alemanes, judíos, españoles, italianos, crearon sus ghettos de ricos, y los nativos barranquilleros de negocios, unos se integraron con ellos, mientras otros formaron el Country Club, sitio de lo más distinguido socialmente de la ciudad. De tal manera que hoy, al igual que ayer, quien no es socio de uno de estos, es considerado un “Don” nadie. Ni Aida Merlano, y mucho menos el Gato Volador son, ni serán socios del Country Club. Los quieren como compradores de votos, pero jamás como sus iguales de “clase social”, así en dichos clubes hoy estén muchos que sobreviven, más no viven, y quieran aparentar.

Tanto Aida Merlano como el Gato Volador, el tal Laureano Acuña, senador y presidente nada más y nada menos que de la Comisión de Ética del Senado, son la expresión de una sociedad clasista, que para el caso de Barranquilla, dichos individuos adoptaron la posición de llegar a creerse pertenecientes al sector social superior por aquello de su ascenso por medio del clientelismo, que les abrió posibilidades mediante la corrupción, de contar don dinero, y que el rodearse de personas ampliamente reconocidas en la élite barranquillera, como el caso de los Gerlein y Char, ya creían que esto les daba la posición social que tanto había anhelado, pero en el fondo, esta actitud no es otra cosa que un mecanismo de defensa, a fin de  esconder su inferioridad estamental y sus frustraciones personales.Es un rol arribista que asume alguien porque dentro de sus deseos más profundos está sobresalir ante los demás sin determinar si los medios son éticos o no”[iii].

Aida Merlano y el Gato Volador, Laureano Acuña, hoy se han estrellado contra el muro clasista de Barranquilla, como también del país político, el cual los acepta cuando les son útiles, y los desprecia cuando se ven en aprietos. Es por eso que un “Don” como Sarmiento Ángulo se trata con el dueño del circo, no con los payasos. A estos últimos los compra con desprecio, tal como han hecho hoy los Gerlein y Char con Aida Merlano.

En este sentido, las reacciones de los colombianos ante las crisis de relaciones políticas son, generalmente, finalizadas en medio de la discriminación y el clasismo. Es un patrón psicosocial, una tradición colombiana de apartar a quien ya no le sirve al poder. Es por eso que equivocadamente o no, debemos apoyar a que Aida Merlano sea escuchada y cante todo lo que conoce de la mafiosa “clase” política barranquillera, esa que ayer la aceptó, pero hoy le ha dado la espalda por venir del Barrio Buenos Aires del sur de Barranquilla.

[i] file:///C:/Users/EXITO/AppData/Local/Temp/Dialnet-MitosEnLaHistoriaDeBarranquilla-2308213.pdf

[ii] https://prensarural.org/spip/spip.php?article21002

[iii] https://www.laorejaroja.com/la-sombra-clasista-de-la-sociedad-colombiana/

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