En las orillas del lago Ness miles de turistas cada año se sientan a esperar que entre sus aguas emerja la cabeza del monstruo que presuntamente duerme allí. De más está decir que la espera es inútil. Sólo unos pocos turistas deciden asentarse en la parte sureste del lago. El objeto de su búsqueda es una vieja mansión oculta por la vegetación muerta que la rodea. Se trata de Boleskine House, el lugar donde se inició en el misticismo el gran mago del Siglo XX, AleisterCrowley.
En la conservadora Inglaterra victoriana nadie supo escandalizar cómo el. Fue el hedonista por excelencia. Su filosofía consistía en abolir el pecado: todos los placeres están permitidos porque Dios está muerto. Él dinamitó el caduco cristianismo decimonónico e intentó revivir a los dioses que invocaban los egipcios para iluminar el siglo XX. Lo que vio en su bola de cristal lo asustó: desde allí percibió las retroexcavadoras moviendo las montañas de cuerpos inertes en los campos de concentración nazi, los hongos atómicos fusionándose con las nubes, el dictador insignificante arengando histéricamente a un pueblo. La humanidad ignoraba que se enfrentaba a su época más terrible y el único que sabía era el sátiro degenerado que la iglesia denominó como El Anticristo.
Fue en Boleskine House donde el Hombre Más Malo del Mundo pudo desarrollar su sistema mágico y su propia filosofía. Esto, por supuesto, generó el resquemor de los tartufos de siempre. Empezaron a circular, como pirañas en un lago, los rumores afirmando que la casa estaba maldita no solo por las oscuras invocaciones que efectuaba su propietario, sino porque había sido edificada sobre las ruinas de una abadía destruida por un incendio en el siglo X. Decían que si te acercabas a las rocas que conformaban la mansión, podías escuchar los últimos estertores de los feligreses que murieron chamuscados en ella. El propio Crowley afirmaba que las habitaciones se volvían oscuras en medio de un día soleado. “Puedo escuchar cómo la casa respira, cómo se mueve y tiene vida propia”, escribió en sus memorias. Cuando se bloqueaba en medio de sus soliloquios, solía recorrer el túnel secreto que unía a la casa con un cementerio cercano donde las brujas celebraban sus aquelarres. Hoy en día el cementerio todavía se conserva y llama la atención que todas las tumbas tengan el mismo nombre grabado: Fraser.
Crowley estaría allí hasta 1913 cuando abrió vuelo y quiso conquistar el mundo con su magia. Afirman sus biógrafos que el hechicero cometió un error: fue incapaz de cerrar las invocaciones. Entonces los portales quedaron abiertos y los demonios convocados se quedaron a vivir en la mansión trayendo consigo las maldiciones que harían de los últimos años del mago un infierno de drogadicción y descrédito.
La casa volvería a cobrar notoriedad cuando Jimmy Page, guitarrista de Led Zepellin y ferviente seguidor del hechicero y de su particular forma de vida, comprara la mansión en 1968. En un intento por devolver el tiempo y vivir en la misma casa en la que vivió Crowley, con su propia energía, con la necesidad de verlo caminar por sus pasillos, el guitarrista llamó al satanista Charles Pierce quien redecoró la casa. Cuenta Jimmy Page que “Han ocurrido cosas extrañas en esta casa que no tienen nada que ver con Crowley, un hombre fue decapitado allí antes de que Crowley llegara. Por supuesto, después hubo suicidios, gente ingresada en hospitales mentales…”. Los que osaban pasar la noche en alguna de sus escabrosas habitaciones decían que en la mitad del sueño eran despertados por la pesada respiración de un perro que trataba de entrar en el cuarto arañando la puerta. Después se escuchaba un golpe fuertísimo sobre ella como el de una explosión. Page vendió la mansión en 1985.
La leyenda de la casa y del mago están más vivos que nunca. Él fue un adelantado, un visionario, un hombre que llevaba la vida de una estrella de rock malditas mucho antes de que ellas irrumpieran en la escena. Dicen que si no se hubiese internado en el satanismo hubiese sido un gran poeta. Por lo pronto nos conformamos con los relatos que se han tejido después de su muerte. En el epígrafe de la gran biografía que sobre él escribió John Symonds hay una frase que refleja la necesidad que tenía de forjarse una leyenda: “Siempre estoy pensando que dirá de mi la historia cuando yo haya muerto”. La historia dice mucho. Boleskine House es un episodio pequeño comparado con lo que de él se dice, con lo que las brujas desde su cementerio todavía murmuran.
Hoy los turistas merodean la casa. Una señora muy vieja, envuelta en una bata demasiado delgada para las bajas temperaturas del lugar, abre la puerta y enseña los pasillos, los techos, el sótano. Alguien pregunta por el túnel pero la señora dice que está sellado para siempre. Las tumbas quedan al otro lado, justo en el lugar en donde la espesa niebla del lago sale en la noche. Nadie sabe quiénes son los Fraser, ni siquiera las sombras que deambulan en las noches cerradas de Boleskine House.