La última vez que Gustavo Petro visitó la choza de palma y bahareque de Cienaga de Oro en Córdoba, donde pasó sus primeros doce años, fue a despedir a su tía Carmen. Allí permaneció parado frente al féretro de la mujer que le enseñó a ser un Caribe de corazón. Minutos antes de salir al balcón del Palacio de Liévano ante las 25 mil personas que llenaban la Plaza de Bolívar a defenderse del Procurador Alejandro Ordoñez que insistía en sacarlo del cargo por el escándalo de las basura y que buscaba inhabilitarlo durante 15 años para ejercer cualquier cargo público, recibió la noticia de su muerte. Era el viernes 1 de marzo del 2014 y una pulmonía se había llevado a la tia de 93 años, el bastión de los Petro en Córdoba. Con los vítores retumbando en sus oídos, tomó rumbo el aeropuerto El Dorado para volar a Montería.
En la humilde casa de Ciénaga de oro cimentó buena parte de su cultura. Orientado por su papá, el profesor Gustavo Petro Sierra, leyó los Clásicos de literatura Universal de la editorial Ariel, los mismos que él recreaba con sus alumnos. Un diálogo que empezaron desde la infancia y que a sus 84 años aún mantienen activo. Petro dejó la casa que la tía mantuvo en pie para viajar con su papá a Zipaquirá donde fue trasladado como maestro y en esa ciudad terminó el bachillerato en el colegio de La Salle e inició su activismo político marcado por las protestas estudiantiles que finalmente lo llevarían a simpatizar con el M-19.
Escaba del frío con viajes periódicos semestrales a Ciénaga de oro hasta que a los 17 años, ya haciendo primer semestre de economía en la Universidad Externado, tomó la decisión radical de ingresar a las filas del M-19. En esta guerrilla Petro cumplió funciones ideológicas más que militares. Su militancia, salvo en unas pocas ocasiones, siempre fue urbana y política. A los 19 años fue el más joven de los cinco miembros de la Dirección de la Región Central. Fue personero en Zipaquirá en 1980 y concejal independiente de este municipio entre 1984 y 1986. Parte de la leyenda negra que se ha tejido sobre el alcalde de Bogotá fue su participación en la planificación de la toma al Palacio de Justicia. Para esa fecha, Petro estaba siendo torturado durante cuatro días en la Escuela de Caballería de la policía.
Pasaron tres años de vida guerrillera cuando sintió de nuevo la urgencia de los cuidados de su tia Carmen. Allá llegó a la vieja casa de infancia a buscarle cura a los pies ampollados que quedaron de una afanosa marcha, mal calzado en medio de los calores de la costa. El sancocho de gallina que le preparó la tia ese día resultó más reparador que nunca.
La tía conservaba del sobrino la idea de un niño callado, obediente pero de carácter. Recordaba sus reacciones como cuando su papa le pegó una cachetada y el niño de tres años lo miró a los ojos y le dijo “A mí usted no me vuelve a pegar nunca en la cara”. Cuando los papás se enfurecían porque se había ganado una nueva suspensión en el colegio, la tía Carmen intercedía para que comprendieran que Gustavo rechazaba cualquier autoridad , un rasgo que, para ella, era propio de las personas inteligentes: siempre es mejor un sabio rebelde que un idiota manso.
En el velorio de la tia, la última vez que estuvo en la casa, Gustavo Petro se sentó junto a Jorge Petro Arrieta y otra docena de primos. Recordaron las tardes de infancia comiendo casabe, bailando porro y escuchando desde la puerta los lejanos valses que a la banda del pueblo le arrastraba el viento, o aprovechando las visitas furtivas de Noel, su primo famoso, el Burro Mocho.
Los Petro del norte de Cereté, de San Isidro, de las Guamas, de Rabo Largo y de La Culebra, todos son familia. Descendientes del bisabuelo italiano Francesco Petro quien se asentó en el norte de Córdoba a finales del siglo XIX, después de la tercera guerra de independencia. Llegó con la estela del pensamiento rebelde del general Giussepe Garibaldi en las venas y que heredaría setenta años después uno de sus bisnietos: Gustavo Petro.
Ahora, en pleno fragor de la campaña presidencial, Gustavo Petro va a regresar a Cienaga de Oro, el pueblo que espera, a mediados de junio, tener su primer presidente en doscientos años de historia.